Capítulo 7

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"¿Relamente crees que te mereces otra oportunidad?"

Las palabras del rubio seguían latentes, aun después de un mes, en el cerebro del joven Uchiha. Y aunque las pensara tres mil veces, siempre llegaba a la misma conclusión, no.

Obito sabía que Deidara tenía razón; no podía ir y pedir otra oportunidad apenas era perdonado. Pensó que al disculparse podría comenzar una nueva relación de amistad con el muchacho de ojos zafiros, aunque era otra la que deseaba, pero el rubio se encargó de rebotarlo como un experto.

Al llegar a su casa, después de ese encuentro, y pensarlo con la cabeza más fría, Obito se dio cuenta de cuán caradura había sido. Deidara le había contado cuánto sufrió en aquellas épocas escolares; sin embargo, como el rubio le dijo que ya podía rehacer su vida, él no se puso ni un segundo en sus zapatos. Era entendible que el chico Kamiruzu quisiera estar alejado de Obito.

—Que idiota soy —pronunció en voz alta, sin percatarse de la presencia de una segunda persona.

—¿Por qué dice eso, señorito Obito? —preguntó, algo preocupada, su nana.

—Ah, no es nada grave, Azami-san.

—¿Está seguro? —indagó. No estaba convencida de la respuesta de su joven amo.

—Sí, estoy seguro. Es un tema que ya solucionaré —le sonrió. 

—De acuerdo.

—¿Pasó algo? Nunca vienes a buscarme a mi habitación.

La mujer pareció recordar—. Ah, Dios mío, sí. Joven Obito, sus padres están de regreso. Como no lo vieron me pidieron que suba a avisarle.

El pelinegro abrió los ojos del asombro. ¿Sus padres? Pero ellos habían dicho que se irían por más de un año. ¿Qué hacían tan rápido en el país?

—Iré de inmediato, gracias, Azami-san.

—De nada —hizo una reverencia de cabeza—. Acomodaré sus cosas —avisó, antes de que Obito saliera corriendo de la habitación.

Al llegar a la cocina se encontró con sus progenitores.

—Madre, padre —dijo.

Las dos personas levantaron la vista de sus computadoras.

—Obito —quien habló fue la mujer. El hombre sólo dio un saludo de cabeza.

—Bienvenidos. ¿Qué hacen aquí tan pronto?

Su madre enarcó una ceja y logró que el ojinegro se encogiera en su lugar, pues ella era una persona demasiado intimidante.

—¿No te alegra tenernos? —empezó a tamborilear sus uñas contra la mesa.

—N-no es eso. Es que es... Inusual que vuelvan antes de lo previsto.

—Hubo un problema en un caso y los mayores nos pidieron ayuda.

—¿Es grave?

Su padre lo miró—. Cuando te gradúes podrás entenderlo, por lo tanto, ahora no te entrometas.

La mujer lo pateó por debajo de la mesa.

—No es algo por lo que debas preocuparte —le sonrió, algo cálida.

—Está bien. Me iré a mi cuarto, por si me necesitan ya sabe...

—De hecho... —interrumpió ella— Hay algo que queríamos saber.

El hombre miró a la mujer y asintió.

—¿Qué es? —preguntó Obito. Por alguna razón presentía que no era nada bueno.

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