Capítulo 3

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Capítulo 3

DIANE estaba paseando nerviosamente por la cocina cuando Poncho entró.

-¿Quieres explicarme qué es lo que está pasando? -exigió saber, echando chispas de irritación por los ojos-. ¿Cuánto hace que conoces a Annie Puente?

-No la conozco -dijo él, yendo a lavarse las manos al fregadero-. Sólo llevo aquí un par de días.

-Pues parece que tenéis muchas cosas en común. Desde luego ella no esperaba verme -continuó Diane, presa de ira-. ¿Le has dicho que iba a venir?

-¡Por el amor de Dios, Diane! -Poncho se secó las manos con un trapo y las metió en los bolsillos para que Diane no viera que estaban temblando-. ¿Por qué le iba a decir nada? Sólo la he visto una vez.

Diane lo miraba con suspicacia.

-Entonces ¿que hacía ese conejo aquí?

Poncho suspiró. Necesitaba sentarse, pero el orgullo y la determinación lo obligaron a mantenerse en pie. Tenía que haberse dado cuenta de que Diane querría provocar algún tipo de discusión, pero por muy atractiva que fuera Annie Puente -y él no negaba en absoluto que lo fuera-, no le interesaba en lo más mínimo.

-Tiene una hija -explicó, cansado-. Pero supongo que eso ya lo sabes. Pareces saberlo todo de ella.

-Antes sí -declaró Diane, con altivez-. Pero hace años que no las veo, ni a ella ni a su hija.

-El caso es que. la niña decidió que el conejo estaría más seguro en mi jardín que en el suyo y escondió la conejera junto a mi puerta de atrás. Esta mañana la he sorprendido dándole de comer. Eso ha sido todo.

-¿Y entonces qué? ¿Has telefoneado a su madre y le has pedido que viniera a buscarlo?

-No, ella ha venido a buscar a su hija. Supongo que no es ningún delito -respondió Poncho.

Estaba cansado del interrogatorio. No entendía por qué Diane se había molestado en ir a visitarlo si sólo quería discutir con él. Los médicos le habían aconsejado evitar todo tipo de tensiones y estrés innecesarios, y aquella discusión eran de lo más ridícula.

-¿Te apetece un café? -preguntó él, dirigiéndose a la encimera.

-Entonces ¿por qué no se han llevado el conejo antes? -insistió Diane, tras rumiar en silencio las explicaciones de Poncho durante unos segundos.

-Por el amor de Dios -le espetó él-. ¿Qué importa? Ya te he explicado lo que ha pasado. Déjalo ya de una vez.

Diane titubeó un segundo.

-Supongo que... no sé, que no habría sido fácil mover la conejera sin el coche.

-No.

Diane asintió.

-¿Y Annie no sabía que la niña había dejado el conejo aquí?

-Diane... -el tono de Poncho era una advertencia para que no continuara, pero ella no se dio por enterada.

-Sólo quiero saber -dijo, inocentemente-. Supongo que Amy sigue considerando esta casa como su segundo hogar.

Poncho giró sobre sus talones, con el ceño fruncido.

-¿De qué estás hablando?

Diane le sonrió con suficiencia.

-Creía que estabas harto de hablar del tema -se burló, pero al darse cuenta de que estaba llevando las cosas demasiado lejos, le explicó parte de la situación-. Annie solía trabajar para el anciano propietario de esta casa. Según tengo entendido, muchas veces se traía a la niña con ella.

Amargo despertarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora