Capítulo 2

60 13 7
                                    

Supe que había dormido demasiado en cuanto abrí los ojos. El letargo turbaba mi mente y la penumbra del cuarto agravaba mi ofuscación. Tardé varios segundos enfocar mi concentración.

Estaba boca arriba sobre el colchón, contemplando la tenue luz que se reflejaba débilmente en el techo. Me giré para buscar su fuente y hallé que la ventana exhibía el principio del amanecer. La vasta llanura aún cubierta en sombras formaba una masa negra que se extendía hasta el horizonte, desde el cual asomaba una intensa luz naranja, resplandor de los primeros rayos del sol naciente. Éstos se proyectaban en las nubes, esclareciendo el cielo oscuro de la noche y otorgándole un color gris mortecino.

Lo observé con los labios ligeramente separados. Estaba cautivada por la imagen. Nunca había visto un amanecer de ese tipo en la ciudad, con las edificaciones obstruyendo la vista o la contaminación lumínica robando el brillo al sol, así que me dediqué a apreciar la enorme estrella ascendiendo durante un largo instante.

Entonces, me di cuenta de lo que eso significaba.

Había dormido el resto de la tarde y toda la noche. Probablemente me habían llamado para la cena, pero estaba tan sumida en sueños que no lograron despertarme. Sentía mi estómago hueco, como si estuviera lleno de aire, y los sonidos leves producidos por la acidez delataban la ausencia de comida.

Me puse de pie y realicé una rápida visita al baño antes de calzarme un par de zapatillas y abandonar la habitación. El silencio y la oscuridad eran dueños del pasillo. Lo transité dando pasos sigilosos, esperando no despertar a quienes dormían tras las puertas que dejaba atrás, pero aceleré mis pasos al bajar las escaleras y atravesar la sala hacia la cocina.

No esperaba encontrar personas activas a esa hora -un vistazo a mi teléfono me había revelado que eran las seis y diez de la mañana-, sin embargo, Annie y Fred estaban sentados a la mesa, sorbiendo té y comiendo tostadas. Me detuve en el umbral del arco al divisarlos.

—¡Moira! ¡Buenos días! —saludó Fred, sorprendido —Despertaste temprano.

—Dormí bastantes horas, —respondí— desde que llegué. Espero no haberme perdido mucho...

—Oh, no, en absoluto —aseguró Annie, sonriendo— Todos nos fuimos a dormir temprano ¡Ven! Siéntate. Te serviré el desayuno.

—No es necesario, lo haré yo.

La mujer rechazó mi oferta con un ademán y caminó los pocos metros que la separaban de la mesada.

—¿Quieres té, café, mate, chocolate caliente...? —sugirió.

—Café está bien.

Tomé asiento, intentando ocultar mi renuencia. No estaba acostumbrada a que otros hicieran las cosas por mí y, de hecho, no me gustaba que así fuera. Prefería hacerlo todo yo misma, incluso si se trataba de un simple desayuno, pero no iba a ser grosera con los ellos frente a su hospitalidad.

—Así que dormiste bien, ¿eh? —inquirió Fred.

—Sí. Y hace un rato pude ver el amanecer desde el cuarto —declaré, revelando en mi semblante la fascinación que había sentido entonces— Fue hermoso.

—¡Te dije que tenías de las mejores vistas! —me recordó Annie, trayendo a la mesa una taza de café humeante recién vertido— Ya verás lo que es en las noches despejadas. Como un sueño estrellado...

Continuamos conversando mientras desayunábamos. Me avisaron que, en cuanto mi abuela despertara, iríamos a recorrer las inmediaciones del lugar para conocerlo mejor. Aquellas palabras provocaron que mi mirada se deslizara hacia el ventanal. El sol ya se había elevado e iluminaba los kilómetros desérticos.

MacabroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora