Capítulo 7: Alec y Kai

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Emma abrió los ojos con dificultad. Le dolía la cabeza y estaba completamente desubicada. No sabía dónde estaba y tampoco podía centrarse para intentar recordar lo que había ocurrido en los momentos previos a aparecer allí.

Miró a su alrededor, pero no reconocía aquel lugar. Era una habitación de madera. Parecía una cabaña rústica y no muy limpia. Estaba recostada en el suelo sobre un montón de mullidas pieles. Emma se puso en pie asqueada por estar acostada sobre animales muertos y recelosa preguntándose quién sería el propietario de esa casa. Tal vez algún cazador furtivo que planeaba matarla a ella también. Frente a ella sintió la calidez de una chimenea que crepitaba alegre y se aproximó. Seguía vistiendo su cómodo, pero escaso pijama de Batman y tenía frío. 

Poco a poco, los recuerdos de cómo había llegado hasta allí fueron apareciendo como flashes en su mente y, con el corazón latiéndole a toda velocidad, comenzó a palpar su cuerpo en busca de las heridas que casi habían acabado con su vida. No encontró nada. Se levantó la camisa para poder ver su abdomen, que lucía totalmente liso. No había ninguna marca que delatase el ataque que había recibido. Sin embargo, su ropa sí estaba llena de sangre y agujeros.

—¿Qué demonios...? —empezó a decir, pero alguien aclarándose la garganta a su espalda hizo que diera un pequeño brinco sobresaltada y se recolocó la camisa en una fracción de segundo.

—¡Ya estás despierta! Bienvenida al mundo de los vivos 

Reconoció la voz familiar. Se giró y parado en la puerta de la cabaña, vio el hipnotizador rostro del joven que la había salvado.

—¡Tú! —exclamó todavía algo dolida por cómo la había abandonado en medio del bosque.

—Sí, yo. El mismo que viste y calza —sonrió.

Caminó despreocupado, fingiendo que no prestaba mucha atención a Emma y se paró frente al fuego, colocando algunos troncos más para evitar que las llamas bajaran de intensidad.

—¿Dónde estoy? —inquirió  con exigencia. Él la miró de reojo arrugando el entrecejo con disgusto.

—¿Normalmente eres así de desagradecida?

—Necesito volver a mi casa. Mi familia está en peligro —suplicó ella dando vueltas por la estancia algo nerviosa. —Había un monstruo... ¿Y si ellas vuelven y el monstruo las mata?

—¿Dónde está tu casa? —preguntó Alec preocupado. —Puedo ayudarte a volver.

—Pues... —Emma estaba a punto de dar su dirección, pero se dio cuenta de que ni siquiera sabía dónde estaba y, de hecho, a menos que encontrara otro portal de luz verde, sería imposible volver. —Tengo que irme de aquí.

Emma se dirigió a la puerta de salida, pero tan pronto como abrió, la golpeó el viento helado y una fina lluvia que, pronto, se convertiría en nieve. Sorprendida y congelada, cerró la puerta con fuerza y volvió a pararse frente al fuego.

—Será mejor que esperes a que amanezca. El bosque es peligroso de noche. Además, esta noche promete ser fría. 

—Pero mi familia... Yo me salvé por suerte, pero ellas no saben que ese monstruo está allí.

—Ah, ¿ahora lo llamas suerte? Pues déjame decirte algo: está bien que reconozcas el esfuerzo ajeno de vez en cuando. —dijo él inclinando la cabeza a un lado. —De hecho, para ser sincero, al principio pensé que recogía un cadáver, pero por lo que veo, estás muy viva.

Alec frunció el ceño aproximándose a Emma extrañado y le pasó la mano por la base del cuello, donde estaban las peores heridas y las más profundas. Ella hizo ademán de apartarse, pero se quedó muy quieta, esperando para darle una bofetada si se propasaba.

Emma y las Crónicas de KohDonde viven las historias. Descúbrelo ahora