VI

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Alrededor de dos meses pasaron, y a mi ya me iban a dar el alta en el hospital, aunque seguiría yendo en silla de ruedas. Y sí, podria mentir diciendo que todo estaba bien pero no, no era sencillo estar solo de nuevo. Durante el tiempo que estuve hospitalizado Reki nunca vino a verme ni un solo día, ni siquiera le importó la carta que le mandé y no me mostró señales de que aún quisiera hablar conmigo.

Salí de aquel edificio junto a mi madre, pero en vez de sentirme libre sentía una presión en el pecho, yo no queria volver.
Las nubes ese día estaban bonitas, capaz estas hubieran pasado por encima de la casa de Reki.
Nubes, siempre vagan por el mundo sin complicacion alguna y son rídiculamente admirables. Normalmente suelen ser acolchadas y reconfortantes, ¿y como sé eso? muy sencillo, porque yo no necesito subir arriba para poder tocar el cielo, porque yo lo unico que necesitaba eran sus brazos y eso era mas que suficiente para crear un paraíso completo.

Los pajaros cantaban en un sinfín de melodías y los rayos de sol reflejaban mis mechones azulados. Solo deseaba volver a reconciliarme con aquel chico, y para mi suerte, el sonido de unas ruedas de skate invadieron mis oídos, haciéndome poner alerta pensando que tal vez podía ser él.

Se estaba acercando, en mis ojos se reflejaba un brillo como nunca antes, y al doblar la esquina, se esfumó.

-¡Langa! Espera, no me digas que tu también..

Cuando me vió sentado en aquella silla su sonrisa automáticamente se esfumó, dejando en él un sentimiento notorio de tristeza. Había frustración y decepción en la cara de Miya, parecía que llevaba un gran peso en los hombros.

-¿Reki no te lo dijo? Y además, ¿como que yo también?

Las lagrimas inundaron su pequeño rostro, entonces no me lo pensé y le abrazé rodeando mis brazos por su capucha con orejas de gato. Él en un movimiento involuntario escondió su cabeza en mi cuello, hasta que un pequeño llanto empezó a empapar mi camisa blanca.

-Tranquilo Miya, sé que volveré a caminar, pero necesito que me digas a que te refieres con eso.

-Prometeme que volveras a caminar, por favor, por favor...

Se apegó aún mas a mí, apretando con sus puños el cuello de mi camisa. Definitivamente algo no estaba bien desde el principio.

-Te lo prometo, Miya.

-Reki dejó de salir de su casa hace tiempo, ya nadie sabe nada de él.

Y cuando pensé que mi corazón no podía soportar mas dolor, fallé, porque sí lo hizo. Quería correr, correr muy rapido hasta su casa y quedarme a su lado para decirle que ya estoy bien pero no era posible, nunca era posible hacer nada.
A decir verdad, no tengo ni la menor idea de que estoy haciendo, ya no solo conmigo, si no con mi vida. Los dias pasan cómo si de un libro se tratase, un libro donde en cada capítulo se repite la misma escena una y otra vez. A veces creo que sería mejor dejar de leerlo, y acabarlo por fin, hasta que recuerdo el motivo por qué mis dias felices tienen sentido, y los pensamientos negativos se esfuman dejandome el pensamiento de un chico pelirrojo que siempre pensé conocer mas de lo que creí.

-¿Crees qje estará en su casa?

-No lo sé, no se que decirte.

Me reincorporé y Miya se apartó de mí volviendo a tomar su skate entre las manos. Le lancé una mirada con un significado que ambos conocíamos.

-Vayamos a su casa.

-¿Estas seguro? Las veces que fui yo su madre se limitó a decirme que aun no quería bajar de su habitación, será un milagro si se deja ver aunque sea.

Tristemente sonreí, sabía que Reki tenía estas actitudes de gruñón, sobretodo cuando no almorzaba mochis de coco. Él era un buen chico, de echo es un buen chico, pero está asustado porque se culpa a sí mismo y eso debe parar.

El camino fue silencioso, pero no era un silencio incómodo, a más, era un silencio pacifico y suave que hacía yacer las preocupaciones.
Escasos metros eran los que faltaban para llegar a su casa, la conocía perfectamente, como si mi nombre fuese.

Realmente pensé que él no querría verme, o peor aún, que me echaría de su casa, aunque nada de eso importó cuando le ví salir por aquella puerta, por primera vez en mas de noventa días.

Hechó dos miradas porque una no le bastó para reconocernos. Su boca se entreabrió y sin previo aviso, pequeñas lagrimas templadas comenzaron a vagar por sus mejillas, las que ahora estaban en un tono rojizo por el llanto.

Cerré mis ojos, los cerré suplicando una y otra vez que viniera hacia aquí, y cuando llegó el momento de abrirlos pude presenciarle corriendo hacia mí, y en un pestañeo se abalanzó a mi torso para envolver sus brazos en este.
Sonreí para mis adentros y en un rápido movimiento tomé su cabeza entre mis manos jurandome a mi mismo que nunca más le dejaría ir.

-Lo siento Langa, lo siento.

Apenas pude descifrar lo que me decía, pues se estaba trabando a causa del fuerte llanto que brotaba.
Tomé sus mejillas con mis manos, colocando su frente contra la mía, y pasando mis pulgares por sus ojeras aliviando las lágrimas.

-Está bien, tranquilo.

-Fui un completo imbecil, me necesitabas mas que nunca y te dejé solo.

Acaricié su cabello con mi mano mientras con la otra apaciguaba el llanto.

-No te machaques tanto a tí mismo, estoy bien y nada de esto ha sido por tu culpa.

-Espero que sigamos hablando después de esto.

-Por supuesto, por un pequeño accidente nunca te dejaría de hablar.

-Langa, no hablo del accidente, hablo de esto.

Pasó su mano tras mi nuca, y sus labios se juntaron con los mios, sumergiendonos a los dos en un cálido beso que significaba más que mil palabras y mil disculpas. Ví por el rabillo de ojo como Miya sonreía, entonces cerré los ojos y coloqué mis dos manos detrás de sus orejas para entrelazar mis dedos por sus mechones rojizos.

-No me dejes ir nunca más Reki.

-Prometo no hacerlo nunca.

endless nights | langa & reki Donde viven las historias. Descúbrelo ahora