1 || Despertar

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Adrián se miró las manos, entrelazadas. Podía sentir el latido de su corazón el los oídos cuando apretaba los dedos, haciendo que los nudillos se le volviesen de un color blanquecino. Parecía que la tristeza le consumía, tanto el cuerpo como el alma. Sus pensamientos, sus palabras y sis lágrimas. Pensar en ella solamente alimentava la tristeza que tenía dentro de sí.

Alguien se le acercó. Ella se agarró las mangas largas de su vestido. Él dejó ir un suspiro tembloroso antes de subir la mirada. Alya le dedicó una sonrisa, débil.

— Ey... —se le quebró la voz. Él no podía imaginarse como se escucharía la suya. Asintió y tosió para aclararse la garganta.

— ¿Cómo está Sabine? —preguntó. Ella se sentó a su lado, bajo el mostrador de la pastelería, y suspiró.

— Tan bien como podría estar una madre ahora mismo. —Alya volvió a suspirar y Adrián fijó la mirada en el centro de la mesa.

— ¿Qué estas haciendo aquí abajo? —preguntó Alya, asintiendo mientras su mirada recorría la sala. Después de unos instantes, Adrián miró a su alrededor y se dio cuenta de que era el único ahí. Sus ojos volvieron a caer a ese punto infinito de la mesa.

— Necesitaba quedarme un poco más... En ese momento, no me podía levantar... —podía oír a la gente hablando en el piso de arriba, donde vivía la familia Dupain-Cheng.

Alya se puso en pie y le ofreció la mano. Aunque sonreía, se podía apreciar que estaba sufriendo; pero él no podía imaginarse cómo se sentía.

— Podemos subir los dos juntos. —parecía que ella necesitaba más apoyo que él, así se levantó, la cogió de la mano y subieron las escaleras en silencio.

Como el velatorio continuaba, la puerta aún estaba abierta. Todo el mundo comía y bebía, pero Adrián no podía llevarse nada a la boca; se sentía enfermo. Todavía podía sentir el olor a la tierra fresca del cementerio, que se le había quedado en la nariz y le causaba esta sensación nauseabunda. No podía comer. Alya lo dejó ir para abrazar a Nino, y una ola de tristeza volvió a golpear a Adrián.

Echó una ojeada a su alrededor; sus ojos verdes escaneaban el ambiente sin ningún objetivo concreto, hasta que se encontraron con Sabine. La madre de Marinette estaba sentada delante de la mesa de la cocina. Miraba a su plato repleto de comida, pero parecía que no lo había tocado. Él la miraba. Necesitaba decirle cuánto sentía lo que había pasado.

Era incapaz de imaginarse como debía sentirse la pérdida de una hija.

Se sentó a su lado y, casi al instante, ella dio un salto en la silla; como si hubiese estado totalmente perdida en sus pensamientos.

— Oh! Hola, Adrián. —su mirada apagada delataba la poca veracidad de su sonrisa.

Él abrió la boca para devolverle el saludo, pero no pudo emitir ni un solo sonido. No sabía qué decirle. Parecía que ella se había dado cuenta y se puso a reír, pero pronto su sonría se convirtió en un llanto suave. Él le ofreció unos pañuelos que se había metido en el bolsillo unos minutos antes.

Sabine los cogió, agradecida, y se aferró a la mano del chico. Él tuvo que reunir todas sus fuerzas para reprimir que las lágrimas brotaran de sus ojos.

— Lo siento mucho. —susurró la voz temblorosa de Adrián. La mujer apretó con fuerza la mano que le agarraba mientras continuaba llorando: le dolía, pero no le importaba. El suponía que necesitaba exteriorizar su dolor porque, de algún modo, también necesitaba sentir dolor físico.

Cuando su llanto se calmó, se abrazaron. Ambos necesitaban ese confort.

En el velatorio había bastante ruido. Los compañeros de clase y la familia compartían historias sobre Marinette. Hablaban como si no estuviese enterrada dos metros bajo el suelo. Alya había preparado una presentación de diapositivas que contenía vídeos y fotografías de aquella chica que antes estaba viva. Adrián aún podía oír su voz y, si cerraba los ojos, podía imaginarla en esa misma habitación; pero mirarle hacía que se le cayese el alma a los pies.

La madre de Marinette le acarició suavemente la mano. Aunque sus ojos estuviesen enrojecidos, todavía brillaban con bondad.

— Marinette dejó detalles a todos sus amigos; —cogió una bocanada de aire, temblorosa, y miró a la mesa. El corazón de Adrián se hundió en lo más profundo del pecho cuando vió el pequeño libro marrón. Seguidamente, lo cogió de las manos de Sabine.— a ti te ha dejado su diario. —añadió la mujer en voz baja.

Su nombre estaba escrito en la portada con letras doradas; él deslizó el dedo sobre el trazo del bolígrafo. Parecía que las lágrimas le fuesen a quemar los dedos.

No lo quería, pero lo aceptó igualmente. Sabine le sonrío con agradecimiento.

— Se preocupaba mucho de ti. —las palabras se quedaron suspendidas en el aire.

Él cogió cuidadosamente el diario, algunas páginas estaban sueltas y había papeles entre los escritos, colocados de cualquier manera. Sentía el corazón tan pesado como el libro. Tragó saliva mientras jugueteaba con las esquinas de las páginas. De nuevo, bajó la mirada al nombre escrito en la portada y se quedó un rato mirándolo.

Adrián no quería leer el diario de una chica muerta.

Always, Marinette (traducción al español castellano) - Por siempre, MarinetteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora