Escritos de Ellery

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<<El doctor Matthews se ajustó las gafas que marcaban dos círculos rosáceos en su nariz aguileña, concentrado en el siguiente paso a realizar. Ante él, el cuerpo desnudo y frío de un hombre descansaba sobre la mesa de autopsias. Observó con detenimiento los enormes moratones que surcaban la piel y se preguntó quién podría haber sido capaz de llevar a cabo tan macabro acto. Había sido testigo del maltrato de los cadáveres que reposaban en las neveras de la morgue desde que trabajaba como forense para la policía, había perdido la escrupulosidad hacía mucho tiempo. Su ánimo alterado se debía, en este caso, al corte en forma de "Y" que recorría el torso del cadáver. A ese hombre le habían realizado una autopsia con anterioridad y, por la frescura de la incisión, elucubraba unas cuantas horas de diferencia.

Había concluido la toma de muestras habitual que solía realizarse a todo cadáver que mostraba signos de haber sufrido una muerte violenta. Para su sorpresa, el cuerpo estaba intacto. El hisopado de manos fue todo un fracaso; no halló restos de pólvora ni de otro tipo de elementos sobre ni bajo las uñas. En cuanto a las ropas, el hombre apareció desprovisto de estas, totalmente desnudo, cubierto por una lona de plástico que había impedido que las ratas del callejón donde fue encontrado lo devoraran. Además, tanto la cabeza como el rostro, extremidades y genitales estaban desprovistos de vello, lo que aumentaba un escalón la dificultad en su identificación. El asesino había sido muy metódico. Sin embargo, lo que más le había asombrado de todo el reconocimiento había sido la toma de huellas.

—¿Cómo es posible? —se preguntó, exaltado por el extraordinario caso que tenía sobre su mesa.

Al cadáver le habían borrado las huellas, tanto de manos como de pies, convirtiéndolo en un perfecto "John Doe".

Pasó la mano con suavidad sobre la barriga del muerto, acariciando la oscura línea cosida que recorría el torso desde el pubis hasta las clavículas.

De repente, notó algo extraño bajo la piel. Apretó levemente la barriga y advirtió que se hundía con extrema facilidad, como si aquel hombre careciera de órganos internos. Aquello despertó aún más su malsana curiosidad de forense, y cogió el bisturí que reposaba sobre la mesilla. Con una suave presión en la herida delineada, recorrió el mismo camino. Dejó el bisturí en una bandeja de plata, que hizo un suave ruido metálico al tocar la superficie. Era el momento de saber qué escondía aquel cuerpo. Metió los dedos en la parte central del corte y, tirando con una mano hacia la izquierda y con la otra hacia la derecha, se adentró en la cavidad del muerto.

Ahogó un grito ante la visión del interior de aquel desconocido. Retrocedió unos pasos, chocando con la mesa instrumental.

Aquello era imposible. 

Trémulo, comprobó por segunda vez que no había sufrido una terrible y escabrosa alucinación. Como había intuido, los órganos habían desaparecido, todos. En su lugar, la amplia cavidad interior contenía una variada hueste de objetos. Inquieto, con el objetivo profesional como excusa, introdujo la mano, temblorosa por primera vez desde hacía quince años, y comenzó a sacarlos uno por uno. Un reloj de bolsillo cubierto de oro, tres figuritas de soldados de la Guerra Civil Americana de 1861, algunas bolas de papel arrugadas y una medalla de oro. En la medalla brillaba una inscripción; la tomó e inspeccionó con cuidado.

Como tocado por una descarga eléctrica, la medalla voló de entre sus manos y repiqueteó contra las losetas blanquecinas de la sala de autopsias. En el estado de turbación que apresaba al doctor Matthews, sintió aquellos golpecitos como escopetazos. Retrocedió de nuevo, trastrabillando un pie contra el otro, y se derrumbó al suelo. Apoyándose en las palmas, con las gafas a punto de resbalar de su nariz, contempló la medalla. En el centro había dibujado una especie de halo de flores. Una mano la sostenía desde el extremo inferior. Alrededor, junto a los bordes, la leyenda inscrita lo petrificó:

James Matthews

Al mérito y la excelencia profesional

Aquel objeto le pertenecía. La había recibido un año antes gracias a la formidable labor desempeñada en la unidad forense de la policía. Sin embargo, sin saber cómo ni por qué, ahora se encontraba dentro de aquel muerto.

De golpe, un macabro pensamiento alumbró su conciencia. Se irguió a la velocidad de un rayo y se lanzó sobre la mesa auxiliar. Con cuidado, tomó una de las figuritas de soldados y la examinó.

—¡No! —exclamó, tan asustado como asombrado, tirándola junto al resto.

Reconocía aquellos objetos decorativos. Habían formado parte de su vida desde la juventud.

—No.... no.... —repetía nerviosamente.

Las manos oprimieron su cabeza, traumatizado por la mansalva de imágenes mentales y suposiciones funestas. Ni siquiera había reparado en los guantes empapados de fluidos, aquella desagradable sensación era el menor de sus problemas. No podía hallar lógica alguna, ningún vínculo entendible, entre el muerto y los objetos desperdigados en la encimera metálica.

Su corazón se aceleró en una taquicardia grotesca. Un nuevo pensamiento se hizo eco entre el torbellino de preguntas.

—¿El asesino me conoce?>>.

Ellery detuvo los dedos y sacó la página recién escrita de la máquina. La hojeó varias veces y sonrió.

—Pobre doctor Matthews —murmuró—, no puede ni imaginarse lo que tengo preparado para él.

[6] Ellery Queen: Dioses y SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora