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Tome al pequeño Aslan en mi brazos levantándome costosamente ya que mi barriga de embarazada no me lo permitía, mientras observaba como mi marido jugaba con Eva y Caspian, me tumbé en la cama junto a mi familia, dispuesta a ordenarles dormir en la tarde de domingo lluvioso.

-Venga hijos, calmaos- les pedí- ya es tarde
-Cuéntanos una historia- pidió Aslan mientras yo acariciaba su pelo negro.
-¿Cuál queréis?- pregunté sonriente sintiendo una mirada gris sobre mi.
-La de los hermanos y la dama, por favor- dijo Eva poniéndose a mi otro lado.
-Si el del león, la bruja y el ropero- pidió Capian leyendo el título en uno de los muchos dibujos que yo hacia sobre la historia.
-Está bien, por fin os contaré la historia...- cedí.
-¡Si! Venga, venga- insistieron.
-Vale, voy, todo comenzó entre el 1930 y 1940, la Segunda Guerra Mundial...

...

El sonido de un gran estruendo me despertó, a través de mi venta vi el caos, aviones alemanes estaban bombardeando mi pueblo, la puerta se abrió y mi madre tiró de mis sabanas para levantarme, ambas de la mano corrimos a el pequeño cobertizo del patio trasero. Esto ya es preocupante, vamos de mal en peor, normalmente intento mantenerme positiva pero tras la muerte de mi padre en la guerra, cada vez se me hace más difícil, mi madre leía su libro en voz alta para desconcentrarme del bombardeo exterior. Su voz calmada hizo que consiguiera el sueño de nuevo, rogando que para cuando despertara esto haya acabado.

Al día siguiente mientras ordenaba mi habitación escuché a mi madre hablar por teléfono, sin poder evitarlo me asomé por la puerta a escuchar la conversación.

-Me va a costar no estar con Prissy- al escuchar mi nombre bajé las escaleras hasta donde ella estaba.
-Mandaré a mi niños lo más lejos de Inglaterra que pueda, con un profesor creo que es- escuché que le decía la otra mujer a través del teléfono- espero que Peter los cuide.
-¿Sabes si aceptan a alguien más? Mi hija tiene la edad de tu Edmund ¿no?- dijo ella y cambié de escondite para oír mejor.
-¡Si, si, si! Cinco plazas, yo te aviso- le dijo esta.
-Muchas gracias Helen, cuídate- colgó el teléfono y corrí silenciosa hasta las escaleras.

Se fue lejos del salón, creo que al patio donde llegaba el cable del teléfono de la cocina, hizo unas llamadas más, recibió otras y llegó el momento.

-¡Prissy! Baja un momento.
-¿Que pasa?- pregunté bajando las escaleras de nuevo.

Me explicó todo lo sucedido y que debían mandar a todos los niños fuera donde estemos a salvo, lo asumí con madurez y ambas hicimos las maletas, mañana en la tarde me iría, pero no me nombro a la mujer con la que estaba hablando, solo el profesor.

...

-Cuídate el pelo, no tomes tanto pescado, recuerda pagar las facturas y visita a la señora Astrow, no me eches mucho de menos, ambas estaremos bien ¿queda claro?- dije mientras me soltaba del abrazo de mi madre.
-Eh, que la madre soy yo, esas cosas te las tengo que decir yo a ti- me dijo limpiándose una lágrima.
-Pues adelante- dije sonriente, agarre fuerte mis maletas esperando el último adiós.
-Ehm... cuídate, haz amigos, lee mucho, no te metas en peleas y confía en ti- me dijo, el silbido fuerte que indicaba que debía irme retumbó por el metro atolondrado de gente- debes irte, adiós, te quiero.
-Yo también te quiero, hasta siempre- le dije apretando su mano, con la misma me giré y comencé a caminar.

Le di el pasaporte a un hombre en uniforme, este me indicó el lugar donde debía ir, subí de las primeras al tren y me senté en un vagón solitario, dejé mis maletas en la zona alta con solo mi libro que mi madre días antes me había regalado "Mujercitas" pasé la página mientras cruzaba mis piernas como india sentándome en una rara posición para el sitio donde estaba sentada. Un rubio de unos 16 años abrió la puerta con otras tres personas detrás.

𝐋𝐨𝐬 𝐡𝐞𝐫𝐦𝐚𝐧𝐨𝐬 𝐲 𝐥𝐚 𝐝𝐚𝐦𝐚-𝐄𝐝𝐦𝐮𝐧𝐝 𝐏𝐞𝐯𝐞𝐧𝐬𝐢𝐞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora