EPÍLOGO

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Dos meses después.

Elizabeth respiró profundamente y dejó que la brisa que soplaba aquella tarde inundara sus pulmones. Apoyó los brazos en el balcón y sus ojos se posaron en la sortija que llevaba en el dedo anular de su mano izquierda.

Se había convertido en la señora Styles tres días atrás y todavía le parecía estar viviendo un sueño, después de haber estado inmersa en una pesadilla que había durado más de cuatro años. Aquellos dos meses habían pasado demasiado rápido y, en ese momento, apenas podía detenerse a pensar en todo lo que había sucedido.

Harry había pasado casi dos semanas en el hospital recuperándose de la herida en su abdomen. Todavía se le helaba la sangre cada vez que recordaba los momentos que habían pasado en aquel edificio abandonado.

Por fortuna, la policía y los paramédicos habían llegado rápido al lugar. Sonrió al recordar las reprimendas que había recibido Harry de su compañera sobre no haberle avisado de nada y haberse enfrentado a aquella situación él solo, arriesgando su propia vida. Harry había sabido calmarla con un apretón de manos y una de sus mejores sonrisas encantadoras.

Ese día, en el mismo momento en que Peter Franklin Massey caía el vacío, la pesadilla de Elizabeth terminaba. Al menos la amenaza latente de la que había sido víctima había llegado a su fin. Después de aquella experiencia se despertaba por las noches bañada en un sudor frío. Estiraba la mano y, entonces, se daba cuenta de que Harry no estaba con ella porque estaba internado en el hospital. Siguió sus consejos y los de su hermano y volvió a las sesiones de terapia. Aquellas dos horas semanales, poco a poco, le fueron devolviendo la paz y el sosiego que su vida necesitaba. La terapia y Harry habían sido su motor para seguir adelante.

Cerró los ojos y pensó que, si algo malo le hubiese sucedido a él, ella no lo habría soportado. Harry había puesto su vida en peligro para salvarla. Sin detenerse a pensar en las consecuencias, había permitido que Peter lo hiciera partícipe de su juego. Le agradeció lo que había hecho por ella y fue a diario al hospital. Se quedaba durante todo el día y regresaba por las noches a casa, completamente agotada, para acostarse a dormir junto a Sam y el pequeño Otelo II.

Lo amaba y le debía la vida.

Abrió los ojos cuando percibió su presencia. Se quedó allí, quieta. Le gustaba que él la observara antes de acercarse.

Harry se recostó contra la puertaventana y se metió las manos en los bolsillos. Una brisa ligera echaba el cabello de Elizabeth hacia atrás, y él pensó, una vez más, que era la mujer más hermosa que había conocido en su vida.

La mujer que había comenzado a amar, casi sin darse cuenta, desde el primer encuentro: tan asustada y vulnerable. Su necesidad de protegerla poco a poco se había ido convirtiendo en algo más profundo, más grande. Tan profundo y tan grande como el amor que sentía por ella.

No le había importado poner en vilo su propia vida por salvar la de ella. Después de todo, si algo le hubiera sucedido a Elizabeth, si la hubiese perdido en manos de aquel loco, el dolor habría sido insoportable y la vida ya no habría sido jamás la misma. Elizabeth había estado junto a él mientras se recuperaba de su herida, y sus cuidados y su devoción eran la mejor recompensa por tanta angustia.

Su último día en el hospital sería inolvidable para ambos. Acostado en aquella cama y con el rostro todavía algo pálido le había pedido oficialmente que se convirtiera en su esposa. Había contado con la complicidad de Kevin que se había encargado de traerle un anillo a escondidas. Se estremeció al recordar la emoción en el rostro de Elizabeth cuando le dio la pequeña cajita de terciopelo negro. Ni siquiera había habido necesidad de palabras, se habían mirado y eso había bastado. Ella lo había abrazado y, segundos después, la habitación del hospital se había llenado de gente. Estaban todos. Kevin y Leslie que, para alegría de Elizabeth, parecían estar más cerca que nunca. Se habían unido al festejo Jennie y Brandon, que se habían escapado un par de horas de la editorial para felicitarlos, y también habían llegado Rachel y Phil, con una botella de champán y algunas copas.

Nomeolvides | H.S.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora