Capítulo 17. Realidad

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Petzite no pudo ocultar la expresión de satisfacción que le provocaba la mueca de enfado de Karmesite.

—No, no entiendo —expresó la doncella con el ceño fruncido después de escuchar las indicaciones dadas.

La sonrisa en el rostro de Petzite se ensanchó.

—Te lo explico de nuevo, querida —dijo en tono condescendiente.

—Entendí perfectamente lo que me dijiste —la interrumpió con todo el autocontrol que pudo—. Lo que no entiendo es: ¿por qué tengo que hacer yo estas faenas? Eso es trabajo para la servidumbre.

Petzite se acercó a ella contoneando las caderas y le habló en un susurro, como si estuviera a punto de revelarle un importante secreto.

—Esa es la labor de las damas de la reina. Y ten en cuenta que pronto dispondrá de una menos, ya que la señorita Amy se casará pronto con nuestro joven sanador.

Antes de que Karmesite pudiera replicar. Petzite abrió las puertas de los aposentos de la reina.

—El lecho tiene que estar impecable —le punzó saboreando cada palabra.

Sin nada más que poder hacer, Karmesite circundó el lecho, tomó las pieles que lo cubrían y las echó por los aires con un grito frustrado que no se molestó en reprimir.

Su situación en palacio le parecía a ratos insostenible. Había noches que solo se dedicaba a satisfacer al rey, que no hacía otra cosa más que tratarla como un mero objeto, un objeto al que no le tenía un ápice de aprecio, otras veces era degradada a una vil sirvienta  y con todo y eso, era mucho mejor que las precarias condiciones del burdel en donde solía prestar sus servicios.

Si por ella hubiera sido, ya se habría largado de ahí. De no ser por el hombre del que se había enamorado, al que había hecho blanco de su obsesión.

Tomó las mantas de lino estrujándolas entre sus manos, dispuesta a repetir lo que había hecho con las pieles. Cuando detectó un aroma que solo gracias a la experiencia que ella tenía pudo ser perceptible a su olfato.

Frunció la nariz y acercó su rostro a las mantas. No hubo duda alguna, aquel aroma era inconfundible. Además de que la manta tenía una mancha muy sutil que solo se podía apreciar si se miraba en detalle.

Un brillo mordaz y peligroso se asomó en los irises de la doncella.

Hacía más de dos años que el rey no visitaba ni por asomo a la reina. Con aquella certeza perfiló un plan. Uno dónde ella saldría beneficiada y con el hombre de sus sueños a su lado…

—👑—

Los encuentros de Serena y Seiya solo podían ser comparables al encuentro de dos caballeros en una justa, había algo primitivo que los poseía una vez que se encontraban uno frente al otro, algo imparable, al igual que una tormenta.

Bajo la luz tenue de esa alcoba, apenas iluminada por un par de velas. Se observaron el uno al otro con los ojos brillantes por el deseo, queriendo devorarse. Y ni tardos, ni perezosos, se arrancaron las ropas que mantenían a sus cuerpos presos. Dejando cabida solo a un placer irracional en puro éxtasis.

Sus labios se encontraron entreabiertos profiriendo gemidos obscenos, en cada suspiro, en cada embestida, pronunciaron el nombre del otro.

Serena no pudo evitar disculparse mentalmente con Amy y su esposo, a la vez que Seiya bebía con avidez el sudor de sus turgentes senos, mientras sentía los espasmos en su bajo vientre producto del inminente orgasmo que la azotó.

Y mientras gimió el nombre de Seiya con las mejillas arreboladas, aferrada a la espalda de su amante. Volvió a disculparse, pero por disfrutar de ello, porque no le importaban las consecuencias. No le importaba si su reino se iba a guerra civil.

La Reina infielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora