Capítulo 10: Parte 2

193 15 0
                                    

A la mañana siguiente, tal y como Harry le había dicho, él mismo se encargaría de llevarla a Sunrise Press.

Elizabeth se despertó cerca de las ocho y tras darse un baño y vestirse con una falda azul oscuro y una camisa a tono, salió de la habitación. Llevaba aún el cabello suelto y cuando Harry la vio pensó que sin duda era una mujer hermosísima, simple y naturalmente bella. No necesitaba ni siquiera maquillarse; su rostro aniñado y fresco resaltaba por sí mismo.

Elizabeth se detuvo en seco cuando lo vio salir de la cocina, llevaba puesto solo los pantalones de su pijama y su torso estaba desnudo.

No era la primera vez que veía a un hombre semidesnudo pero no pudo evitar sentirse turbada frente a él. Sus ojos se sintieron atraídos por el magnetismo animal que despedía Harry. Contempló sus hombros anchos, el pecho bien formado cubierto con un poco de vello oscuro que bajaba por su estómago, plano y firme, y terminaba perdiéndose bajo la tela de su pijama. Alzó la vista y sin poder evitarlo los colores se le subieron a la cara cuando se enfrentó a su mirada. Algo en sus ojos había cambiado, había deseo en ellos y Elizabeth sintió la misma sacudida que provocaba un choque eléctrico.

—Buenos días.

Su voz sonaba más ronca de lo habitual y aquellas dos palabras solo lograron agitarla aún más. Era un simple saludo de buenos días, pero a Elizabeth le pareció que le estaba pidiendo que hicieran el amor allí mismo.

—Bu... buenos días. —Elizabeth se interrumpió y tragó saliva.

—Tienes el desayuno listo; yo, mientras tanto, me daré una ducha —le indicó con una sonrisa.

Elizabeth asintió y desvió la mirada. Lograba estremecerla con solo sonreírle y aquello ya no era normal.

Sola en la cocina tomó una taza de café y se comió una tostada. Luego, salió a la terraza y encontró a Sam, que aún descansaba en su posición favorita, las patas delanteras a ambos lados de la cabeza y los mofletes pegados al suelo.

Cuando Harry salió de la habitación la buscó en la cocina, pero no la halló. Fue hasta la sala y entonces la vio en la terraza apoyada sobre el balcón. Se quedó un momento contemplándola antes de anunciarle su presencia.

Le estaba dando la espalda y su mirada bajó hasta la falda estrecha que se ceñía a sus caderas y terminaba por encima de sus rodillas. Su larga melena castaña caía libremente sobre la espalda y el sol le daba algunos matices dorados. Ella volvió el rostro y los rayos de sol iluminaron su perfil casi perfecto. Unas pestañas largas y espesas, una nariz redondeada y aquellos labios carnosos que, cada vez que la tenía cerca, solo deseaba besar.

Elizabeth se dio la vuelta y entonces lo vio. Sabía que él estaba allí, había sentido su presencia aún sin verlo y cuando lo vio avanzar hacia ella tuvo que sostenerse con fuerza del balcón para controlar el temblor que le recorría el cuerpo. Era demasiado apuesto y su sola presencia atentaba contra ella y su fuerza de voluntad. Le dedicó una fugaz mirada. Se había puesto unos vaqueros azules que resaltaban los músculos de sus piernas y una camisa blanca tan estrecha que Elizabeth percibió la firmeza de su pecho debajo de ella. Él se acercó más y antes de que pudiera decir o hacer algo ella intervino.

—Si no nos damos prisa, llegaremos tarde.

Pasó a su lado y lo dejó solo en medio de la terraza. Harry no tuvo más remedio que correr detrás de ella para alcanzarla.

—Necesito volver a mi rutina, recuperar mi vida —le dijo ella, de repente, mientras iban de camino a la editorial.

—Te escucho —le respondió con atención.

Nomeolvides | H.S.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora