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El viernes finalmente había llegado, y por mucho que Atarah odiara los hospitales, ahí estaba.
Frente al gran edificio blanco a una hora de Valley, deseando mentalmente que Demetri no le cuestionase la lejanía del lugar –tomando en cuenta que le prometió contarle todo cuando llegara al lugar–, aunque realmente no le importaban todos en el Valle, las pocas que si podían enterarse.
Y eso no le gustaría.
Pueblo chico, infierno grande decían.
Ante la primera ventisca de frío proporcionado por el aire acondicionado, cada vello en sus manos se erizan; los nervios y dudas invaden su mente cuando una chica la mira a la distancia fijamente antes de acercarse de forma decidida a ella.
—No lo hagas—Expresa sin más, sus oscuras orbes se podan fijamente sobre la neoyorquina a la espera de una respuesta.
¿Pero que debía decir?
—Por favor, no lo asesines—Pide por segunda vez, la diferencia fue que por acto de confianza, la desconocida toma las manos de Atarah para cambiar su semblante a uno compasivo—No estás sola, no lo hagas.
La de ojos verdes parpadea un par de veces antes de forcejear para soltar sus manos; niega para empezar alejarse de esa extraña mientras escucha los gritos y maldiciones que le recaerían por abortar.
Era tan fácil decir que no lo hiciera, y que no estaba sola pero; debía ser realista, lo estaba.
Además; era una adolescente que no sabía lo que era la vida, no traería a alguien para que pasara lo mismo que ella.
Tal vez más adelante, si así lo quisiera, porque después de todo; era su decisión y nadie debía influir en ella, incluso si se arrepintiese a último minuto; ese derecho era suyo y solo suyo.
—Llena esto por favor—Es lo primero que indica la enfermera cuando la pelinegra se acerca al mostrador—¿La chica en la puerta te molestó?—Pregunta con voz pacífica.
Al parecer ya estaban acostumbradas a tenerla.
Sin embargo; Atarah solo niega mientras toma el formulario que le daba la enfermera.
—Espera allí mientras busco a la doctora, tenemos que hacerte unas verificaciones antes del procedimiento—Indica la mujer señalando una de las sillas vacías para después marcharse.
Atarah traga saliva cuando algunas miradas recaen en sobre ella; igual que la adolescente, habían chicas allí.
La única diferencia es que la mayoría tenía alguien junto a ellas para sostener sus manos, alguien quien las abrazaba para calmarlas.
