Capítulo 9

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Capítulo 9

AQUELLA tarde Annie tuvo que trabajar en el pub hasta tarde, y aunque había pensado poder dormir hasta más tarde al día siguiente, Amy entró en su habitación a las siete en punto de la mañana, con pantalones cortos y camiseta, el mismo atuendo que su madre utilizaba para dormir.

-Hace una mañana preciosa, mamá -anunció la niña saltando encima de la cama-. ¿Por qué no vamos a la playa?

Era sábado y no tenía que trabajar, aunque sí un montón de cosas que hacer.

-Amy, tengo que limpiar la casa e ir a la compra. Si quieres puedes venir a Westerbury conmigo.

-No quiero ir a comprar -protestó Amy-. Siempre vamos a comprar. Hace siglos que no vamos a la playa.

Annie suspiró y se incorporó ligeramente. Su hija tenía razón. Normalmente dedicaba los sábados a hacer la compra y organizar la casa.

-¿Qué te parece si después vamos a comer a McDonald's? -sugirió, un plan que siempre era del agrado de la niña.

-No tengo hambre -murmuró esta vez la pequeña.

-Amy...

-No importa -dijo la niña, con indiferencia, saltando de la cama al suelo-. Voy a darle el desayuno a Buttons.

Annie se levantó y se acercó al cuarto de baño de la primera planta para darse una ducha. Pero al llegar a la puerta se dio cuenta de que su padre se le había adelantado. En pijama, bajó a la cocina a prepararse un café. Después de poner la cafetera al fuego, unió las manos y las estiró por encima de la cabeza. Después hizo unas torsiones de cintura y de hombros, pensando que al menos tenía buena salud. Quizá podría llevar a Amy a la playa. Si se daba prisa y terminaba de recoger la casa pronto, podría dejar la compra para la vuelta.

Flexionó el cuerpo por la cintura hacia delante y apoyó las manos en el suelo. En ese momento, la puerta a su espalda se abrió, y suponiendo que era Amy, no volvió la cabeza. Sólo cuando notó la corriente de aire fresco en la cintura desnuda, dijo:

-¿Puedes cerrar la puerta, Amy? Por favor.

Se estaba incorporando para arquear la espalda en un último estiramiento cuando una voz de hombre que conocía perfectamente dijo:

-Amy viene ahora.

-¿Dónde está? -dijo ella, girando en redondo.

-Ha ido a ver al conejo, creo -repuso él, cruzando los brazos y contemplándola con una expresión entre divertida e interesada, y desde luego perturbadoramente sensual-. Creo que primero quiere que yo hable contigo.

Como ella, llevaba pantalones cortos, y una camiseta negra que revelaba unos bíceps sorprendentemente musculosos para un hombre que llevaba una vida aparentemente sedentaria. Sólo de mirarlo, Annie sintió la incontrolable reacción de su cuerpo, el hormiguero en el vientre, el calor húmedo entre las piernas.

-¿Qué ha hecho ahora? -preguntó haciendo un esfuerzo y tratando de no pensar en su aspecto, a pesar de que notaba cómo se le marcaban los pezones erectos contra la suave tela de algodón de la camiseta-. No me diga que ha vuelto a molestarlo.

-Por lo que a mí respecta, Amy nunca me ha molestado -respondió él, recorriendo el cuerpo femenino con los ojos-. Me cae bien. Es una niña fantástica.

Poncho esperó unos segundos antes de continuar.

-Me ha dicho que tú no puedes llevarla a la playa, y venía a preguntarte si me dejas que la lleve yo.

-¿Usted?

La perplejidad de Annie quedó patente en su reacción y en el tono de su pregunta, y Poncho apretó los labios.

Amargo despertarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora