Capítulo 2

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Capítulo 2

ANNIE hizo un esfuerzo para no volver a pensar en Alfonso Herrera hasta después de dejar a su hija en el colegio.

Prefirió concentrarse en el comportamiento de Amy, en la decepción que sintió al ver que su hija le había mentido. Para evitar que su conejo Buttons fuera enviado a un refugio de animales, Amy le aseguró que podía llevar al conejo a casa de un amigo suyo que se haría cargo de él, pero lo que Annie no había sospechado era que su hija no tenía la menor intención de entregar su conejito a nadie.

Ahora aquel engaño había sido descubierto, y la situación no podía ser más embarazosa. Seguro que ahora Alfonso Herrera pensaba que Annie era una mala madre, una etiqueta que le habían colgado muchas veces desde que descubrió, a los dieciséis años, que estaba embarazada.

Además, ahora Annie se veía obligada a volver a la casa del hombre a recoger el conejo y disculparse. Otra vez. A Amy no le haría ninguna gracia, sobre todo si se veía obligada una vez más a deshacerse de Buttons.

Estaba segura de que al nuevo inquilino no le haría ninguna gracia tener un mamífero peludo viviendo en su jardín de manera permanente.

Y si tenía esposa...

Que hubiera dicho que no tenía familia no significaba necesariamente que...

De todos modos, no eran más que especulaciones, se interrumpió Annie, y no tenía la menor intención de cometer ese error. Era cierto, era uno de los hombres más guapos que había visto en su vida y, con o sin esposa, no era para ella.

Cuando Annie regresó a casa del colegio, su padre ya se había levantado.

George Puente había regentado la pequeña farmacia del pueblo hasta hacía cuatro años, pero el descenso del número de habitantes y los medicamentos más baratos que se dispensaban en el supermercado de la vecina ciudad de Westerbury habían acelerado su jubilación. En la actualidad complementaba sus ingresos escribiendo artículos para el periódico local, y además se ocupaba de cuidar de Amy cuando Annie trabajaba de vez en cuando en el pub del pueblo.

Harvey, el perro de caza de su padre, ladró y saltó de alegría al verla entrar en la casa, y Annie deseó que el perro se comportara un poco mejor para su edad. Ya tenía siete años, pero seguía portándose como un cachorro malcriado.

Annie entró en la cocina.

-¿Todo bien? -preguntó su padre que estaba desayunando sentado a la mesa de la cocina.

Annie se dejó caer en una silla frente a él y se sirvió una taza de café.

-Más o menos -gruñó ella-. Ya sé dónde ha estado viviendo Buttons.

-Creía que Amy le había encontrado un hogar -dijo él, perplejo-. ¿No me digas que lo tenía guardado en su habitación?

-No. Nada de eso. Lo ha tenido escondido en la casa del coronel.

Su padre se echó a reír.

-Vaya con Amy -dijo-. De todos modos, no importa, ¿no? La casa está vacía.

-Ya no -le dijo su hija, bebiendo un sorbo de café-. Hay un nuevo inquilino. 0 mejor dicho, un nuevo propietario. Lo he conocido esta mañana. Es una forma inequívoca de recordarnos que el coronel Phillips nos ha dejado para siempre.

-Mm -asintió su padre-. Aunque ya era muy mayor. ¿Cuántos años tenía? ¿Noventa y dos, noventa y tres?

-Noventa y uno -dijo Annie-. Y ya sé que era muy mayor, pero conmigo siempre fue muy atento y considerado.

Amargo despertarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora