Capítulo siete.

1.1K 81 36
                                    

07. El elegido.

La chica de pelo verde, ¿cómo era su nombre? Saria, centró mi atención en ella haciendo ademanes.

—Hemos llegado al mercado.

Mis expectativas sobre un mercado eran más diferentes a lo que estaba viendo en ese instante. El lugar estaba totalmente abandonado y lleno de tierra, se podrían ver especies hechas un ovillo en el suelo pero eso sin duda alguna era una clase de enemigo que no me interesaba mucho conocerlo, además de que era imposible ignorarlos por los sonidos tan incómodos que emitían.

Continué mi caminar acompañado de la chica, al parecer era solo yo la que estaba sorprendida a cierto punto, pero ella parecía completamente tranquila, pacífica en ese lugar, ¿sería nostalgia? Aunque una advertencia en el fondo de mi cabeza me decía que tuviera cuidado, pues a pesar de todo me era imposible entender cómo esa chica era capaz de mantenerse tan tranquila con tal ambiente.

Llegó un momento en el que nuestros caminos se separaron, ella tomó el rumbo directo al castillo, que la mitad parecía derrumbado, por cierto. Iba a visitar a una posible princesa Zelda, la situación la comprendía más de lo que debería. Mi atención se enfocó en un templo cerca del castillo, se veía tan...limpio.

Con corazón en el puño, me posé frente a la puerta del templo, me consideraba una persona ecuánime pues ejercía la justicia de manera insólita, pero en este momento me estaba dejando llevar por la pasión de saber absolutamente todo sobre la situación. Temía de meterme en temas donde no me llaman, podía cobrarlo muy caro.

Lo que más me preocupaba realmente era perder la paciencia, pues a pesar de la pequeña máscara que hemos llevado por años, realmente no somos tan amables como pintamos ser. Me he criado en una familia donde mi madre siempre se preguntó el porqué de nuestras raíz, ella soñó con una familia normal, donde pudiese hacer el desayuno todos los días, donde ella fuera la que limpiara la humilde casa y saludara a su marido cuando éste llegara del trabajo; desgraciadamente no fue así.

Mi madre, atada ante la realeza, sacó a la luz su esquizofrenia, incapaz de contenerlo pues se sentía aminorada. Y a pesar de todo eso, el pueblo la aceptó, eso la tomó por sorpresa y siguió reinando, siendo feliz de que la aceptaran como tal.

Negué levemente con la cabeza, había deambulado en mi cabeza y probablemente abierto viejas cicatrices, pero eso ya no importaba ahora.

Abrí las puertas del templo con dificultad por lo pesadas que eran, me adentré en éste y observé las construcciones del castillo, detrás de mí, las puertas se cerraron produciendo el único sonido ensordecedor en la habitación.

Me acerqué a lo que sería un pedestal, observando tres piedras colocadas tal vez en un orden. Si bien podía equivocarme, diría que la piedra azul era de los Zoras, la roja era de los Gorons, y la última verde era del bosque Kokiri. Al colocarse ahí, eso significaba que la puerta frente al pedestal podía abrirse. Alguien había cumplido una antigua profecía.

Rodeé el pedestal y coloqué mis manos en dicha puerta, dispuesta a todo lo que pudiese pasar una vez que la abriera. La empujé con fuerza, pensé que ésta resultaba más fácil de abrirla, pero me equivocaba, cuando me dispuse a entrar, choqué contra una persona, haciendo que ambos cayéramos al suelo.

Me incorporé con rapidez, lo cual él hizo también, entrecerré mis ojos al ver lo que aquél portaba en su espalda; la espada maestra. La única persona capaz de agarrar dicha espada era ni más ni menos que el elegido.

—Lo lamento, elegido—. Le hablé con el respeto que tal vez merecía. Me crucé de brazos, observándole mientras éste se dirigía a la puerta principal del templo.

Triple vida en una sola. [Zelink]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora