Cuando Emma llegó al otro lado del portal la envolvió una oscuridad abrumadora. Sin embargo, peor que el hecho de que apenas pudiera ver nada, era el olor a perro mojado que había allí. Se quedó muy quieta sin atreverse a dar un sólo paso y, poco a poco, la vista fue acostumbrándose a la severa penumbra. Estaba en una cueva. Pero no estaba sola. Escuchaba sonidos a su alrededor de respiraciones lentas y profundas. Fuera quien fuese el propietario de aquella cueva, dormía y, por la gravedad de los ronquidos, parecía grande. Enorme.
Dio un paso atrás y pegó la espalda a la pared. Tenía que salir de allí sin ser descubierta. Esta vez no había un Alec cerca para salvarla y todo gracias a su estúpida manía de lanzarse a través de un portal cada vez que veía uno. Se prometió a sí misma que, si salía con vida de allí, no volvería a atravesar un portal sola.
Lentamente y sin hacer ruido, fue palpando la pared, que estaba fría y rugosa, y caminó hacia una luz no muy lejana. Esa tenía que ser la salida de la cueva.
Según iba aproximándose a la luz, fue diferenciando las formas a su alrededor con más claridad y se quedó helada cuando escuchó un gruñido. Volvió la mirada hacia la salida de la cueva y, cortándole el paso, había una especie de gato enorme y oscuro, que caminaba despacio en su dirección. Tragó en seco y se quedó pegada a la pared con la esperanza de que no la hubiera visto en la penumbra, sin embargo, cuando sus fauces se contrajeron para mostrar una hilera de dientes grandes y afilados, supo que ella era la razón por la que se estaba adentrando allí.
Dio un paso hacia atrás y sopesó cuál de las bestias sería más mortífera: la que dormía en el interior de la cueva o el felino que se preparaba para atacarla en cualquier momento. Dio dos pasos hacia atrás y sin más tiempo para pensar, corrió hacia el interior de la cueva. Apenas podía ver por dónde se movía, pero el insistente gruñido del animal tras ella la apremiaba para correr más rápido.
Algunos metros más adelante, su huida se vio truncada cuando tropezó con algo y cayó al suelo. Volvió la mirada, pero no podía ver nada. Lo único que escuchaba era su respiración acelerada, los gruñidos del animal y, ahora, un nuevo gruñido que se sumaba, este más grave y profundo.
—Lo que faltaba... —musitó casi al borde de las lágrimas.
El felino que la perseguía rugió furioso al ver que había alguien más en la cueva además de su preciada presa, pero en cuanto vio con sus ojos ladinos al enorme monstruo que comenzaba a erguirse furioso porque su siesta se había visto interrumpida, reculó y huyó de allí.
—Cobarde —murmuró Emma viéndose sola frente al enorme monstruo. No podía verlo muy bien, pero casi estaba segura de que era su "viejo amigo" el Botse de la montaña.
Un nuevo rugido ensordecedor la obligó a cubrirse los oídos y supo que el tiempo de escabullirse en silencio había pasado. Si no salía corriendo, moriría devorada ahí mismo. Se giró de nuevo y comenzó a correr con todas sus fuerzas. Literalmente, la vida le iba en ello.
La tierra temblaba bajo sus pies al ritmo de los pasos de la bestia que la seguía y, aterrada, trató de correr más deprisa. Casi había alcanzado el final de la cueva, cuando de nuevo vio al felino esperándola en la entrada. Sin embargo, esta vez no tenía tiempo de pensar. Siguió corriendo y dejó que la suerte decidiera su destino. ¿Qué bestia la alcanzaría primero? ¿Cuál se daría el festín con ella? A esas alturas no iba a quedarse parada para ponérselo fácil a ninguno de ellos.
—¡¡Emma!! —escuchó una voz. —¡Al suelo!
Y una voz fue todo lo que necesitó para seguirla sin pensárselo. Se lanzó hacia el suelo justo a tiempo para esquivar un zarpazo. Rodó sobre sí misma y se golpeó con una roca en el brazo.
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Emma y las Crónicas de Koh
FantasyEmma, una joven introvertida que lucha por conectar con los demás, experimenta un giro radical en su vida el día de su cumpleaños. Un misterioso poder despierta dentro de ella, transportándola a un mundo mágico lleno de criaturas fantásticas y pelig...