Errores cometemos todos.

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Errores cometemos todos decía una señora mientras esperaba en la guardia de un hospital, era una noche de verano, afuera se escuchaba la feria, el carnaval había llegado a la ciudad y los chicos y no tan chicos estaban disfrutando, la señora esperaba sentada sola, no tenia quien la acompañe, la guardia al igual que siempre tardaba en atender, ocurría que en ese pequeño pueblo solo había un enfermero y un doctor, esas son las cosas de los pueblos chicos alejados de la tecnología, pueblos sin mar y sin montañas, pueblo de campo, donde lo único atractivo que tenía era una piedra con la cara de Menem, la cantidad de gente que podía ir a visitar a el pueblo y a ese atractivo queda a imaginación del lector. Las horas pasaban, y la única luz que funcionaba en la oscura guardia empezó a titilar, transcurría el tiempo y la señora se repetía casi en tono de llanto, porque por más que quería no podía llorar “un error lo comete cualquiera” el mío es envejecer, quien me manda a lastimarme un día de feria, cuando me toque pasar me va a atender el doctor con su buena curda, vaya a saber si se da cuenta lo que me sucedió, y se seguía repitiendo “un error lo comete cualquiera”. En eso la señora escucha llegar a alguien, ella saluda pero no contestan, pasan por al lado y entran a la guardia, nuevamente todo en silencio. Afuera los ruidos de los juegos de la feria se fueron apagando, se dejo de escuchar la alegría de la gente, la señora aun esperaba sentada sola en esa sala de espera cuando escucha una camioneta que llega a los bocinazos, se exalta al ver que la que entra a los gritos “de doctor por favor es una urgencia” era su nieta, ella le pregunta ¿Qué paso? yo estoy acá, pero no es grave. Pero su nieta no le contesta y traspasa a los gritos la puerta que accedía a donde se encontraba el enfermero. Ahí ella se paro, sorpresivamente no le dolía ya su corazón, empezó a temblar y darse cuenta, ella ya estaba muerta, camina hacia la puerta de entrada cuando ve salir corriendo al enfermero, al doctor y a su nieta de la sala, los tres se dirigían hacia la calle, allí traía en andas su hijo al cuerpo de la señora. Ella se horrorizo pero se dio cuenta que por eso no la atendían, no por la feria, no por la curda del doctor, no porque no hubiese nadie en la guardia, sino que nadie la esperaba porque quien no te espera no nota si no estás vivo.

Historias de inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora