Capítulo 6. Un nuevo visir

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La noche ya había caído sobre ese pequeño poblado ubicado a las afueras de Tankei, y en una de las casonas más antiguas, que algunos plebeyos conocían como: la casa del placer (que no era más que un vulgar burdel).

Se encontraba un joven de larga cabellera negra azabache y ojos tan azules como el zafiro, estaba apoyado en el alfeizar de un ventanal con postigos, observando las estrellas que titilaban en el firmamento, sus pensamientos iban y venían, evocando fragmentos de su vida. Aunque era un joven de apenas diecinueve años, había viajado casi por todo el mundo.

Cuando el joven azabache tenía trece años, tenía pensamientos muy románticos sobre como se manejaba el mundo, era muy idealista, muy iluso. ¿Y quién no lo sería? Después de todo, su hermano y él eran hijos de sanadores de renombre que servían a los reyes de Tankei y siempre vivieron con todo lo necesario, nunca supieron de hambre o frío. Hasta que él, aún siendo un adolescente comenzó a viajar pese a todas las advertencias que le dijeron su hermano mayor y su mentor, simplemente tomó un viejo saco de piel y se fue sin mirar atrás. Fue lo más factible para huir de su realidad, sus padres habían fallecido y su hermano mayor y él quedaron al cuidado del conde Artemis de Tankei (que falleció en años posteriores), le dolía demasiado estar en casa rodeado de sus recuerdos y la melancolía, solo quería olvidar, olvidar para siempre.

Durante sus viajes supo lo que era el hambre, las arduas e infrahumanas jornadas del campo, el frío que calaba hasta los mismos huesos y la malicia de las personas, aunque no todo era malo y en la misma medida, también conoció la candidez y la nobleza de la gente. Pero nadie, absolutamente nadie vivía de eso y pronto aprendió a utilizar su carisma como medio de vida.

También pensaba en su hermano mayor, que era la única familia que tenía, en lo mucho que lo echaba de menos aunque le costara admitirlo y hacía años que no lo veía. Estaba sabido de que era sanador y que servía al Rey de Black Moon, que no era otro más que su actual benefactor.

El joven volvió la mirada al sentir el contacto de una mano sobre su antebrazo que lo sacó de sus cavilaciones, encontrándose frente a él a un par de orbes color miel que lo observaban con curiosidad.

—Seiya, ¿no es así? —preguntó la chica con timidez. Lo cual era muy extraño en ella, pues de todas las doncellas que habitaban aquel lugar, ella era considerada una de las más hermosas, por tal razón nunca tuvo necesidad de dirigirse a ningún caballero, ellos eran los que la buscaban como abejas en busca del más dulce néctar, era muy pretenciosa y ambiciosa. Los hombres siempre cedían a sus deseos, pagando por su compañía una cuantiosa cantidad de oro.

Y sin embargo, el joven que tenía frente a ella no parecía haber reparado en su presencia. Seiya había llegado a ese burdel hace tres días, acompañando al joven y apuesto monarca de Black Moon y en todo ese tiempo, él no había solicitado la compañía de ninguna mujer, lo que dio como resultado que las jóvenes se interesaran por él, anhelando sus favores.

—Así es —repuso Seiya jovial y con un aire divertido. Él adivinó las intensiones de la chica tan pronto como sintió su contacto, y aunque había rechazado cualquier acercamiento con alguna de ellas, tenía que admitir que la criatura que estaba frente a él, era sin duda muy hermosa, sus prominentes caderas eran las más propicias para perderse un buen rato y ese corsé amarillo mostaza que traía puesto hacia resaltar el color de su blanca piel, haciéndola lucir aún más apetecible.

—Llevas días aquí solo. Y puedo ayudarte a hacer más placentera tu estadía —le dijo la chica de manera insinuadora, deslizando sus manos por los fuertes brazos de Seiya.

Seiya extendió uno de sus dedos y recorrió el contorno del rostro de la chica, lo hizo con delicadeza. Ella al contacto cerró sus ojos, entregándose a las sensaciones que le producía el roce de la piel de Seiya.

La Reina infielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora