El guardabosques

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John había sufrido los primeros días de clase, resultó que Hogwarts era un auténtico laberinto y que las escaleras cambiaban cada vez que uno se despistaba, no siempre siguiendo un patrón. Era un infierno. El mapa resultó no ser más que una "pequeña directriz" y le costó mucho llegar a las clases. Por suerte o por desgracia Draco parecía tolerarle, por suerte porque llegaban al lugar muchas veces gracias a la envidiable orientación del muchacho, por desgracia porque era tedioso escucharle quejarse y renegar por nimiedades, siempre presumiendo de su "superioridad". Los cuadros con sus personajes de otras épocas visitándose entre sí acababan mareando a cualquiera, nada era estable en ese lugar y hasta los muros parecían moverse en un instante si no mirabas. Pero sin duda lo peor del colegio era Peeves, John descubrió de forma muy desagradable las gamberradas del poltergeist, y se prometió que si había una forma de "exorcizar" a esa cosa la descubriría y la llevaría a cabo; el barón sanguinario por suerte resultó ser un buen aliado suyo, de Draco y sobre todo de cualquier serpiente, gracias a él llegaron a tiempo el martes a herbología. Otro dolor de cabeza, y éste sin solución aparente, era el celador, Argus Flich, un hombre realmente feo y desagradable que parecía vigilar cada movimiento en falso de los alumnos; ellos tuvieron bastante suerte por lo general, pero más de una vez supieron de castigos y amenazas desproporcionadas por parte de aquel loco. Habías de vigilar tampoco cruzarte con la señora Norris, esa gata enjuta y polvorienta era como otro par de ojos para Flich y corría a advertirle de cualquier infracción, incluso si era por desconocimiento. El lunes tuvo que correr junto a Neville, iba solo por una vez y encontró que éste intentaba cruzar una puerta prohibida por error, justo entonces apareció el animal y tuvo que arrastrar a su compañero lejos antes de meterse en problemas.
John no tardó en ser consciente de lo poco queridos que eran los Slytherins, también aprendió que estos no acababan de aceptarlo, menos cuando llegaba al gran comedor junto a Neville, o peor, cruzaba una palabra y media sin insultos con Hermione; con lo último se ganaba a un insoportable Draco el resto del día insultando a la mínima. Slytherin odiaba a Gryfindor, menospreciaba a Hufflepuff y no acababa de apreciar a Ravenclaw, a cambio todas las casas los creían intrínsecamente malvados, era un círculo vicioso del cual trataba de escapar en vano muchas veces.
El martes por la noche John se enamoró de la clase de astrología, puede que más por observar el cielo y quedarse despierto hasta tarde que por la asignatura en sí. Al día siguiente sacó algunos libros biblioteca sobre el tema con ayuda de Hermione, ésta entusiasmada, como siempre que alguien quería información, aprovechó también para dejarle todos los libros de historia contemporánea que tenía, recordando su ignorancia en el tren; sin lugar a dudas tardaría mucho en terminar el trabajo autoimpuesto.
Encantamientos tenía como profesor a Flitwik, era muy bajito, y él y Draco tuvieron que hacer un esfuerzo por tomarse en serio al hombre que hablaba sobre una pila de libros. Esa clase fue teórica, pero entretenida, aprendieron las ramas de encantamientos existentes y de donde partía cada tipo: los que afectaban a objetos, por los que iban a comenzar con la rama de levitadotes; los que afectaban a un estado en personas, desde induciendo una idea a simplemente silenciar su voz; los contrahechizos, con la única función de desactivar; los transmutadores, que tenían su propia asignatura al igual que las maldiciones y los ofensivos... Matizó muy bien qué ramas entraban en encantamientos, pero le gustó que mencionara en forma de árbol las bases existentes y grupos principales, pues daba una visión de conjunto bastante necesaria.
No todas las asignaturas podían enamorarle, se dio cuenta, a pesar de lo que le gustaba historia en el colegio, que iba a detestar historia de la magia. El profesor Bins era un fantasma que consiguió dormir incluso a Hermione antes de acabar la lección (al menos por lo que descubrió al hablar con Neville). No era de extrañar con esa parsimonia que esgrimía, que corriese el rumor de que no diferenciaba entre estar vivo o muerto. Juró deshacerse de él, al igual que de Peeves, era el peor maestro con diferencia y no llegaba a atisbar el porqué conservaban a ese hombre como docente. La lección por la que empezaba la asignatura, remontándose a épocas lejanas de guerras, perdía la emotividad en aquel monótono discurso, y no tardó en aprovechar la clase para leer sobre el tema por su cuenta, siendo el único que conseguía, al ignorar al profesor, no dormirse.
—¡Por Merlín! Esto quedará como la hora de la siesta —se quejó Draco a la salida, tapándose la boca para disimular el bostezo —. Ese fantasma debería irse al otro mundo de una condenada vez, ¡hasta mi padre me advirtió de que era horrible!
Vincent, Gregory, e incluso él, se rieron de acuerdo.
—¿No hay ninguna manera de enviarlo del todo al otro barrio? —preguntó John.
El rubio le miró con las cejas alzadas.
—Puede, pero no de manera muy legal, además no será de nivel de primero... —Se calló un segundo reflexivamente —. Aunque si alguien lo hiciese le haría un favor al mundo —añadió encogiéndose de hombros antes de seguir el camino al gran comedor.
John enterró ese tema en el fondo de su cabeza también, siguiendo los pasos de Draco, que trataba de que quedara rezagado. Un silbido en su cabeza se hacía molesto nada más pensar en el fantasma, así que era mejor no pensar.
La alta y estilizada Minerva McGonagall resultó impartir transformaciones, y supo que recordaría esa clase por la genial aparición que ofreció. Sobre el escritorio, una vez en clase, se encontraron un gato atigrado, parado muy recto y con unas marcas en los ojos que le recordaron a unas gafas. Una vez estuvieron todos en la sala, y algo nerviosos por la severa mirada del felino, éste saltó al suelo transformándose en la mujer con una naturalidad abrumadora. Después de eso no pudo sorprenderse al verla transformar el escritorio en vaca y viceversa como demostración. Decidió tomar notas bastante detalladas por el entusiasmo, al menos hasta que le tocó transformar una cerilla en aguja y se le cayó la esperanza, sólo fue capaz de cambiar el color del objeto así que convertirse en gato quedaba muy lejos; a pesar de todo la felicitación de la profesora, que no parecía dar muchas y le miraba con esperanza en los ojos, le reconfortó algo, animándole a dejar salir a Draco solo para hablar con ella.
—Quiere alguna cosa, señor West —habló la mujer mirándole una vez solos.
—Sí, sé que queda mucho para eso, no puedo convertir una cerilla ni en aguja, pero... Me preguntaba si se llega a enseñar lo de convertirse en gato, me ha parecido genial... En general no acabo de asumir que la magia sea capaz de reordenar las moléculas, pero creo que ésta será de mis asignaturas favoritas. —Lo dijo al tirón y se recordó un poco a Hermione.
—Me alegra su entusiasmo. —La mujer esbozó una sonrisa —. Si se esfuerza y tiene buenas calificaciones podría aprender, aunque no es muy común. Las clases de teoría se dan en tercer año, pero sería un trabajo extra aprender a trasformarse realmente y conlleva sus riesgos. Por otro lado, no se elige el animal, así que es poco probable que sea un gato, la forma depende de la personalidad del mago.
—Entonces me esforzaré para poder hacerlo más adelante —dijo con determinación —. Aunque sea poco probable que sea un gato —añadió con esperanza de, si no, al menos no ser un periquito.
Todo lo contrario a lo esperado resultó defensa contra las artes oscuras, aguantar a Draco y Theodore casi cada día esperando a que llegara esa clase pasaba factura a cualquiera; incluso Vincent y Gregory parecían aguardar aquello como si fuese a ser la mejor asignatura. John hubiese mentido si llega a decir que no acabaron por pegarle algo de su ánimo, pero éste se evaporó en el instante en el que el profesor Quirrell comenzó a dar la lección. Nunca creyó poder estar en una clase que oliera tan mal, habían oído rumores sobre la obsesión de aquel hombre por el ajo, pero aquello era insoportable; no creía que hubiese un vampiro, pero estaba seguro de que a él lo ahuyentaría sin lugar a dudas. Luego estaba el tartamudeo nervioso que hacía imposible no perderse la mitad de la lección, a veces se quedaba medio minuto atascado en una palabra; sudaba y movía las manos de una forma inquietante, y llevaba un horrible turbante morado que, según Draco (a quien el profesor llegó a acercarse de más para explicarle la posición correcta de la varita), era el verdadero origen de aquel tufo asqueroso.
El viernes llegó antes de tiempo para su gusto, a las cuatro y media de la mañana sus ojos se abrieron y por más que trató de volver a dormir acabó desistiendo. Los sueños espesos y extraños le estaban pasando factura. Con sigilo se levantó de la cama, el frío y la humedad de las mazmorras le despertaron del todo y se vistió con presteza. Se decantó por ropa muggle, quería salir y las túnicas se le hacían incómodas a pesar de haberse habituado. Con la varita escondida en sus botas preferidas de campo, salió en silencio, caminando por la sala común extrañamente vacía y subiendo prácticamente a la carrera hasta la salida del colegio. Una vez en el exterior se percató de que no había explorado nada, mirando al sol que aún amenazaba con asomar en el horizonte, se sintió como en casa, quería ver que aventuras podía guardar la zona, aunque no pudiese llegar al tentador bosque prohibido. Caminó feliz, como un Hobbit en la comarca; como no había miradas curiosas, se permitió narrar una historia e incluso correr o rodar por el césped y el barro sin preocuparse demasiado. Se sentía libre, supo que llevaba apenas una semana allí y ya no podía soportar la tensión; el verano encerrado en la ciudad también había aumentado la sensación de opresión en el pecho, o al menos no le había ayudado a adaptarse. Empezaba a ver que había perdido su hogar. A pesar del hermoso paisaje, las nubes en el cielo y del silbar alegre de un pájaro, echó en falta Greengarden e incluso se permitió extrañar a Liz, cosa que no era habitual. ¿Qué debía de estar haciendo? Él no podía contarle nada, ni siquiera si llegaba a verla... ¿Y Michael? Había acabado acostumbrado a su presencia, o al menos, a sus cartas llenas de insultos...
Se incorporó de golpe al escuchar unos pesados pasos a su lado.
—¿Estás bien, chico?
El gigante de la estación le miró desde muy arriba, ya que John aún estaba sentado; no recordaba cuál era su nombre exactamente, sólo sabía que era algo con "h", Harold, Henrry... Quizá hubiese podido sentirse ridículo, lleno de barro, pero no pudo teniendo en cuenta el desaliñado vestuario del otro, sin contar su barba y pelo oscuro y enmarañado.
—Sí, no me caído, al menos no sin querer del todo — respondió al fin, parándose de pie y sacudiéndose la tierra lo que pudo.
El gigante rió ligeramente. —Claro, es bueno hacer ejercicio,¿pero algo temprano no?
—Sí, puede, pero no podía dormir y llevo una temporada agitada, aún me parece un sueño lo de ser mago ¿Sabes? —John le sonrió dándole un voto de confianza al curioso sujeto,no parecía malo para ser tan grande, y tenía buen ojo con la gente en general.
—¿Nacido muggles? Toda una aventura, ya veo —habló demasiado alto el hombre —. Por cierto soy Hagrid, el guardabosques de Hogwarts, ¿y tú? —añadió resolviendo sin saberlo su duda con ello.
—John West. Y mi padre era mago, aunque fuese nacido de muggles, sólo que yo lo averigüé hace poco.
—Mmmm... West. Me suena.
—Erick West, iba a Hufflepuff, o eso me han dicho —mencionó para ayudar.
—¡Oh, sí! Le conocí, era un buen chico, muy amable con todos, bueno jugando al quidditch, casi consiguieron la victoria en el torneo contra Gryffindor... ¿Acabó como auror no?
—Sí, por lo que sé murió en la guerra. —Iba a ser escueto, pero al ver decaer los ánimos del gigante añadió —. No te preocupes, no lo conocí y no parece que tenga mucho en común con él, por ejemplo, lo de volar en escoba me da pavor, no quiero que llegue esa clase. — acabó riendo con humor.
—¿No te gusta el Quidditch? —Parecía algo incrédulo —. Mira, si te apetece un té podemos hablar en mi cabaña —dijo señalando las nubes que comenzaban a acumularse distraídamente, aunque no parecía posible que lloviese pronto.
—Sí, porque no, tengo que hacer tiempo... Aunque no creo que llueva, por desgracia —contestó desilusionado.
Hagrid rió su comentario como si fuese una broma, y comenzaron a andar hacia una destartalada casa de madera que quedaba relativamente cerca. Apenas se acercaron, un enorme perro negro saltó sobre él, "saludándole" de forma demasiado entusiasta para su gusto; agradeció cuando el gigante cogió al animal por el collar.
—Tranquilo Fang, déjalo —ordenó Hagrid arrastrándolo lejos con pasmosa facilidad.
Trató de secarse las babas del animal mientras entraba en la cabaña. Era muy rústico, en una sola habitación se hallaba todo, y los faisanes y jamones colgados del techo le daban aspecto de caseta de cazador y no de vivienda.
—¿Vives aquí? —preguntó sin querer creerlo, sin apartar la mirada de las mantas raídas del lecho del hombre.
—Sí, ¿a qué es acogedor? No necesito mucho más, y ya es una suerte que Dumbledore me dejara quedarme como guardabosques.
El director perdió puntos a los ojos de John (si es que tenía tales puntos). ¿Agradecerle por dejarle quedarse en una pocilga? Hagrid era algo tonto por decir eso, no parecía capaz de hacer algo malo como para merecer vivir ahí.
—Si tú lo dices... Bien podría dejarte vivir en el castillo, ese lugar es enorme —señaló indignado.
—No te preocupes, me gusta vivir aquí —respondió alegre el gigante, poniendo a calentar agua —. Pero siéntate, tranquilo, como si estuvieras en casa.
Obedeció en silencio dejando pasar el tema, se limitó a sentarse en una silla vieja de madera mientras intentaba que Fang no le babeara más encima.
—Le caes bien —comentó Hagrid sirviendo el té y unos pastelitos extraños.
—Por desgracia —respondió él con una mueca mientras el otro parecía divertirse.

Tira por cordura: la piedra filosofalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora