Transcurrió una semana sin nada extraordinario en la vida de los Queen. El inspector, en el más puro de los silencios paternales, fiel a su profesión, rastreó cada uno de los comportamientos de Ellery. Había cambiado desde la fatídica discusión con Aurora. Se encerraba en su habitación como si aquel escondrijo entre cuatro paredes fuera un opiáceo material. Pero la parquedad de su rostro era una evidencia indiscutible de cómo se sentía En las contadas ocasiones que su sombra se escabullía del dormitorio, desaparecía sin dejar rastro alguno.
A Richard le reconcomía que estuviera metiéndose en asuntos peligrosos que rehuyeran su mente del problema. Cuando escuchaba el crujido de la puerta de entrada, se asomaba disimuladamente y examinaba con ojo minucioso alguna señal que indicara que, como padre, debía entrometerse.
Sin embargo, el estado de ánimo de su hijo comenzaba a nivelarse. Entraba con una sonrisa de oreja a oreja, sin signos físicos que alertaran de la necesidad de una intervención temprana. Aquel silencio diario estaba matando al inspector.
Al séptimo día de reserva, Richard estalló en el desayuno.
—¡Qué te pasa! —reclamó saber con dureza, aparcando la taza de un golpe que a punto estuvo de romperla. Algunas gotas de café salpicaron el mantel, constituyendo un lento círculo oscuro en torno a la base.
Ellery levantó la cabeza del periódico que leía tranquilamente.
—Solo disfruto de la mañana, a diferencia de ti. Deberías calmarte un poco. ¿Barbitúricos o tu rapé? —le ofreció como burla.
El inspector apretó la mandíbula. Detestaba que su hijo se lo tomara a broma.
—Llevas toda la semana como si vivieras en una nube —señaló—. ¿Qué es lo que te ocurre?
—Estoy bien, papá, si es eso lo que te preocupa.
—Si hasta hace bien poco estabas refunfuñando sobre las decisiones de una cabezota pelirroja —apuntó, enfadado.
—Tú lo has dicho, hace unos días. Ahora es agua pasada.
Ellery retornó los ojos al periódico, dando por finalizada la conversación.
—¿Cómo que agua pasada? ¡Eso no te lo crees ni tú! Los sentimientos no se olvidan de la noche a la mañana.
El escritor obvió contestar. Continuó leyendo los sucesos de la semana como si aquel molesto ruido proviniera del ulular del viento contra la ventana.
—¡Ellery! —Richard se irguió de un golpe.
Con un suspiro de resignación, dobló el periódico y lo colocó sobre su regazo.
—Estoy bien, ¿de acuerdo? Aurora supuestamente es feliz, yo soy feliz... Estoy desarrollando una buena trama en mi novela, he aparcado los casos por un tiempo y he vuelto a ejercitarme como hacía meses que no practicaba.
—¿Eso es lo único que haces?
—Sí, únicamente ando y libero energía con uno de los sacos de boxeo del gimnasio Stillman. Y como, a lo mejor más de lo que debiera, pero mi cuerpo no parece notarlo aún. ¿Contento? —expresó, renunciando al periódico.
—Cómo va a notarlo tu cuerpo. Se gasta mucha energía echando de menos. —Padre e hijo mantuvieron la mirada—. ¿Has vuelto a hablar con Aurora?
—¿De qué serviría? Ella tampoco ha querido contactar conmigo. Supongo que estábamos destinados a este final: ella por su lado y yo por el mío.
—Eso no saldrá bien, El. .
—¿Y por qué ha de salir de alguna forma esta vez? Prefiero marcar un adiós entre nosotros y pasar a otra cosa.
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[6] Ellery Queen: Dioses y Sombras
Hayran KurguNueva York, años 50. Un año duro para Ellery Queen, escritor de misterio y detective aficionado, agotado entre las continuas novelas que le quitan el sueño y los casos en los que piden el uso de su lógica policial. La aparición de su vieja amiga Nik...