Capítulo 11

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—¿Qué? —Obito parpadeó repetidamente.

—Así que sí te olvidaste, Uchiha —Sasori rodó los ojos—. Como sea, el domingo no puedes estar aquí —el pelirrojo lo miró fijamente; por su parte, el pelinegro se tocó la cara, pensando que tenía un moco pegado por allí—. Te estoy diciendo de una manera sutil que te estamos echando de aquí —sonrió falsamente.

—¡Sasori! —reprendió Hidan— No debía saber que lo estábamos echando —susurró—. Pero sí, Uchiha, necesitamos que te quedes en otra parte el domingo —se llevó un aperitivo a la boca.

—¿Por qué? —preguntó.

—¿Qué? —Sasori enarcó una ceja.

—¿Por qué no puedo quedarme? —refunfuñó.

—Porque te odia...

—Porque queremos pasar una noche de chicos con Dei, es nuestro amigo y casi siempre la pasamos de esta manera. Espero que lo puedas entender —sonriendo, el albino apoyó su mano en el hombro del Uchiha.

—Prometo comportarme, por favor —juntó sus manos en forma de súplica.

—Eh... Yo, yo creo que tal vez deberíamos darle una oportunidad. ¿Qué dicen? —cuestionó el ojivioleta a sus amigos.

—¿Itachi? —interrogó el pelirrojo.

—Solo serás tú, Obito. Ni Rin, ni Kakashi —sentenció el de cabello azabache.

—¡Sí! —exclamó.

—Genial —murmuró Akasuna, sarcástico, luego se fue del lugar.

—No creo que a Sasori le haya agradado la noticia —dijo el Uchiha de cabello corto. 

—Es más que obvio —agregó el peliblanco—, pero tampoco reprochó, supongo que es porque sabe que Deidara también te quiere aquí.

El pelinegro sonrió, le hizo feliz saber que el rubio lo quería a su lado en un día tan especial.

Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando la puerta se abrió estrepitosamente. 

—¡Sasori, tú, hijo de puta!

Un airado Kamiruzu entró por la puerta principal, buscando a la víctima de su enojo.

—Hey, también estoy aquí —saludó Hidan.

—¡No creas que no te vi a tí también, maldito masoquista satánico! —Deidara respiraba agitadamente, rojo de furia.

—Rubia, tranquilízate, se te caerá el cabello —agarró un mechón, pero el otro se quitó inmediatamente.

—¡No me toques!

—Inhala, exhala —intentaba calmarlo.

—¡Púdrete!

—Ya, rubia, ¿por qué tan alterado?

—¿Sabes cuánto tuve que caminar? Se fueron sin mí —respondió, con el ceño fruncido.

—Ah... —El albino se rascó la mejilla, mirando hacia otro lado—. Es que no sabíamos que seguías en la universidad.

—¿Me crees idiota? Apenas me viste, pisaste el acelerador —el ojiazul rodó los ojos—. Hola, Itachi, Obito —saludó.

—¿Más tranquilo? —preguntó el de cabello azabache mientras le pasaba un vaso de agua.

—Gracias —dijo sonrojado, aunque esta vez era más de vergüenza que de enojo—. Y sí, estoy más tranquilo.

Volverte a ver (Obidei) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora