Capítulo 22: Un deseo a la luz de los sueños

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         ¿Existen las historias de amor o son solo puro papeleo? ¿Son historias que nunca acaban o son historias que nunca han comenzado?

Estoy locamente enamorada de alguien a quién no debería querer. No es la misma historia prohibida del chico malo y la chica buena, o la chica rica y el chico pobre; se trata de un amor prohibido por naturaleza,  por el destino. ¿Estaré haciendo lo correcto, enamorarme?  Mis instintos me dicen que me dé la vuelta al instante,  al contrario que mi corazón que me dice: ¡ adelante !

– ¡Cucú!— exclama Pterseo en mi oído.

– Cantaba la rana.– contesto sin girarme,  intentando ocultar mi sonrisa tras unos mechones del pelo.

– ¡Cucú!

– Debajo del agua.

Pterseo rápidamente se mueve y me contesta en el otro oído: – ¡Cucú!–

– Pasó un marinero,  con capa y sombrero.

– Qué vió a la rara y se tiró al agua.

Pterseo con una medio sonrisa, se vuelve y responde: – Pobre rana saltarina,  que tuvo que aguantar toda su vida a ese pobre marinero de agua salina.–

– Pobre apuesto marinero que murió ahogado, al intentar acercarse demasiado a ese feo sapo.

Al instante me acerco a él,  le rodeo con los brazos el cuello y dejo que nuestras respiraciones se entrelacen mientras escruto su dulce mirada.

– Me encanta este sitio, es muy bonito para una ranita como yo.

– No sé,  no estoy seguro. – dice pensativo, aunque por dentro se está riendo. – Le falta algo.–

Espero impaciente lo que quiere decir, mientras hecho un pequeño vistazo a la pequeña fuente llena de frondosa vegetación que tenemos alrededor.

– ¡Ah sí! – exclama con ímpetu,  mientras coge una bolsa que tenía escondida entre un árbol. – ¿Qué tal te parece un picnic a la luz de la luna en frente de una hermosa fuente? –

Me río solo al oírlo y parte de mí salta de la alegría además de los nervios. ¡Pequeña impaciente!

– Pero si no hay luna. – le contesto señalando el cielo, que está tapado por las ramas y hojas de los árboles.

Pterseo me coge de la mano, mientras caminamos hacia la fuente y me dice: – Imagínate Mel, un camino de piedra lleno de pequeñas flores a los lados de diversos colores. Y la fuente limpia y resplandeciente que con solo asomarte,  puedes ver el fondo.–

– No me la imagino así, sólo puedo imaginarme lo que veo. Y la realidad no es esa.– le contesto moviendo la cabeza con gesto negativo.

– Mel.– susurra acercándose a mí. Puedo sentir la energía que me transmite a través de la mano y todo mi cuerpo se revuelve al instante, sintiendo millones de sensaciones en mi interior. – Estamos tú y yo juntos, en este lugar casi idílico; mientras nuestras manos se rozan delicadamento. El viento mueve tu ondulado pelo, dejando tu cuello aislado. En ese momento, unas gotas de la fuente caen en tu cuello provocando una pequeña sensación de frescura. ¿Lo sientes?–

– Sí... – respondo antes de aspirar.

– Bien – dice sonriendo, se ha divertido con esto. – Entonces, podemos empezar a comer – concluye antes de sacar comida y una manta de la bolsa, como si no hubiera pasado nada hace unos minutos.

Mientras Pterseo coloca las cosas,  me siento en el borde de la pequeña fuente y me asomo al borde, intentando ver el supuesto fondo.

– ¿Por qué suspiras?– me pregunta haciendo que vuelva mi mirada hacia él.

– No se ve el fondo.

– Mel, lo principal no es el final de este,  sino todo lo que se crea dentro.

En ese momento, sus palabras me dejaron pensando si había un doble significado en ello, como nuestra relación. Pero al instante lo olvido y empezamos la comida.

          Había poca luz porque dentro de nada iba a anochecer, pero aun así podía ver a Pterseo con claridad; creo que aunque estuviéramos rodeados de muchísima gente, le reconocería. Y mientras comía, me hechaba unas miradas a hurtadillas y nos reíamos.

– Ojalá pudieras verme los ojos.– murmuro para mí.

– Ojalá pudiera verte los ojos sin recelo, ni ningún impedimento.– dice Pterseo con seguridad después de decirlo yo.

Después, y antes de que pueda decir o hacer nada, me dice al mismo tiempo que me quita delicadamente las gafas: – Cierra los ojos, preciosa. –

Al principio parece que titubea, pero me las quita tan despacio que me da tiempo suficiente para apretar fuertemente los ojos y cerrarlos.

No veo nada, pero puedo sentir como roza sus yemas sobre mis párpados; después de un rato posa sus labios sobre cada uno de ellos. En ese momento, me quedo petrificada y noto como mis ojos se encienden, son como dos llamas.

Me encanta esa sensación, pero el ardor que experimento es tan fuerte que tengo ganas de abrir los ojos; no puedo más.

– Por favor Pterseo, dame las gafas.– le digo con tristeza,  rompiendo ese dulce momento.

Pterseo me las vuelve a colocar, pero sin perder la sonrisa; me dice: – Vamos a pedir un deseo.–

– ¿ Y eso?

– Tú solamente tira esta piedra. – dice después de cogerla del suelo. – Cierra los ojos y pide un deseo.–

– Sabes que no creo, ¿verdad?

– Vamos Mel, cambia de mentalidad por un momento y hazlo.– contesta mientras me da la vuelta, dejando la fuente a mi espalda.

Inspiro y pienso por un momento en lo que quiero, quiero tantas cosas imposibles; así que soy realista y respondo,  tirando la piedra hacia la fuente: – ¡Que este día dure unas horas más! –

– ¡Deseo cumplido! – exclama antes de agarrarme del brazo y salir hacia quién sabe dónde.

Eterno Poder ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora