Alec había conseguido llevar el enorme cadáver del Botse hasta su casa y se pasaba un trapo húmedo por la piel, intentando quitarse el exceso de savia de sefus para paliar la irritación que le producía el pelo de la bestia. Estaba de mal humor. Se volvió a frotar el pecho con ahínco con las plantas que había encontrado en el bosque y podía sentir el alivio mientras la piel volvía a su color original. Y todo por culpa de la extraña chica de ropas más extrañas aún. Por alguna razón no se la podía quitar de la cabeza y eso le molestaba mucho.
Recordó el momento en que la había visto por primera vez. Él corría delante del Botse, atrayéndolo hasta una trampa que había fabricado cerca de su casa. Ese ejemplar le daría para hacer carne seca que lo alimentaría durante mucho tiempo. Entonces fue cuando escuchó los gritos de la chica, llamando la atención del Botse, que se detuvo y, guiado por el sonido y un nuevo rastro de olor, cambió el sentido de la marcha.
Alec, extrañado por el comportamiento de la bestia, lo siguió y un poco más adelante, la vio. Tan asustada, tan indefensa... tan rara. Algo dentro de él se movió e impulsivamente corrió hacia ella, y la cargó a hombros, salvándola de una muerte segura a manos del furioso Botse.
Pero se arrepintió de haberlo hecho todos y cada uno de los minutos que había pasado en su compañía. Era torpe y parecía un imán que atraía problemas allá donde iba. Ese último pensamiento lo hacía sentir intranquilo, haciéndolo preguntarse si de verdad había hecho bien en dejarla sola. En seguida desechó el pensamiento. Después de todo, ella había vivido toda su vida sin él y así debía seguir.
—¡Alec! —escuchó la voz de Kai a su espalda. —¿Se puede saber por qué has llegado tan tarde? Si te ven cazando en el bosque nos causará problemas. ¿Acaso quieres que tengamos que cambiar de casa otra vez?
—Hubo un imprevisto —fue su única respuesta.
Kai era un Ferston. Un pequeño hombrecito de no más de diez centímetros con alas. Eran seres milenarios y él, en concreto, era uno de los más sabios entre los suyos. Hacía tiempo había sido asesor de la familia real, pero cuando Glynn se alzó, huyó para salvar su vida. Vivía escondido en los bosques, dedicándose a cuidar de Alec, después de que su familia fuera asesinada en un asedio.
Había decidido que enseñaría a Alec a ser un gran guerrero, pues sabía que un día, no tan lejano como le gustaría, Glynn volvería, y debían estar preparados para acabar con ella para siempre. Sin embargo era consciente de que eso aún quedaba muy lejos. A ojos de Kai, Alec no era más que un niñato cabeza hueca, que sólo tenía ganas de buscar problemas. Eso los había llevado a mudarse de casa una vez tras otra, cada vez que Alec se enzarzaba en una pelea con algún vecino y llamaba la atención de los guardias de la zona. Al final, Kai encontró una casa abandonada en medio del bosque, lejos de todas partes. No había vecinos ni civilización. De lo único que tenían que preocuparse era de conseguir alimento y ni eso sabía hacer bien.
—¿Un imprevisto de tres horas? —exclamó el pequeño Kai furioso. —¿Por qué no te dedicas a cazar pequeños animalejos a diario en vez de traer un gigante de ese tamaño?
—Sólo pretendía probarme un poco y desentumecer los músculos. Lo tenía todo controlado, de verdad —se excusó mientras volvía a colocarse la ropa.
—¿Y puedo saber qué ha pasado? —se interesó Kai.
—Encontré a alguien... —musitó Alec inseguro de querer seguir hablando. Sabía de sobra cuáles serían las siguientes palabras de Kai, que desaprobaba cualquier tipo de interacción social.
—¿Alguien? ¿Y qué diablos hacía alguien en medio del bosque durante la noche? ¿Acaso fuiste a la ciudad? —la furia de Kai iba creciendo por momentos.
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Emma y las Crónicas de Koh
FantasyEmma, una joven introvertida que lucha por conectar con los demás, experimenta un giro radical en su vida el día de su cumpleaños. Un misterioso poder despierta dentro de ella, transportándola a un mundo mágico lleno de criaturas fantásticas y pelig...