Capítulo 03: Parte 1

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En el mismo instante en que la puerta se abrió, una bola peluda y del color del fuego pasó como un rayo entre sus piernas y desapareció detrás de unos frondosos arbustos a un lado de la casa.

Una mujer un poco excedida de peso y vestida con un enorme pijama amarillo limón lanzó un par de maldiciones al aire.

Harry intentó abrir la boca y presentarse, pero ella no se lo permitió.

—¡Demonios, Beth va a matarme! —Salió al porche y echó un vistazo alrededor—. ¡Gatito, gatito, ven aquí!

Pero no había señales del felino escurridizo por ninguna parte. Entonces, se dio media vuelta y dedicó su atención al sujeto que había osado llamar a su puerta antes de las ocho de la mañana.

—¿Quién es usted? —preguntó a la vez que fruncía el ceño. Aquel hombre no tenía pinta ni de vendedor de seguros ni de ninguno de esos pacatos religiosos que se acercaban a su puerta para prometerle la vida eterna.

Harry sacó su placa del bolsillo y se la mostró.

—Soy el detective Harry Styles. —Sostuvo la placa de metal frente a su rostro un instante—. Necesito hablar con la señorita... Mitchell —agregó con voz serena.

Leslie siguió con atención los movimientos de su mano, mientras él colocaba su insignia en su lugar nuevamente.

—¿Qué es lo que tiene que hablar con Elizabeth? —Seguía todavía con el ceño fruncido.

—Me temo que eso no puedo decírselo a usted, señorita...

—Banks, mi nombre es Leslie, y soy la mejor amiga de Elizabeth.

—Señorita Banks, es importante que hable con su amiga. —Lanzó un vistazo al interior de la casa a través de la puerta entre abierta, pero solo se oían las voces que provenían de un televisor encendido.

—Beth no está. Todas las mañanas sale a correr al menos media hora. —Miró su reloj—. No debe de tardar en regresar.

—¿Me permitiría entrar y esperarla? —Le sonrió mientras esperaba de su parte una respuesta afirmativa.

Leslie dudó un instante antes de invitarlo a entrar, pero aquel sujeto era policía y, además, no tenía el aspecto de querer intentar algo malo contra ella. Lo observó cuando pasó a su lado. «Nada mal», pensó mientras le indicaba que podía esperar a su amiga en la sala.

—Gracias. —Se sentó en uno de los sofás de terciopelo rústico color chocolate que abarcaban casi toda la sala de estar.

—¿Le gustaría una taza de café, detective?

—Me encantaría. —Se aflojo el nudo de la corbata y, cuando vio que Leslie se metía en la cocina, se dedicó a contemplar el lugar.

La sala era sobria con un toque de elegancia, el juego de sillones combinaba a la perfección con el empapelado color siena tostado de las paredes. Una enorme alfombra con diseños en Jacquard descansaba bajo las suelas gastadas de sus botas y ocupaba casi todo el suelo.

Frente a él, había dos estantes altos de pino color miel repletos de libros y adornos modernos, que enmarcaban una chimenea de hormigón. Un gran ventanal daba a un jardín lateral, donde alcanzó a divisar un par de bancos de hierro forjado.

Se giró para ver lo que había a sus espaldas. Una puerta entreabierta captó su atención, el olor a aceite de lino y trementina era inconfundible. Se puso de pie y, tras cerciorarse de que Leslie aún estaba en la cocina, se dirigió hacia allí.

Empujó la puerta despacio. Aquel lugar era un taller de pintura, alguien parecía pasar horas allí dentro. Había docenas de enormes cuadros, algunos, al descubierto y sin terminar, y otros, celosamente ocultos bajo papel de estraza. Sentía curiosidad por saber cuál de las dos amigas era la que se dedicaba a pintar.

Lo descubrió enseguida. Los motivos, que aparecían repetidos una y otra vez en aquellos lienzos, le resultaron demasiado familiares. Flores azules, flores azules de cuatro pétalos diseminadas casi compulsivamente en la mayoría de las obras.

Más que nunca, estaba convencido de que buscar a Elizabeth Carmichael había sido la decisión correcta. Despegó la vista de aquellos cuadros y salió antes de que la dueña de la casa notara su ausencia.

