7. Volviendo a la Realidad

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Me sentía atrapado. Y no solo por que no pudiera mover mi cuerpo, a pesar de que ya podía mover algunos dedos. Si no por que siendo arrastrado en aquella carriola gigante, quería solo hundirme tanto como pudiera y evitar ser visto. Pero en lugar de eso, parecía ser expuesto con tanta felicidad y normalidad, como lo harían con cualquier bebé. 

La gente que se atravesaba con nosotros por la calle me veían con una sonrisa, me saludaban o me dedicaban un piropo de ternura. Al final, luego de unos quince minutos que se me hicieron eternos, llegamos a lo que parecía un parque infantil. Repleto de niños, juegos de habilidad y claro sus respectivos padres y cuidadores. 

Valentín volvió a levantarme de la silla y me sentó en el suelo, junto a una de las bancas del parque, y comenzó a acariciar mis piernas. 

Por un momento pensé que era algo de caricias, como intentar enloquecerme de placer o algo así. Pero a parte de que era algo imposible estando cerca de mi madre y de que luego me di cuenta que más bien estaba masajeando mis músculos y aplicando protector solar, mis esperanzas de tener algo más allá con mi crush, se había esfumado. 

¿Dónde queda la pasión cuando el chico que te gusta le pagan por cambiarte tus pañales sucios? 

Poco a poco, como magia, empecé a recobrar el movimiento de mi cuerpo. Aunque aun sentía un poco pesado mi cuerpo y no creía poder levantarme o si quiera correr para escapar. Era claro que aun los sedantes eran un tanto efectivos en mi cuerpo. 

—¡Eric Eric! —escuché la voz de mi primo, que de la nada me llegó por la espalda y me abrazó, entre risillas. 

Me volteé para mirarlo, se veía muy feliz y contento, por un momento casi pensé que estaba fuera del transe, pero al siguiente me percaté de la forma en que iba a vestido; con un shortall azul, con bordados de el monstruo come galletas, un chupón atado al con un listón y un ganchito. Llevaba unos tenis que se iluminaban de forma graciosa mientras caminaba y lo voluminoso de su trasero dejaba poco a la imaginación, junto al evidente sonido arrugado, de que ese niño no estuviese usando un pañal. 

Sam jalaba de mi, y apuntaba a un arenero, mientras yo intentaba sin éxito ponerme en pie, tambaleándome. 

—No te exijas tanto, Eri, gatea bebé —dijo Valentín con una sonrisa. 

Así que sin mas le hice caso, y me arrastré con cuidado por el césped, hasta la caja de Arena, donde finalmente nos acomodamos Sami y yo para hacer lo propio. Al levantar la cabeza pude notar que a pesar de que el parque estaba lleno de niños y niñas jugando, no parecían darse cuenta de que un bebé enorme estaba en el arenero, junto a un niño que no debería tampoco estar en pañales. 

Parecía que todos se lo tomaban tan normal que me espantaba la idea de que quizá ya era un personaje habitual en ese lugar. Y que no era para nada raro verme ahí con mis pañales en exhibición.  Y mis temores fueron corroborados cuando los demás bebes del arenero nos saludaron como si fuésemos amigos de toda la vida. 

—Holi Sami, Eri —dijo un niño de unos tres años abrazando a mi primo y a mi. 

Por un momento se nos quedó viendo divertido, fijamente a mis pañales expuestos y lo vi acomodarse para jugar con la arena. No tardé en darme cuenta de que el niño no llevaba pañales, si no pull ups, y parecía alegre de ser el niño grande del arenero. 

Resignado ante mi situación y que aun sentía rígida la mandíbula, evité hablar, aunque aproveché cuando el otro niño nos dejó solos, seguramente para ir al baño o algo así. E intenté encontrar algún rastro de madurez en Sam, tomándolo del hombro y mirándole a los ojos, al mismo tiempo que decía su nombre entre mis balbuceos. Pero el solo me respondió con una risilla y quitando mi mano de su hombro. 

Vacaciones Cuidando NiñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora