La respiración de la pelinegra se hacía intensa, de a poco los aparatos conectados a ella comenzaron a sonar de un momento a otro con velocidad.
Noah Duke, que se encontraba en la habitación, empezó a corear inconscientemente el nombre de su hija, y poco menos de un minuto su cerebro despierta, haciéndolo salir de la habitación en busca de algún personal médico.
Su corazón latía rápidamente, incluso podría decir que casi igual al de su hija en estos minutos; había rogado por una segundo oportunidad para tratar de arreglar las cosas con Atarah ahora que Erika y él se estaban dando un tiempo.
Tal vez esa era su señal.
Su señal para tratar de enmendar las cosas con su hija, el único recuerdo que tenía de Clarke.
—Afuera—escucha y siente unas manos arrastrándolo por el pasillo para dejarlo afuera, pero podía ver tras el gran vidrio que daba a la habitación de Atarah.
Otra vez, escucha al doctor mientras la enfermara reinicia el aparato de electrochoque, el pecho de su hija se eleva una vez más al sentir las pulsaciones de corriente.
Ella era fuerte, se repite.
Ella es fuerte.
Otra vez, escucha nuevamente, y cuando menos lo espero, la máquina dejó de pitar para empezar a regular el sonido normal del latido del pulso de su hija.
Había despertado.
Atarah despertó del coma.
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—Mierda Díaz, estamos echos una mierda—Se queja la pelinegra, arrastrando su andadera junto a su bolsa de venoclisis.
Con su única mano bien.
Sabía que no estaba bien, solo había despertado hace unos cinco días pero no se perdería la oportunidad de visitar a su amigo después que finalmente la enfermera la dejara sola por diez minutos.
Se sentía libre.
—Cuando me dijeron que despertaste, no podía creerlo—Murmura el moreno con una sonrisa, tratando de acomodarse en su cama, la pelinegra frunce el ceño.
No hacía falta llevar un día despierta para saber que pasó con su amigo, en esos momentos se sentía culpable, tal vez si le hubiese tocado a ella caer más a la derecha ella cargaría con el mal de Miguel.
No quería ver a su amigo así.
Aun tenía la esperanza que pudiese caminar, sabía sobre la operación, después de todo, Carmen se había encargado de agradecerle a ella y su padre personalmente por ayudarlos a pagar la mitad de la operación –al menos la mitad fue lo único que aceptó la latina–.
