En casa del editor...
—¿Estás seguro de esto?
Tom marcaba el número de teléfono de la mansión de Jeremy tras una corta incursión en el directorio telefónico.
—Hay que ayudar al señor Queen.
—Lo sé, lo sé, soy la primera que quiere echarle un cable. —Se acurrucó entre sus brazos—. Pero ¿y si está equivocado?
—Tal y como lo hemos planificado, Jeremy no tiene por qué sospechar nada. El señor Queen solo va a echar un vistazo. Si encuentra indicios de algo, perfecto. Y si no es el caso, conducirá hasta la cabina telefónica más cercana y nos lo comunicará. Será como si nadie hubiese estado allí nunca.
—No sé, Tom, tengo un nudo en el estómago. Es como un mal presagio. Siento que hay una pieza en todo esto que no encaja. ¿Entiendes esa sensación? —inquirió con intranquilidad.
—Cariño —sostuvo la barbilla de Nikki con la yema del dedo y elevó su rostro—, debemos confiar en él. El señor Queen tiene las mismas esperanzas puestas en nosotros. No podemos fallarle.
—Pero... Tengo miedo, Tom —reveló—. No creo que Ellery esté en condiciones de soportar ninguna de las dos opciones que planteas. Tengo miedo de lo que pueda hacer.
—Nos tendrá a nosotros.
De los labios de Nikki espiró una liviana carcajada. Se limpió unas lágrimas que humedecían sus pestañas.
—Se nota que no lo conoces. Ese hombre es todo un cabezota.
—Y nosotros pacientes. A eso no nos gana nadie. —Depositó un beso en la frente de Nikki—. Pero ahora, o llamamos a Jeremy o nos pitarán los oídos de las maldiciones que el señor Queen invocará contra nosotros.
Marcó el número. Levantó el pulgar en señal de que la línea se había establecido.
—Mmm... ¿Jeremy? —saludó—. Soy yo, Tom Murphy. Sí, bueno, no, no es inusual que te llame —aseveró. Nikki gesticuló con histerismo, a lo que Tom se alzó de hombros y torció el rostro para no distraerse—. Sí, verás, quería hacerte una consulta. Ajá, ya, por supuesto, sé que ahora no estás en la ciudad, pero ¿quién mejor que un amigo de la infancia que, además, es un prestigioso médico?
Tom procuró enfatizar la palabra "infancia". Advirtió cómo Anderson carraspeaba.
—Hace unos días que he empezado a encontrarme fatal. La fiebre viene y va, y el dolor de estómago es horrible. Las náuseas no me dejan comer, creo incluso que he perdido unos cuantos kilos. No te pediría esto si no fuera sumamente urgente, pero requiero un reconocimiento médico y, si es necesario, una prescripción para que este insistente catarro desaparezca. Como siga así, tendré que ausentarme del despacho, y en publicidad eso es como estar apartado del mercado años.
—¡Descríbeselo con mayor gravedad! —susurró Nikki, furibunda, bamboleando los brazos frente a él.
Tom tapó el micrófono y le rogó que se sentara.
—Esto, ¿Jeremy? Perdona, perdona, la tormenta está trastocando los postes telefónicos. —Tosió y se aclaró la garganta—. No, la comida no me sabe a nada. Tengo los oídos taponados y la nariz va por el mismo camino. Te juro que la cabeza me va a explotar. Jeremy, de verdad, te agradecería que me visitaras. Por los viejos tiempos —añadió al final.
Un incómodo silencio mantuvo en vilo a la pareja.
—¿En serio? ¡Gracias, oh, gracias! ¡Eres mi salvación! —Tom asintió efusivamente—. De acuerdo, nos vemos en un rato. Gracias, gracias.
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[6] Ellery Queen: Dioses y Sombras
Fiksi PenggemarNueva York, años 50. Un año duro para Ellery Queen, escritor de misterio y detective aficionado, agotado entre las continuas novelas que le quitan el sueño y los casos en los que piden el uso de su lógica policial. La aparición de su vieja amiga Nik...