Capítulo 11: Viaje al pasado

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Daphne de 13 años:

El olor a cigarrillos y alcohol mezclados con el pútrido aroma a humedad llenaron sus fosas nasales, aún así el sentimiento de asco no la alcanzó. Ya estaba acostumbrada después de todo.

-Maldita cerda asquerosa, ¡Te dije que eran los cigarrillos simples!-gritaba su madre mientras abofeteaba el rostro de Daphne con fuerza.

Había cometido un error estúpido, confundió el tipo de cigarrillos que acostumbraba a fumar su madre con los de su padrastro.

-Lo lamento mamá, no volverá a pasar te lo prometo-susurró la niña de trece años cuya mejilla comenzaba a tornarse de color rojizo mientras intentaba ocultar el dolor asomando por sus ojos.

-¿Lo lamentas? Y a mí de que mierda me sirve tu disculpa, tiraste mi maldito dinero por nada-contestó con furia su madre cuyo rostro parecía un espejo del propio de Daphne, solo que ajado con el correr de los años y excesos de abusos.

El resonar de unos pesados pasos se escuchó acercándose al lugar, no necesitó darse la vuelta para saber quién estaba a su lado, acechando igual que una bestia.

-¡Que mierda está ocurriendo, no puedo dormir con tantos gritos!-gruño Mickol, agregando más olor a alcohol al ambiente.

El cuerpo de Daphne se tensó en respuesta, miedo genuino apoderándose de cada parte de su cuerpo.

Mickol, el gorila apestoso, violento, alcohólico y de mal carácter, se acercó unos pasos más a ellas con la mirada depredadora fija en ella.

-La idiota de Daphne me trajo una mierda de lo que le pedí-contestó su madre, odio y asco apoderándose de su voz.

-¡Qué demonios hiciste maldita perra!-gritó Mickol mientras estiraba su peludo brazo para sujetar su cabello con fuerza

Daphne comenzó a llorar al tiempo que sacudía su menudo cuerpo con todas sus fuerzas en un intento desesperado por soltarse de su agarre. Pero Mickol la tenía fuertemente apresada, ella sabía que no tenía ninguna oportunidad para escaparse a menos que el decidiera soltarla o su madre interviniera.

Ella levantó su oscura mirada pintada de terror en dirección a su madre, una súplica silenciosa en busca de ayuda. Pero el rostro de su madre seguía colapsado de odio.

Una excusa, Daphne se dió cuenta que cada una de sus actitudes eran la excusa perfecta que ellos necesitaban para liberarse, para cortar las cadenas que apresaban a las bestias que habitaban sus pieles.

-¡Me lastimas!-dijo Daphne con la voz rota y la visión casi nublada por las lágrimas.

-¡¿Te duele? Entonces la próxima vez lo pensarás mejor maldita cerda asquerosa!-escupió su padrastro mientras lanzaba el cuerpo extremadamente delgado de Daphne contra el suelo.

Un agudo dolor punzante a la altura de su ojo izquierdo acompañó el fuerte impacto, pero Daphne sabía que ahí no terminaba la secuencia de terror.

Como pudo y haciendo uso de todas sus fuerzas, ella logró darse la vuelta, quedando de frente a Mickol.
Quizás fuera el hecho de que ella estaba en el suelo y el de pie, pero parecía mucho más imponente, más aterrador incluso.

Desde que Daphne tenía uso de razón, había logrado desarrollar una peculiar habilidad para leer a las personas, sus sentimientos e intenciones. Por eso solo necesito un vistazo al rostro de Mickol para saber que iba a ocurrir.

Violencia, pura y genuina violencia acumulada, preparada para ser liberada, ansiosa de tomar el control.

Las alarmas de Daphne se prendieron en alerta, su cerebro comenzó a trabajar lo más rápido posible en busca de una salida, una forma de escapar a su frívolo destino. Y la encontró.

El valor y la fuerza de voluntad se apoderaron de su ser, la adrenalina poseyó su cuerpo en el preciso instante que tomaba un último respiro antes de desatar el infierno.

-¡Te dije que me duele maldito simio apestoso!-gritó Daphne, sus oscuros ojos ardiendo con un fuego infernal mientras estampaba su pie haciendo uso de todas sus fuerzas contra la entrepierna de Mickol.

La sorpresa y el dolor cortaron la respiración de su padrastro, éste se limitó a inclinarse hacia adelante formando una U con su cuerpo.

El deleite al admirar aquella escena arrancó una sonrisa de los labios de Daphne, pero aunque lo deseaba no podría quedarse a disfrutar de aquella victoria.

Tan rápido como sus piernas se lo permitieron, ella se incorporó de su lugar en el suelo, y temblando como una hoja corrió los pasos que la separaban de la entrada principal.

Corriendo por su vida, acompañada por el tamborillante latir de su corazón, supo que no sería frágil y delicada como todo el mundo esperaba, jamás sería la damisela en peligro a la espera de un caballero de brillante armadura, Daphne nunca podría serlo, después de todo acababa de convertirse en su propio héroe.

El pensamiento fue tan fuerte y repentino, que la obligó a creerlo; sin importar nada ahora ella era su propio héroe.

Cuando la punta de sus delgados y pálidos dedos rozaron la superficie del picaporte principal, una fuerza muy poderosa la empujó hacia atrás.

El menudo cuerpo de Daphne impactó contra el suelo produciendo un ruido seco, ella tardó unos segundos en abrir sus ojos ya que su cabeza se sumía en un doloroso torbellino borroso.

Lo primero que sus ojos color noche enfocaron, fue el horrible rostro de Mickol rojo de cólera.

-¿A dónde crees que ibas pequeña puta?-gruñó el hombre aprisionado su cuerpo contra el suelo inmovilizandola antes de estampar su puño cerrado contra el lado izquierdo del rostro de la niña-Vas a pagar por lo que me hiciste maldita cerda asquerosa.

Mickol volvió a proferir otro golpe contra el rostro de Daphne, acompañado de palabras que intentaban volverla menos que mierda.

Pero ninguna palabra o golpe la harían cambiar su opinión, ni siquiera el miedo que sentía hacia aquel simio humanoide.

-¡Mickol es suficiente, ya aprendió!-escucho decir a una voz lejana.

Fue entonces que se dió cuenta de lo que ocurría, notó el penetrante sabor a hierro en su lengua, el sabor de la sangre. Intentó moverse, pero ninguna extremidad le respondió. Comenzó a sentir su cuerpo más liviano, mientras la oscuridad se cernía a su alrededor igual que el abrazo cálido de una madre.

-Alejate de ella Regina o correrás la misma suerte-gruñó el hombre, su voz cargada de ira, odio y asco.

Y como si una manta cálida le fuera arrebatada en pleno invierno, aquella oscuridad reconfortante y protectora desapareció, dejando a su paso un vacío que no podía comprender.

Daphne no había muerto, estaba segura porque seguía escuchando, oliendo y sintiendo cada vez más las sensaciones; pero no lograba entender qué había pasado con la oscuridad y el simio iracundo.

Daphne no había muerto, estaba segura porque seguía escuchando, oliendo y sintiendo cada vez más las sensaciones; pero no lograba entender qué había pasado con la oscuridad y el simio iracundo

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