El sol salió aquella mañana como todos los días para Clara West, su estado de ánimo era pésimo, pero aquello no era una novedad. La verdad es que su vida era, a ojos de la gente, bastante mediocre: llegó a Inglaterra en su adolescencia, pero apenas conservaba de España su idioma, recuerdos infantiles y un leve acento que solía pasar desapercibido; estudió en Londres y allí se quedó, trabajando de enfermera en el mismo lugar... Pero mirar estas cosas era quedarse quizá en la superficie, pues aunque era un día inusual para los habitantes de la ciudad, ella era conocedora del porqué, aunque no quisiera, y eso la hacía menos irrelevante de lo que dejaba ver al resto; por más que no suficiente para sí misma.
Se había despertado cansada, había trabajado hasta tarde el día anterior, era festivo para ella y no se arregló para salir, optando por quedarse en pijama, con su melena negra revuelta, sólo centrada en cuidar del niño que dormía en la cuna plácidamente ahora que estaba despierta. Su mejor amiga, que también tenía un pequeño retoño, le hacía el favor de vigilarlo mientras trabajaba; ella se tragaba algo la envidia que le daba con ese poder permitirse pasar tanto tiempo con su hijo. No era una desagradecida, pero era humana, y como a cualquiera le dolía ver a otro ser feliz cuando era desdichada.
Desde la ventana vio arremolinarse a un grupo de gente con capas y túnicas, sólo pudo sentir una punzada de dolor. Sabía lo que significaba, había caído, era el único motivo que produciría una celebración en la que los magos se dejaran ver y festejaran en mitad de Londres, pero eso la hería profundamente. Sabía que, aunque injusta por el camino recorrido hasta ella, era una buena noticia, por más que la carta del ministerio siguiera abierta en su mesita de noche y su corazón aún supurara como para celebrar nada sin él allí. Eric estaba muerto, eso no iba a cambiar, cayese quien cayese. Sí, era peor cuando nadie más podía saberlo, no por no poder contarlo sino porque tampoco la creerían. Su marido fue un mago que luchó y pereció por un mundo que le era ajeno, dejándola sola con un hijo al que criar y un agujero en el pecho. Miró al pequeño John, éste había despertado y hacía ruidos para llamar su atención y que lo cargara, no pudo evitar sonreír aunque fuera con tristeza. A su tierna edad ya le recordaba a su padre y una espina de rencor al mundo mágico, e incluso a él por anteponerlo a su familia, empezaba a crecer en su alma; aunque supiera que ellos también hubiesen sufrido si la guerra seguía, no podía razonar contra sus sentimientos.
—Lo siento pequeño, es mejor así —dijo mientras cargaba al niño —. No sabrás nada de ellos... Ni de él. Con un poco de suerte no tendrás magia y vivirás como yo en esta parte de la realidad... —El pequeño pareció revolverse ante sus palabras, aunque no las entendiera, y eso la entristeció —. Tus abuelos paternos tampoco tenían nada de eso así que, ¿cuántas posibilidades hay? —Intentaba convencerse de que hacía bien al no hablar de aquello nunca más, y lo consiguió.Tranquilizó al niño y lo volvió a dejar en la cuna, después fue a su cuarto y recogió la carta. Era tiempo de pasar página, lo sabía, y como si fuese su corazón rompió en pedazos el escrito del ministerio y con ello la prueba de la muerte de Eric, dejando los pedazos en la papelera y haciendo ver que nunca existieron por mucho que le quemara.
Una lechuza picoteó su ventana y alzó al instante el vuelo, le recordó ligeramente a la lechuza cabo de su marido, Lia. ¿Dónde estaría? ¿Muerta también? La verdad es que en cierta manera la aliviaba que no hubiese vuelto, pues no hubiese podido soportar que quedara algo tan suyo en esa casa, y tampoco la hubiera podido echar.
—Ojalá yo pudiera volar tan lejos como vosotras... Pero tengo que proteger a John de todo eso, es mi responsabilidad —dijo mientras veía las bandadas en el cielo como deseos inalcanzables. El niño empezó a llorar otra vez y volvió al salón. Supo que se le quedaría gravado en la memoria cada acto que realizara ese día, tanto o más que la noche horrible en la que lloró desconsolada y aferrada a una carta; pero aunque siempre lo recordara, empezó ese día también a, sin saberlo, endurecer su alma.
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Tira por cordura: la piedra filosofal
FanfictionJohn West estuvo allí, o al menos eso parece; descubrió la magia que tanto había anhelado, recibió la carta, el pasaje a otro mundo... Y al hacerlo, empezó a enredarse con los hilos equivocados. (O quizá con los correctos). Todos mis respetos a J.K...