Alquimia nivel muggle, suspendida

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Las vacaciones pasaron desde la explosión como en un sueño, su entusiasmo se había visto reducido a mínimos, y sus intentos por descubrir que relación guardaba la aparición del "cráter" con él o su varita habían sido inútiles. Theodore y Vincent habían tratado de distraerle, al menos todo lo amablemente que sabían las serpientes, pero el no dormir había acabado por agriar su humor de forma inevitable.
—Tienes un aspecto horrible, ¿qué me he perdido? —fue el "cordial" saludo de Draco al volver al colegio.
—Es una larga historia... —trató de librarse.
—Se desmayó tras un sonido digno de un trueno dentro del castillo, que más preocupantemente provenía de la oficina del director... Por las palabras que mantuvo con éste cree, debo reconocer que con cierta lógica, que el mismo tiene algo que ver... Si tú consigues arreglarlo nos harás un favor, es peor así que cuando pregunta por todo.
Gruñó ante el comentario de Theodore.
—Espera... ¿Un trol y ahora una explosión? Para que luego digan que este sitio es seguro —comentó no muy en serio el rubio, dejándose caer en un sillón.
—Y el perro de tres cabezas guardando la piedra filosofal, sí, parece que hay muchas misiones secundarias; pero dudo que esa línea, a la que si uno con el trol y Quirrel, encaje con la explosión.
Draco pareció desorientado.
—Weasley y Potter hablaban sobre Nicolás Flamel y los escuchamos, y como el último vio a Hagrid sacar algo de Dumbeldore de Gringotts... —tuvo que aclarar nuevamente Theodore.
—Veo que habéis estado ocupados en mi ausencia, pero, ¿qué nos importa todo esto?
—Nada absolutamente, salvo que ahora puedo reírme de que Hermione no conociese a Nicolás Flamel, cuando es una figura muy famosa en el mundo muggle.
Draco caminó a la habitación, poco interesado en el asunto, John lo siguió.
—Ten, anda, y gracias por los ingredientes, empezaba a ir falto por culpa de mis pruebas.
Había sacado el regalo de Draco del baúl al fin, aunque no podía evitar estar nervioso y sentir algo del ruido de fondo que últimamente le atormentaba. Parecía que tras un tiempo desde la explosión, de forma más tenue, volvía a sentir el repiqueteo incesante que de alguna manera le evocaba ahora la imagen del cráter recortado en el suelo de la oficina del director.
Draco cogió el paquete y al desenvolverlo no tardó en arrugar la nariz.
—¿Qué es esto?
El énfasis en la palabra "esto" le hizo gracia y lo devolvió a la realidad.
—Me ha costado arreglarlo, le pedí ayuda al profesor Flitwick, la electricidad y la magia se llevan mal, pero con unos encantamientos y fuera de los muros propiamente dichos, debería funcionar —dijo tendiéndole unas cintas —. No sé qué música escuchan los magos, pero te oí quejarte de que en tu mansión había y aquí no, te he traído varias cosas.
La cara de Draco iba del asco a la reticencia, pasando por la curiosidad, pero esta última era casi imperceptible si no le conocías.
—¿Y cómo se supone que funciona esto para que se escuche música? —El objeto se sostenía apenas por dos dedos en las manos pálidas del sangre pura, que le daba vueltas analizándolo.
—Es un Walkman, pones la cinta, la rebobinas con este botón y con éste le das al play o apagas. Las cintas son diferentes por cada cara. Te pones los cascos y ya, sale de ahí.
El rubio aún disgustado y mirando fijamente el objeto como si fuese a quemarle la piel, lo dejó en su baúl (o lo arrojó más bien). John no sabía si había sido buena idea, al menos regalándole "el señor de los anillos" a Theodore no había tenido miedo de que lo maldijeran, aunque la curiosidad de éste por el mundo muggle ayudaba.
—¿Ha pasado algo? No es normal que no discutáis.
Entró en escena como si sus pensamientos le hubiesen llamado.
—Creo que ha tenido un shock, pero al menos no ha tratado de matarme como dijiste.
—Da gracias, West, de que tengo que tolerarte.
—De nada, lo normal es decir de-na-da...
—Pero él tampoco es normal —añadió Theodore imitando a John y haciéndole reír.
Las cosas siguieron su curso desde ahí y empezó otro incordio con el quidditch. Ilusamente, John creyó que al no jugar su casa el entusiasmo disminuiría, pero el hecho de que si ganaba Gryffindor jugarían la final, y que el profesor Snape iba a ser el árbitro, dio esperanzas a sus compañeros de que los leones mordieran el polvo. Tuvo la sensación de que éste apresurado cambio se debía al percance de Harry con la escoba, pero nadie daba mucho por esa teoría cuando el odio entre el profesor Snape y Potter era de dominio público. Las serpientes animarían a los tejones sin duda, aunque sólo fuese para poder ver perder a Gryffindor.
Por una vez lo dejó todo pasar, enfrascándose en su aún creciente curiosidad por la explosión; su frustración fue en aumento, llegando a su punto álgido un mediodía que, habiendo escuchado por casualidad la contraseña del director a unos prefectos, se escabullo sabiendo que éste seguía en el gran comedor. La misión improvisada le alteró los nervios más de lo previsto, pero sus pasos no llegaron tan siquiera hasta la torre donde se encontraba el despacho, pues un encuentro con Quirrell lo detuvo. Más que un encuentro frontal, la voz del profesor llamó su atención y se acercó con sigilo al lugar de donde provenía, un aula vacía o en desuso en apariencia. El hombre caminaba frenéticamente de un lado al otro de la mal cerrada estancia, murmurando frases que le llegaban entrecortadas.
—Sospecha, sospecha... No podemos... la cita en el bosque...
John intentó asomarse más, pero un silencio llenó la sala. Afinando el oído casi le pareció escuchar un silbido extraño. De repente, el profesor dio un respingo y se colocó bien el turbante, su rostro estaba más pálido de lo habitual.
—Sí, sí... No tiene pruebas... Ni con lo de la escoba...
Eso se escuchó claramente y, viendo la silueta girarse hacia su dirección, se apartó, alejándose sin hacer ruido lo máximo posible para arrancar a correr cuando supo que no podía ser detectado. Necesitaba hablar con Hermione, pero frenó en seco al darse cuenta de que no serviría de nada y, si lo hacía, los leones tomarían medidas seguramente estúpidas. Dirigiéndose igualmente al gran comedor, con la cabeza más fría, resolvió contárselo sólo a las serpientes de momento, confiando en que el profesor Snape fuese quien sospechaba de Quirrell. Ese pensamiento, encajaba con la realidad que conocía al fin y al cabo. La oficina del director se había esfumado de sus planes.
Para bien o para mal, el partido llegó y fue sin quejarse, con el único objetivo, eso sí, de vigilar al loco tartamudo. El cráter era algo menos apremiante si realmente un profesor trataba de quitar de en medio a un alumno. Para sorpresa de todos los presentes, el director hizo gala de presencia, resaltando en las gradas como sólo él podía.
—Para que luego se quejen de que Snape nos favorece, el viejo sólo se preocupa por los inútiles leones —comentó Theodore nada más divisar el doloroso atuendo del mago.
—Sí, y McGonagall a su manera también, aunque tiene más sentido siendo la jefa de la casa, el director teóricamente tendría que ser imparcial —respondió John.
—En teoría no tendría que dar vergüenza ajena —añadió Draco con cara de asco —. Mira, eso es peor, hemos ido a parar a la misma zona que el pobretón y la sabelotodo.
El rubio se acercó a los mencionados que estaban sentados junto a Neville, y Vincent le siguió con la misma cara de maldad. Goyle parecía haber decidido juntarse con Pansy y Blasie, negándose a acompañarlos, cosa que en el fondo John agradecía.
—Voy con ellos... Lo último que quiero es que se maten.
—Son un caso perdido, pero me apunto por las risas.
Theodore y él alcanzaron de nuevo a sus amigos.
—Perdón, Weasley, no te había visto —dijo Draco.
Vincent se rió, era obvio que lo había empujado a propósito y John rodó los ojos acercándose más.
—¿Queréis apostar a cuanto estará esta vez Potter en su escoba? ¿Qué me dices, Weasley?
Ron por suerte parecía ignorar los comentarios y se quejaba del penalti que Snape había dado a favor de Hufflepuff. Realmente el profesor estaba enfadado, John supuso que él lo estaría también si le tocara hacer de árbitro de quidditch por alguien con quien se llevara abiertamente mal.
—Hola, Neville.
El interpelado se dio cuenta de su presencia y sonrió a pesar de que le había sobresaltado.
—Hola, John, hace días que no se nada de ti.
—Bueno, no estoy muy bien, me desmayé en navidades... Aunque al menos ya no me duele la cabeza —mintió para no preocupar al chico —. Gracias por el libro de pociones que me regalaste.
—Oh... Me alegro de que estés mejor, y gracias por el regalo también, nunca había comido esos dulces.
—Si te gustaron en verano ya te conseguiré más, aunque ese es navideño únicamente.
—¿Le mandaste carbón? —se unió Theodore.
—Sí, tardé en entender que estaba hecho de azúcar —comentó Neville, inseguro por la presencia de la otra serpiente.
—Weasley, ¿sabes como creo que eligen a la gente para Gryffindor? —interrumpió la voz de Draco —. Es gente a la que le tienen lástima. Por ejemplo, está Potter, que no tiene familia, estáis los Weasley que no tenéis dinero y está Neville que no tiene cerebro...
John suspiró cansado.
—¿Es igual contigo? —preguntó Neville en un susurro, enfadado.
—Sí, pero yo me lo tomo con humor. Algo así... —respondió sólo para Neville —. Veo fallas en la teoría, Hermione tiene dinero, es inteligente, tiene familia... Y tiene magia. Creo que los eligen por su capacidad de ser terriblemente obstinados y tirarse de cabeza a los problemas sin pensar...
