Capítulo 1

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Capítulo 1

LAS campanadas del reloj de la iglesia lo despertaron.

Paradójicamente, se había acostumbrado a dormir sin que las llamadas al rezo del almuédano interfirieran en absoluto con su sueño. Después de cuatro años en el norte de África, y los últimos ocho meses en una prisión en Abuqara, eran sonidos que le resultaban tremendamente familiares. Eso, y los disparos que irrumpían de vez en cuando en el patio de la prisión.

Claro que eso tampoco significaba que pudiera conciliar el sueño, por supuesto. Una fina manta bastante sucia y raída echada sobre el suelo duro de cemento no podía sustituir la comodidad de un colchón. Sin embargo, la capacidad del cuerpo para adaptarse a cualquier circunstancia y para acostumbrarse a lo mínimo para sobrevivir era increíble, y el suyo era buena prueba de ello.

Porque a pesar de todo, él había logrado sobrevivir, y después de seis meses de vuelta en Inglaterra, lo normal sería que ya se hubiera acostumbrado a los sonidos normales de la vida civilizada.

Pero no era así. Todavía le costaba aceptar que no era el hombre que había sido, y el hecho de no poder conciliar el sueño ni descansar sin tormentosas pesadillas no eran más que insignificantes detalles de su propia realidad.

Detestando la dirección que estaban tomando sus pensamientos, Alfonso Herrera retiró las mantas que lo cubrían y se sentó en la cama. Al menos, estar sentado aliviaba la sensación de mareo que se había apoderado de él en las primeras semanas de su liberación. Y su cuerpo, prácticamente en los huesos el día que bajó del avión en el aeropuerto de Londres, iba gradualmente recuperando fuerzas, gracias a las sesiones de ejercicio físico a las que se obligaba todos los días. Los médicos le habían advertido que no debía excederse, pero no había forma de controlar los deseos que sentía de recuperar la salud y la fuerza que siempre lo habían acompañado. Hacer lentos progresos nunca había sido suficiente para él.

Por eso, aunque sus problemas psicológicos no parecían avanzar al ritmo que él deseaba, físicamente se sentía mucho mejor que hacía un mes. A veces tenía la sensación de que nunca lo conseguiría, de que nunca volvería a recuperar la confianza en sí mismo. Y quizá, se dijo, las cosas irían mejor si las personas que lo rodeaban se dieron también cuenta de ello.

A pesar de todo, tenía que intentarlo. Y por eso, había comprado aquella casa en un pueblo lejos de Londres, lejos de la vida que Diane y él tenían antes de que lo enviaran a Abuqara a cubrir como periodista la guerra civil.

Diane no estaba en absoluto de acuerdo con su decisión. Mallon's End era el pueblo donde ella había nacido y crecido y donde todavía seguían viviendo sus padres. A ella le parecía una locura que él estuviera dispuesto a dar la espalda a todas las oportunidades profesionales que Londres significaba. Ya le habían ofrecido su antiguo trabajo en una conocida cadena de televisión, y Diane no podía entender por qué lo había rechazado. Poncho tampoco lo sabía. Pero, gracias al legado de su abuela, el dinero no era un problema, y además siempre estaba la oferta de una editorial para escribir sus experiencias como prisionero a manos de las fuerzas rebeldes en Abuqara.

Se levantó y, descalzo, se dirigió a la ventana, temblando ligeramente. Los listones de madera pulida bajo sus pies también estaban fríos, pero él no lo advirtió. Estaba acostumbrado a ir descalzo. Lo primero que hicieron sus captores cuando lo secuestraron en Abuqara City fue quitarle los zapatos. Y aunque al principio los pies se le habían llenado de ampollas y andar era una auténtica tortura, poco a poco su piel se había ido endureciendo.

Además, se había acostumbrado a unas temperaturas que sobrepasaban los cuarenta grados centígrados durante el día, y aunque supuestamente Inglaterra estaba sufriendo una ola de calor, él ni siquiera lo advirtió.

Amargo despertarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora