Carta 12.

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Querido cielo,

Nunca te he contando, aquel recuerdo, cuando regresaba de la tienda y cruzé por el parque.

En una de las bancas estaba sentada una anciana muy mayor, diría que ya estaba esperando a la muerte que dentro de poco la pasaría a buscar.

Me sonrió.

Y yo no respondí a su sonrisa, porque estaba demasiado absorta en el pensamiento que me atravesó.

La anciana habrá pensado que yo debía de ser una odiosa.

Pero lo que no sabía era que, estaba sintiendo el peso de mi mortalidad.

La mortalidad de todos los seres humanos.

La que desde que nacemos nos avisa de antemano que algún día todo acabará y seremos parte de ti, querido cielo.

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