Draco le miró con desdén, Neville negó con la cabeza, aunque ya no parecía tan enfadado.
—Te odio, West.
—Yo también te quiero, serpiente ególatra.
Theodore se rió disimuladamente y Vincent también, Weasley parecía desorientado.
—¡Mirad! —exclamó Hermione —. ¡Harry...!
Todos vieron al moreno moverse como una flecha por el campo, la cara del profesor Snape cuando le pasó por al lado casi impactando con él fue un poema. Un tirabuzón, un picado y... Harry aterrizó en un tiempo récord, con la snitch en la mano y una sonrisa triunfante. El profesor bajó de la escoba dando por terminado el partido, miro con asco al victorioso león al que su equipo parecía querer alzar del suelo.
—Eso fue breve, ya puedes postular para buscador el año que viene Draco, porque perderemos si no —comentó en un susurro Theodore, decepcionado con el resultado.
John iba a retirarse con sus amigos cuando Hermione lo detuvo.
—Tenemos que hablar.
Sus compañeros no estaban reparando en él así que, tras asentir a la chica, se dejó arrastrar a una zona apartada para que no los escucharan.
—Lo ves, Quirrell no ha venido, Snape quería maldecir a Harry, pero Dumbledore ha aparecido y por eso estaba enfada...
—Oye, para el carro. Si quieres hacer las paces vas mal por ese camino.
—Pero tiene lógica...
Sopesó sus opciones y decidió que al final tendría que contarle lo de Quirrell, parecía que el grupo de leones iba a generar el caos de cualquier forma.
—Escuché a Quirrell hablando sólo de una manera muy extraña, fue por casualidad... Estoy seguro de que Snape le amenazó o le dio a entender que lo ha descubierto. La lógica dicta que entonces cogería el puesto de árbitro para poder proteger a Harry o anular más fácilmente un maleficio. Estaba enfadado porque Quirrell, temeroso de dejar pruebas, no ha aparecido; ha tenido que hacer de árbitro cuando odia volar, para nada —Hermione boqueó un segundo —. Pero...—Casi podía verse como procesaba la información —. Estamos seguros de que es él, por eso cojeaba, le mordió Fluffy, él fue a buscar lo que sea que guardó Dumbledore...
—¿Fluffy? Dime que el cancerbero no se llama así...
—Sí, Hagrid nos dijo que era suyo... Y nos dio la pista de Nicolás Flamel, a quien no encontramos por ninguna parte...
—¡Por Dios! Es alquimia muggle nivel uno... ¡Cómo no lo sabes! Alquimista del mil trescientos y mucho, la piedra filosofal, la teoría de los homúnculos... ¡Está en cualquier libro muggle!
Hermione se quedó de piedra, de nuevo casi se podían ver los engranajes moviéndose en su cabeza.
—¡La piedra filosofal! ¡Claro!
John suspiró para tratar de no golpearla, pero de repente una teoría en su cabeza asomó perturbándolo.
—No, Dumbeldore no estaría tan mal de la cabeza... —susurró para sí mismo como si fuese la vida en convencerse de ello. La acusación de su padre en el diario estaba al nivel, pero...
—¿Qué quieres decir?
—Harry debería alejarse de este asunto, mucho.
Hermione lo miró con duda.
—Mira, ¿por qué hacer que Hagrid, siendo taaan... llamémoslo blando, fuese el encargado de traer la piedra filosofal, asumiendo que es eso lo que hay, precisamente delante de Harry? Me lo he preguntado mucho, pero el sentido que veo es poco alentador.
—Explícate... Porfavor.
—Es un señuelo, Dumbledore contrató a Quirrell, quiere que intente robarla... ¿Y quién relacionado con Harry querría una piedra que proporciona la vida eterna?
—Quién-tú-sabes está muerto...
—Claro, Harry, el-niño-que-es-imposible-que-derrotara-a-un-maldito-mago-tenebroso-con-un-año... No es por ofender, pero o bien no está muerto, o bien tropezó literalmente y se mató. Y si el pira-director está dejando pistas para que Harry le persiga... Entonces hay un problema.
—Dumbledore nunca...
—¿No? Estoy diciendo que cabe la posibilidad, yo también quiero creer que es una casualidad todo... Pero no me harás caso ¿verdad? Y ya he perdido bastante tiempo pensando por vosotros, ya os las apañaréis con vuestras aventuras, pero apenas tenéis formación mágica, piensa al menos tú por tus amigos... Yo ni loco sabiendo levitar un objeto como mucho me encararía con un profesor por incompetente que fuese... Dad gracias de que no sea el profesor Snape, porque no duraríais ni un asalto entre los tres.
Dándose la vuelta e intentando calmarse, John se marchó dejando, otra vez, a una Hermione desorientada.

Tira por cordura: la piedra filosofalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora