Capítulo 12. Jemma Delvey, la dama de oro

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Perteneciente a unas de las clases sociales más ricas de la ciudad de Nueva York, Jemma Delvey había vivido rodeada de lujos desde su nacimiento. Había crecido en un ambiente ostentoso, ciega de la pobreza que asolaba los niveles inferiores. Sus padres consentían todos sus caprichos, por excéntricos que resultaran, inculcándole la misma aspiración a la que generaciones y generaciones de McKenzie se habían adherido: la felicidad material.

A medida que abandonaba la tierna infancia, Jemma no solo cultivó sus ansias de poder; su inteligencia era otra de sus principales facultades, y aprendió a utilizarla para conservar su oneroso estilo de vida.

Tras su espalda tenía acumulados tres matrimonios, todos ellos con empresarios multimillonarios que no la habían escogido precisamente por su belleza de juventud. La herencia del legado McKenzie, duros trabajadores inmigrantes de Escocia, era muy conocida en la ciudad, y no había momento en que un pretendiente no llamara a la puerta de la familia solicitando contraer nupcias con la joven Jemma. Pero sagaz ya desde la adolescencia, ella misma impuso la decisión a sus padres de seleccionar al hombre con quién compartiría cama.

Su primer matrimonio se formalizó a los diecinueve años con un fuerte y moreno australiano cuyos padres regentaban amplias tierras de ganado atesoradas por los neoyorkinos. Fue una relación intensa, pasional, enamorados desde el momento en que sus ojos se cruzaron en la cena de presentación de la lujosa finca familiar. Pero poco duró la prosperidad de aquel matrimonio. Su joven esposo falleció a manos de una res cuando intentaba cazarlo en solitario en las lejanas tierras del continente.

Jemma sufrió un duro golpe con la pérdida de su amado. No fue hasta años después que apareció una nueva oportunidad de abrir su corazón y, por qué no, de aumentar su renta: Thomas Brown, caballero inglés, estaba perdidamente enamorado de ella. O, más bien, de su cuantiosa herencia. Conocedora de sus verdaderas intenciones, aceptó el casamiento presionada por su madre, que no deseaba que su hija se convirtiera en una marchita mujer sin esposo, y de su padre, deseoso de unir su negocio automovilístico al del nuevo candidato al puesto de yerno. Aquel matrimonio no aguantó mucho tiempo, pues Jemma no soportaba las rarezas que había descubierto en su marido. Alcohólico y con una malsana obsesión por las jovencitas, le plantó los papeles del divorcio.

En el curso de los años fue tachada de amargada, tanto por las señoras que cuchicheaban en corro cuando hacía presencia en actos sociales como por los hombres que despotricaban de la mujer había tenido el valor de humillar a alguien del género dominante. Sus padres no se quedaron atrás. Los había dejado en mal lugar ante la deplorable sociedad en la que se movían, y no iban a perdonar ese descaro.

Cuando ambos progenitores se contagiaron de un brote desolador de gripe y murieron en la fría cama de matrimonio, una triste Jemma pasó a liderar el apellido de la familia que había recuperado tras el divorcio. Se vio liberada de las miradas hostiles de sus padres, pero una soledad intransitable se hizo con el gobierno de su vida.

Abastecida con el dinero familiar, se trasladó a una gran casa en el barrio de Murray Hill, en Manhattan, donde fue resurgiendo de la maldición que afirmaba poseer. Se dio a conocer entre los sectores del cine y el arte, fue presentada a escritores y guionistas e invitada a las fiestas más elitistas de Nueva York. La lista de conocidos y amigos era de lo más interesante y variada. No obstante, también conoció la parte más sombría de la fama: drogas, alcohol, sexo y enfermedades mentales. Todo muy bien encubierto para que el mundo no se percatara de la desdicha que existía en la prestigiosa industria. Las esplendorosas sonrisas y las miradas de logro y orgullo disimulaban la putrefacción de las almas que brillaban en las pantallas.

En un momento de su vida donde ya nada le apasionaba, hizo su entrada Daniel Delvey, publicista del Upper East Side. En la fiesta donde les presentaron, Jemma sintió una conexión similar a la de su primer marido, esa sensación en la boca del estómago, ese revoloteo que tanto había fantaseado con volver a sentir. Un sentimiento que Daniel correspondió esa misma noche. No tardaron en afianzar su relación. A los pocos meses de noviazgo, Jemma y Daniel se casaron.

[6] Ellery Queen: Dioses y SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora