El invierno, que había sido bastante intenso, se fue marchando con calma. Aunque le hubiese gustado atender más a las explicaciones que le daba Theodore de algunas fiestas, que como no, no se celebraban en la escuela, los trabajos y deberes les obligaban a hincar codos en la biblioteca. Draco se quejaba y estaba bastante insoportable, Vincent le pedía los deberes cada vez más a menudo... Acabó, como buenamente pudo, ya que a pesar de lo inteligente que era Theodore se escaqueaba, arrastrando de alguna forma al grupo para que aprobaran con una nota decente. En su vida había necesitado de horarios, de apuntes, ni de tanta lectura, pero siendo positivos eso había eliminado preocupaciones de su camino, aunque fuese porque no había tiempo.
Cuando quisieron darse cuenta llegaron las supuestas vacaciones de pascua, las flores y brotes verdes en los árboles y el prado anunciaban sin lugar a dudas que se acercaba el buen tiempo.
—Ostara* era Pascua ¿no, Theodore? ¿Se supone que ya es la parte clara del año? —comentó una tarde, ya cansado de tener la cabeza en el libro de herbología, perdiéndose mirando por la ventana de la biblioteca.
—No aún, es la última fiesta de la parte oscura, aunque a mí me pone de buen humor, es una pena que tengamos que estar encerrados.
—Yo siempre he sido más de inviernos, pero debo reconocer que este verano lo disfrutaré con calor incluido, no había estudiado tanto en mi vida... Espera, creo que nunca había estudiado.
—¿Los muggles que hacen exactamente de niños? —preguntó el moreno ignorando su comentario.
—Ir al colegio, te enseñan a leer y escribir, algo de ciencia... La verdad no sé como Hogwarts contará al mundo muggle que los niños vengan aquí, aunque supongo que nadie vuelve para trabajar como alguien sin magia... Tampoco podría, no tendría ni los estudios mínimos porque no se dan matemáticas, lengua o historia muggle.
—Supongo que el ministerio hará papeles falsos, los muggles son fáciles de engañar.
—Sí, la gente tiende a tener ceguera selectiva con lo inexplicable. ¿Y tú, hay escuelas mágicas antes de Hogwarts?
—A nosotros nos enseñan profesores particulares unos mínimos, sobre todo cultura, escritura... Pero sin varita no se puede hacer magia, y hasta los once no se compra una por si eres un squirb y no llega la carta... Y ahora callad y dejadme hacer la redacción u os maldeciré —Draco acabó de hablar fulminándolos con la mirada y se centró de nuevo en escribir.
Cuanto más se acercaban los exámenes, más trabajos se acumulaban en la agenda. Las vacaciones no habían sido tales, casi parecía que, al ver que no llegaban al temario, los profesores hubiesen decidido apretar las tuercas semana a semana.
En la vorágine de estudio en la que había caído, fue casualidad que percibiese que Draco lo alcanzó un día cambiando de clase con una sonrisa de satisfacción en la boca, cosa que no era para nada normal en ese último trimestre. Miró a Theodore en busca de algo parecido a una respuesta, pero tanto éste como Vincent estaban igual de extrañados.
—¿Qué nos hemos perdido? —preguntó al final, pero el rubio no soltó prenda.
Cuando llegó la hora del almuerzo, y fijándose en como seguía al trío gryffindor hacia algún lugar indeterminado, decidió hacer lo propio. No tardó en saber que iban a la casa de Hagrid y, antes de llegar a ésta, ya comprendió por la prisa de los leones y el aparente fuego que brillaba en la vivienda a pesar del calor, que no era muy normal. Draco se ocultó tras un árbol, y mientras los gryffindor entraban en la casucha, sorprendió a éste posando una mano en su hombro y haciendo que diera un salto.
—West, ¿qué haces aquí? —pronunció maldiciendo su aparición.
—La pregunta correcta y a la que tienes respuesta es, ¿qué hacemos aquí? —rectificó a su compañero.
Draco comprendió que no podía librarse de él, así que, todavía algo molesto, contestó.
—El guardabosques, si no he escuchado mal, tiene un dragón. Si lo tiene...
—Los puedes meter en muuuchos problemas —dedujo sin dudar siquiera de las intenciones del rubio.
—¿No me lo impedirás?
—¿Por qué lo haría? Un dragón no suena muy legal.
—Te cae bien el mugroso guardabosques...
—Pero si nadie hace nada seguramente tendrá más problemas, no es alguien con muchas luces.
Draco rió su comentario, pero recuperando la seriedad se acercó a la casa, con John siguiéndole de cerca. Cuando se asomaron a ver, por el sucio cristal y entre una molesta cortina, se quedaron clavados al suelo. Sobre la mesa interior, y tras los tres leones, se asomaba una especie de esfera negruzca que se movía un poco.
—Un huevo... —murmuró John para sí.
De repente la criatura decidió romper el cascarón, apareciendo como una cosa arrugada y fea, de morro alargado; estornudó soltando un reguero de chispas, sobresaltando a Draco que casi se cae del susto. Hagrid estaba entusiasmado con la pequeña criatura, pero tras un minuto de charla pareció detectar su presencia. John predijo que su compañero huiría y lo engancho por la capa justo a tiempo.
—Júrame que no quieres ver un maldito dragón de cerca.
Draco dudó un segundo.
—No es una buena...
La puerta se abrió y Hagrid, con una expresión preocupada, se acercó.
—Lo siento Hagrid, seguí a Draco aquí... ¿Podríamos ver al dragón? No hemos venido para meternos en problemas, ¿verdad, Draco?
El susodicho tardó en reaccionar, estaba fuera de sitio. De repente, recuperó su soberbia habitual y supo que iba a meter la pata, así que habló en su lugar.
—Si no, podemos irnos, aunque debo decir que no deberías tener esa criatura tan cerca de un colegio... —Puso su mejor cara de niño bueno.
—Podría acabar pagando una multa terrible en el mejor de los casos, cualquier persona inteligente sabe que desde 1709 las normas contra la crianza de dragones en Inglaterra son duras, con antecedentes Azkaban incluso —añadió Draco sonriendo y agravando la preocupación del gigante.
—¿Azkaban? Me suena de algo... —comentó John, no teniendo claro si lo había leído en un libro o en el diario de su padre.
—La prisión mágica — aclaró Draco —. Es un lugar muy poco agradable, con dementores...
John se sacudió las ganas de preguntar al ver la expresión de Hagrid.
—Tranquilo Hagrid... —trató de calmar la situación.
—¿Pero qué hacéis aquí!
Los leones habían salido de la cabaña.
—Quizá no deberíais gritar vuestros asuntos a los cuatro vientos —se burló Draco, consiguiendo poner rojo de ira a Ron, que ya estaba a punto de saltar en su dirección.
—¡No! Al menos tú, Weasley, ¿no ves la cara de preocupación de Hagrid? Deja de darle cuerda a Draco y céntrate, ¿hay alguna manera de librarse del dragón? ¿Con quién hablamos? Porque se ha de pensar una solución.
—Estás hablando como si no fuera a contar esto, West...
—Lo contaré yo —cortó al rubio —. Y antes de que me matéis, leones, dejad que Hagrid se tranquilice y me explicaré.
El tono autoritario y la afirmación ante sus palabras por parte de Hermione calmaron lo bastante el ambiente como para que, unos más felices que otros, entraran en la cabaña.
—¿Esto es una casa? —susurró con una mueca Draco, pero la mirada dura de Hagrid hizo que tragara duro y siguiese andando, quedándose parado cerca de la mesa.
Fang no estaba a la vista, quizá por el terrible calor que hacía allí dentro, y John dio las gracias por ello, pues dudaba poder evitar que su amigo lo maldijese como intentara lamerlo. El dragón, por otro lado, estaba dormido cerca del fuego, parecía desproporcionado con alas tan grandes envolviéndolo como una manta, y se revolvía de vez en cuando. Todos, incluido Draco, parecían hipnotizados por los movimientos de la criatura, por pequeño que fuese no se veían dragones cada día. Hermione, más sensata, llamó la atención de la sala.
—Vale, ¿Cuál es el plan?
—No es un poco pronto, me hubiese gustado... —se quejó Hagrid triste por el animal.
—Hagrid— continuó Hermione —. No puedes quedártelo, es demasiado peligroso...
John le dio un codazo a Draco para que no se burlara y recibió una mirada de odio. Estaba tentando a su suerte como nunca.
—A ver, necesitamos a un profesor, ya que dudo que los dos cabeza huecas quieran que hablemos con el señor Snape, a pesar de que creo que no nos pondría problemas si omitimos a Harry... ¿McGonagall? —John observó como sus palabras perturbaban la escasa paz.
Estalló una discusión acalorada, la mitad de los argumentos silbaban en sus oídos, le dolía la cabeza, desde el partido de quidditch que no sucedía con esa fuerza. Dio un golpe en la mesa que de forma bastante eficaz hizo silencio, al menos el suficiente para aguantar el zumbido en el cráneo. El dragón se había asustado y el semigigante puso su atención en calmarlo con palabras dulces, consiguiendo más de una mordida como recompensa. Los demás le miraban con palpable tensión y desconcierto.
—Snape no... —intentó continuar Harry.
—Mirad, no tengo por qué haceros caso, así que, o McGonagall, o a mi manera.
—Podríamos enviar una carta nosotros al hermano de Ron, trabaja con dragones... —dijo Harry.
—Y qué, Potter, ¿enviar un dragón ilegal? ¿Cómo? Más tontos y no nacéis.
—Malfoy...
—Tiene razón —cortó para sorpresa de todos Hermione —. Por primera vez desde que le conozco —añadió para callar a Draco, que ahora parecía indignado.
La discusión volvió a nacer después de un incómodo silencio, sus compañeros no parecían tan abiertos a otro plan.
—Hagrid —llamó la atención de éste John, ya cansado del barullo —. Gracias por no enfadarte, creo que tendrá que poner paz Hermione, volveré otro día.
Y, agarrando de la túnica a un Draco iracundo que iba a insultar a Ron por algo indeterminado, se marchó antes de que los gryffindors pudieran reaccionar. Ya fuera, tuvieron que esquivar una maldición por parte de Weasley.
—No les ayudaré... —imitó el rubio sus palabras anteriores.
—Al contrario que tú no les odio, pero yo estoy molesto también por tanta estupidez, sobre todo de parte de Hagrid. Él es el interesado, ¿por qué no ha dicho palabra? Ahora mismo voy a hablar con el profesor Snape... Que no se diga que no traté de que entraran en razón.
Draco pareció de acuerdo con eso al menos, pues, aunque molesto, le siguió todo el laberíntico camino hasta la oficina de su jefe de casa; eso sí, sólo como espectador de lo que fuese a suceder. Cuando John estuvo delante de la puerta trató de calmarse, respirando hondo antes de llamar. La oficina se abrió tras un breve silencio por arte de magia (nunca mejor dicho), y vio al profesor sentado en su escritorio justo delante de él. La habitación era más lúgubre que el resto de las mazmorras, los frascos de ingredientes extraños, suponía, daban esa sensación de laboratorio de alguien peligroso; hacía frío, al menos para la temperatura una puerta más allá. Su jefe de casa alzó una ceja interrogante antes de hablar.
—¿Qué les ha traído aquí? Porque dudo que sea observar la sala.
John se tranquilizó, a pesar del sarcasmo habitual no parecía haber interrumpido nada importante.
—Profesor, quería contarle un problema importante, dudo que me crea, pero tengo una forma de demostrarlo...— "Un maldito dragón tangible", añadió para sí.
—Si es así hable, señor West, no tengo mucho tiempo.
Draco parecía divertirse con su conversación, pero él le ignoró. El dolor de cabeza ya no era algo tolerable, tuvo que cerrar los ojos para soportarlo.
—¿Puedo confiar en que Hagrid no se meterá en problemas?
El profesor se limitó a analizarle antes de asentir, instándole a continuar, se notaba que perdería la paciencia de golpe si no era directo.
—Aunque parezca increíble, tiene un dragón en su cabaña...
La cara de pocos amigos del hombre le dijo que no le creía, aunque era normal teniendo en cuenta lo absurdo de la situación.
—A pesar de que, como he dicho, no me crea, sé que irá a comprobarlo, o eso espero... Y lo siento por interrumpir.
—Más le vale decir la verdad —fue la única señal de que le daba el beneficio de la duda, eso, y que no le llegó ningún castigo.
Los dos salieron de la habitación y caminaron hacia la sala común en silencio, Draco no habló hasta que llegaron a la entrada.
—Eres raro.
El comentario sorprendió a John.
—¿Por qué no has mencionado a los leones?
—¿A Potter? ¿Delante del profesor Snape? No quiero morir.
—Te hubiese hecho más caso, le cae mal, querrá pillarlo, y todos sabemos que quieres quedar bien con él.
—En tal caso, ¿por qué no hablaste tú?
—¿Y aguantarte luego? Ni lo sueñes, West.
John sonrió entrando al fin en la sala común, parecía que ya podía considerar al rubio un amigo de verdad.
—Gracias —dijo como respuesta antes de juntarse con los demás, ignorando la mirada de "odio" de Draco.
Cuando amaneció el sábado, John ni había vuelto a pensar en el dragón, dando por hecho que se solucionaría solo. Subió al gran comedor con los demás, como cada día, pero al acabar el desayuno el profesor Snape se paró a su lado con una expresión ilegible en el rostro.
—Señor West, venga un momento conmigo.
No tuvo que mirar a la mesa de los leones para saber que lo vigilaban y que habrían saltado todas sus alarmas. Caminó fuera del Gran Comedor como si no fuese algo importante, ignorando los nervios.
—Vendrá conmigo, ya que quería que comprobara su improbable dragón en la cabaña del guardabosques. Limpiará calderos como me haya hecho perder el tiempo y, por el camino, me explicará, cómo exactamente, descubrió tal cosa.
A pesar de que el profesor tan siquiera le había mirado, dudaba poder mentir, así que tendría, aunque fuese una pequeña traición extra hacia Hermione, que decir la verdad. Tragando duro, y sintiendo como el cráneo se le convertía de nuevo en una olla a presión, intentó organizar los datos y resumirlos.
—Verá... —comenzó a hablar con dificultad, era complicado seguir las largas zancadas de su guía —. Draco escuchó a Hermione, a Potter y a Weasley hablar de ello, se disponía a seguirlos y le alcancé, vimos como nacía espiando por la ventana, pero nos vieron; Hagrid salió, como le conozco... Sólo quiero ayudar a que no haga una tontería, señor.
El hombre le miró con sus ojos oscuros, pero pareció satisfecho con su resumen y se limitó a seguir andando hasta la puerta misma de la cabaña. Era imposible que los gryffindor pudieran haber hecho nada, pero estaba muy inquieto, ¿y si el dragón ya no estaba? Tenía la impresión de que el hombre solamente lo quería allí para castigarlo en directo. Severus Snape llamó a la puerta, claramente percibiendo el olor extraño que se escapaba de dentro, a ginebra. Los pasos de Hagrid se escucharon nerviosos, pero acabó abriendo.
—¡Oh! Severus... —De golpe reparó en John y forzó una sonrisa, algo dolido —. John...
—Hagrid, ¿podemos pasar? —El profesor Snape sonó todo lo amable que podía.
—Eh... — Hagrid dudó —. Sí, claro.
Los dos pasaron e inmediatamente los trozos de pollo del suelo y, ahora más, el exagerado olor a alcohol, parecieron llamar la atención del profesor, que arqueando las cejas miró a Hagrid acusador.
—¿Dónde está?
El gigante pareció desinflarse.
—¿El qué?
—Hagrid, sabes de lo que hablo, eso son escamas de dragón, concretamente de un ridgeback noruego... —Mientras el profesor Snape señalaba las pequeñas motas negruzcas del suelo, un ruido llamó la atención de todos los presentes. De una olla mal tapada, y con una bocanada chispeante, un dragoncillo, más grande de lo que John recordaba, salió disparado, planeando hasta el suelo de forma graciosa.
—Ahora mismo me dirás, por qué un niño de once años es más sensato que tú. ¿Cómo has conseguido un dragón?
La voz no admitía réplica, Hagrid se puso muy nervioso. A John le hubiese sabido mal la situación si no estuviese más preocupado de sostenerse la cabeza con la mano, notaba su sangre latir fuerte, y el silbido casi le desequilibraba.
—Yo... Lo gané, en la cabeza de puerco, de un hombre... Jugamos, bebimos...
Severus Snape frunció el ceño, muy enfadado; John supo con certeza que el guardabosques tenía suerte de no ser otra persona, de llevarse medianamente bien con el maestro y no ser un alumno.
—¿Le viste la cara? —Casi fue una exigencia.
—No, iba encapuchado... No lo recuerdo muy bien, me invitó a muchas copas, hablamos, y resultó tener el huevo de dragón, en un principio no quería apostarlo... Pero le dije que después de Fluffy no sería problema cuidarlo.
John hizo un esfuerzo por disimular su horror, sólo deseaba que el encapuchado no fuese Quirrell. El profesor Snape pareció sopesar la situación y le miró con gravedad.
—Parece ser que, contra todo pronóstico, tenía usted razón, señor West... Puede march...
Antes de que terminara la puerta se abrió de golpe y los tres gryffidors entraron en escena. La cara de horror de Hermione fue la única que le supo algo mal.
—Hagri...— Harry no termino ni el nombre cuando quedó clavado en el suelo, mirando al profesor con horror.
Snape pareció complacido con la aparición.
—Como iba diciendo, diez puntos para Slytherin por su buena actuación, y a usted y sus amigos señor Potter, que sabían del dragón desde antes, se les eliminarán cincuenta —anunció el veredicto como si fuese un placer inesperado.
John casi se rió de eso a pesar de la dificultad por aguantar su malestar, pero no quiso quedar peor de cara a Hagrid, así que se mordió la lengua.
—Pero...—intentó argumentar Harry.
—Y estarán castigados limpiando calderos una temporada —cortó su jefe de casa, esbozando una sonrisa final de satisfacción.
—Ahora, fuera todos de aquí, tengo asuntos que tratar con Hagrid.
Todos los niños salieron, aunque John tuvo pánico de caminar con los leones, cosa que era inevitable. Nada más perdieron de vista la cabaña, y como había previsto, tuvo que desenfundar la varita para responder a Weasley y a Potter, que lo amenazaban con las suyas.
—¿Cómo has podido! —exclamó Harry en tono acusador.
—Os lo dije, no me hicisteis caso, pues lo he solucionado. Aunque hayáis sido daños colaterales, os lo habéis buscado —habló con falsa calma, estaba cabreado con la actitud de los otros, pero también notaba la desventaja numérica y física, debía evitar que lanzaran hechizos.
—Hagrid puede ser despedido, ¡se supone que es amigo tuyo también! —estalló Hermione.
—¿Y crees que Snape hará tal cosa? Nunca haría eso, se lleva mal con vosotros, no con él.
—Ese murciélago grasiento haría cualquier cosa.
Esa frase, tal como salió de la boca de Potter, consiguió nublar el juicio de John.
—Scandalum
Con auténtica rabia lanzó un maleficio que en vez de, como debía, hacer perder el equilibrio al rival, lo mandó a volar un metro y medio, por suerte, sobre una capa de césped. Weasley pareció desconcertado, y él aprovechó para empujarlo al estilo muggle antes de que reaccionara, quitándole la varita.
—Nunca se os ocurra insultarle en mi presencia... —destiló veneno en la frase y, lanzando lejos la varita del pelirrojo, se dio la vuelta y caminó hacia el castillo, aún atento a que no le maldijeran por la espalda. Hermione, incrédula, quedó clavada sin moverse en el sitio, boqueaba; se había ganado estar en su lista negra y lo sabía. Ya sintiendo recular aquel mal recurrente, se culpó por no haber pensado en las palabras de Flitwik. ¿Harry se habría hecho daño real? ¿Y si hubiese lanzado un hechizo fuerte de verdad sin querer?
*Ostara, así como yule y los otros nombres de las festividades, son neopaganos y mezclan nombres nórdicos y celtas... Las fiestas existían, pero se han perdido las nomenclaturas originales, por ello me permitiré utilizar estas, aunque por estar en escocia la escuela pararía sólo hacia el lado celta.
ESTÁS LEYENDO
Tira por cordura: la piedra filosofal
FanfictionJohn West estuvo allí, o al menos eso parece; descubrió la magia que tanto había anhelado, recibió la carta, el pasaje a otro mundo... Y al hacerlo, empezó a enredarse con los hilos equivocados. (O quizá con los correctos). Todos mis respetos a J.K...