En el mismo momento en que puso un pie fuera del taller, la puerta principal se abrió, y una mujer vestida con ropa deportiva ajustada apareció ante él.

(...)

—¿Qué tienes para mí, Steven? —Rachel se acomodó un mechón de cabello detrás de la oreja. El día apenas había comenzado, pero sentía que su cuerpo pesaba una tonelada. Todavía le duraba el cansancio del día anterior, y la falta de sueño se notaba en su rostro. Podría haber disimulado las ojeras y la palidez con maquillaje, pero no había tenido ni el tiempo ni las ganas de hacerlo.

—La autopsia ha confirmado lo que ya sabíamos, preciosa —murmuró el patólogo forense, al tiempo que guardaba un bolígrafo en el bolsillo de su delantal—. Murió por asfixia mecánica. —Levantó la sábana que cubría el cadáver de Alison Warner—. Los moretones comienzan a hacerse visibles; el asesino apretó su cuello con mucha fuerza.

Rachel se inclinó sobre la mesa de disección, y su boca se torció en una mueca cuando el olor a formol pareció impregnar su nariz. Allí estaban, unas manchas azules y amarillentas alrededor del cuello de la víctima.

—¿Has encontrado alguna fibra o cabello en el cuerpo?

—No, me temo que nuevamente no ha dejado ningún rastro —respondió con desánimo—. Tenía la esperanza de que las huellas dactilares de sus manos se hubiesen transferido a la víctima cuando la estranguló, pero debió de usar guantes.

Rachel asintió. No era el primer cadáver que veía después de una autopsia, pero le afectaba más cuando las víctimas eran tan jóvenes. Observó la incisión en forma de «Y» grotescamente cosida que comenzaba en los hombros, atravesaba el tronco y descendía hasta terminar en la zona púbica.

—Tampoco hubo ataque sexual, ¿verdad?

—El resultado del examen fue negativo; al igual que la otra víctima, tampoco fue violada —informó mientras guardaba algo que Rachel prefirió no saber qué era dentro de un frasco de vidrio y lo colocaba en un mueble de metal.

Rachel tocó la mano de Alison y examinó sus dedos; estaban tan fríos como la mesa de acero.

—¿Has revisado sus uñas?

—Sí, parece que ni siquiera se defendió; no hay rastros ni de piel ni de sangre debajo de ellas.

—¡Maldición! —Dio una patada potente contra el suelo—. ¡No puede ser que este tipo no cometa ningún error!

—Nadie es perfecto, Rachel. —Volvió a la mesa de autopsias—. Ya sabes lo que dicen; el asesino siempre se lleva algo de la escena del crimen, pero también deja algo de sí en el lugar. Nadie es infalible y, a menos que sea un experto en criminalística, llegará el día en que cometa un error.

—Y entonces será cuando lo atrapemos por fin —concluyó Rachel por él.

—Tú lo has dicho, preciosa. —Le sonrió.

—¿Has podido identificar qué objeto usó para grabarles el nudo celta en la piel?

—Los muchachos del laboratorio han hallado partículas de acero inoxidable que se derritieron y se mezclaron con la piel de la víctima. —Frunció el ceño—. Es como buscar una aguja en un pajar, es un material altamente resistente al fuego y es utilizado en varias industrias, desde instrumentos decorativos hasta equipos quirúrgicos usados en medicina, y no olvidemos los utensilios de cocina más simples, puede haber usado cualquier cosa —aseveró.

—Comprendo. —Intento sonreír, pero las noticias no eran alentadoras—. Voy a centrarme en los pétalos de nomeolvides y en el simbolismo del nudo celta, tal vez encuentre algo allí.

—Buena suerte, preciosa.

—Steven... —Se giró antes de abrir la puerta—. ¿Puedo pedirte un favor?

—Lo que quieras, esta mañana me he despertado más generoso que de costumbre.

—¡Deja de llamarme así!

Cuando Rachel cerró la puerta de la sala de autopsias, la risa de Steven aún retumbaba por los pasillos de la morgue.

Nomeolvides | H.S.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora