—Corrobórame, Velie, que tenemos pruebas de sobra para encarcelar a ese canalla.
Richard Queen ingresaba en la mansión. El sargento se encontraba apostado junto a una abertura en la pared. El cuadro había sido descolgado y reposaba en el rellano.
—Compruébelo usted mismo, inspector.
Con el ceño fruncido, siguió las huellas de sangre desparramadas por el enmoquetado de la escalera que desfilaban de manera intermitente a través del angosto pasillo de la nueva estructura. Se apartó a un lado para dejar vía libre a varios policías que abandonaban el interior del escondrijo con el rostro pálido y, no sin antes elucubrar sobre lo que aquellos hombres habrían visto, traspasó la puerta.
Ojeando las cortinas de plástico de ambos laterales de la sala, se aproximó al oficial que anotaba en un cuaderno. Describía el instrumental médico desperdigado por la superficie de una mesa auxiliar a la par que fotografiaba las esposas enganchadas a las patas de la camilla. Los cortes en el cuerpo de Aurora dieron rienda suelta a la imaginación de Richard Queen.
—Inspector, ¿ha inspeccionado la otra estancia? —le preguntó el policía. Richard negó—. Será mejor que lleve esto consigo. —Le entregó un pañuelo con una sonrisa torcida.
Constató sin dilación alguna los grilletes de hierro incrustados en el muro opuesto. La forma en X era idónea para retener a una persona inutilizando sus extremidades.
—Lunático... —murmuró.
—Por aquí jefe. —Velie le indicó la entrada siguiente.
Al tiempo que caminaba hacia el sargento, otro policía huía de la sala con la boca tapada y el semblante lívido.
—Qué demonios...
Se giró hacia Velie, a punto de preguntar el porqué de su insistencia y del pañuelo que le habían cedido, cuando sus comisuras perfilaron un rictus de impresión.
Adelantó al sargento, pero como había presenciado en algunos hombres de la patrulla, un olor penetrante y nauseabundo le provocó unas potentes náuseas. Apartándose a tientas, se tapó boca y nariz con el pañuelo. Notaba el impulso del vómito en la garganta, aquel intenso hedor se encajaba en sus fosas nasales.
—Inspector.
Velie guio la mirada del inspector Queen. El horror dejó en blanco su cerebro. Una celda contenía el cadáver despedazado de una mujer. Aguantó el ardor del esófago inducido por una nueva arcada.
—Es un animal...
—Pues esa celda es la primera.
El sargento retrocedió para despejar la visión de la celda contigua. Su interior era aún más espeluznante.
—Llame al forense —respondió—. Más bien, a los forenses.
Velie desapareció tras la orden.
Richard reprimió la tentación de cerrar los ojos y alejarse del rastro de maldad que Anderson había propagado a sus espaldas. La imagen de Aurora aparecía de la nada y una oleada de palpitaciones corría por su pecho al mando de la ira. Había escapado del final experimentado por las mujeres cuyos cuerpos se pudrían ahí abajo, pero su salvación no era excusa para minimizar el horror de sus días de encierro.
Amparado en su neutralidad policial, prosiguió con el reconocimiento. La última verja estaba abierta. Un oscuro charco de sangre cubría la zona de entrada, desde donde partía la senda de huellas hacia el exterior. Dedujo que la fuga de Ellery y Aurora había dado comienzo en aquel lugar. Deambuló por la estructura de confinamiento: tres muros de piedra unidos a largos barrotes de hierro eran todo lo que la componían. Nada en su interior, solo dura y áspera piedra. Ni cama ni ventanas ni nada donde alojar la vida de un ser humano.
ESTÁS LEYENDO
[6] Ellery Queen: Dioses y Sombras
FanfictionNueva York, años 50. Un año duro para Ellery Queen, escritor de misterio y detective aficionado, agotado entre las continuas novelas que le quitan el sueño y los casos en los que piden el uso de su lógica policial. La aparición de su vieja amiga Nik...