Capítulo 11

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Capítulo 11

REGRESARON a Mallon's End por la tarde. Amy estaba cansada y a Annie no la sorprendió comprobar que se había quedado dormida en el asiento de atrás.

Hicieron el viaje de regreso prácticamente en silencio, pero un silencio relajado que en nada se parecía a la tensión del viaje de ida. El hecho de que Poncho le hubiera confiado sus experiencias había sido muy importante. Se le ponía la carne de gallina sólo de pensar lo que él había debido de sufrir, y sospechaba que si Amy no hubiera estado con ellos, la atracción que sentía por él hubiera podido meterla en otras dificultades. No había duda de que había habido momentos en que la tensión entre ellos era casi palpable.

En el fondo se alegraba de no haber llevado el bañador. Su biquini, que tenía desde hacía demasiados años, sólo habría acentuado los kilos de más que había ganado desde el nacimiento de Amy. No, no tenía cuerpo de modelo, y nunca lo tendría.

Después de comer fueron a dar un paseo por los acantilados, y Poncho entretuvo a Amy contando la historia de los barcos piratas que solían patrullar las costas inglesas buscando jóvenes a las que después vendían como esclavas en el norte de África.

-¿Como le pasó a usted? -preguntó Amy, ingenuamente.

Poncho intercambió una sarcástica mirada con Annie.

-Más o menos -dijo.

Y Annie quedó con la impresión de que había un aspecto de su cautiverio del que aún no podía hablar.

Poco después de las cinco de la tarde llegaron al pueblo, y en lugar de llevarlas a casa Poncho condujo directamente a la suya.

-Amy sigue dormida -dijo él-. Es una lástima despertarla.

Con una indicación la invitó a entrar en la casa.

-Aquí estará bien -le aseguró él en voz baja-. Dejaré las puertas abiertas para que nos encuentre enseguida cuando se despierte.

Entraron en el salón recién amueblado con un par de espaciosos sofás de piel colocados delante de la chimenea que encajaban perfectamente con el estilo de la casa y las amplias habitaciones.

-Siéntate -dijo él, indicándole uno de los sofás y desapareciendo antes de que ella pudiera responder.

Pero Annie estaba demasiado nerviosa para relajarse. Se acercó a las ventanas, y al pasar por delante del espejo alargado que había junto a la chimenea, vio su cara reflejada en él.

Aunque no se ponía morena, se le quemaba enseguida la piel, y ahora tenía la cara roja como un tomate, que contrastaba con su melena pelirroja y el rosa de su camiseta y pantalones cortos.

Todavía estaba mirándose en el espejo, lamentando su aspecto, cuando la imagen de Poncho apareció detrás de ella. Había dejado la bolsa, pero no se había cambiado de ropa.

Annie se habría apartado del espejo, pero el marco sólido del cuerpo masculino se lo impidió. Además, era inútil fingir que no se había estado mirando. El ya la había visto.

-¿Qué ocurre? -preguntó él.

-No hace falta preguntarlo -exclamó ella, señalándose la cara-. ¿Por qué no me lo has dicho?

-¿El qué? ¿Qué tienes aspecto de haber pasado un maravilloso día en la playa? -preguntó él, suavemente-. Deja de castigarte. Yo te veo bien.

-Eso es porque no me miras como... como un hombre mira a una mujer -le espetó ella, segura de que no habría sido tan valiente de no estar de espaldas a él y hablando únicamente a su reflejo en el espejo

Amargo despertarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora