Capítulo 4

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Capítulo 4

PONCHO estaba seguro de que ella rechazaría su invitación.

Al soltarle el brazo, se dio cuenta de que contaba con ello. Ya se había arrepentido de invitarla, y lo único que quería ahora era volver a casa, cerrar la puerta y aislarse del mundo. No tenía ganas de visitas. La de Diane había sido suficiente. ¿Qué demonios estaba haciendo, invitando a esa joven a su casa y arriesgando su frágil independencia otra vez?

Ella lo miraba con sus grandes ojos azules. Parecía tan inocente, pensó él, con irritación ante su propia debilidad. Porque no podía serlo. Según Diane, se había quedado embarazada a los dieciséis años. No era precisamente el comportamiento de una joven inocente. Y las mujeres sabían muy bien cómo disfrazar lo que eran en realidad. Diane era un claro ejemplo de ello.

Pero esta joven no se parecía en nada a Diane. Para empezar, Diane nunca hubiera salido de casa sin maquillaje, y con un pantalón de peto rosa y una camiseta. A juzgar por cómo se movían sus senos, ni siquiera llevaba sujetador debajo de la ajustada camiseta...

¡Un momento! ¿De dónde había salido eso? Hacía mucho tiempo que no reparaba siquiera en el pecho de una mujer.

-Está bien -dijo ella de repente, casi sobresaltándolo-. Supongo que ha venido en su coche.

Poncho miró automáticamente hacia donde había aparcado su todoterreno, sintiendo que se le encogía el corazón. ¿Cómo había sido tan estúpido? Ahora iba a tener que continuar con la invitación.

-Yo lo sigo -dijo ella, interrumpiendo sus pensamientos.

Cuando llegaron a su casa, Annie aparcó su coche al lado del de Poncho y entró en la casa, mientras él mantenía la puerta abierta.

-Pase. Tendrá que perdonar el desorden. No he tenido tiempo de decorar.

-La verdad es que me gusta como está -dijo ella, mirando con cierta nostalgia una casa que conocía a la perfección.

Al cerrar la puerta tras ella, Poncho recordó el tema del que quería hablar con ella.

-Sí, Diane me dijo que usted antes trabajaba aquí. ¿Es cierto?

Un suave rubor cubrió las suaves mejillas femeninas.

-Puede, sí -respondió Annie-. ¿Dónde está Diane? ¿Fue ella quien le sugirió que podría interesarme trabajar para usted? ¿Por eso me ha invitado?

Poncho dejó las bolsas de la compra en la mesa de pino de la cocina antes de mirarla con expresión cansada.

-Diane está en Londres. Lo siento si esperaba encontrarla aquí. Me temo que estoy solo.

Annie apretó los labios durante un momento.

-Pero ella le sugirió que podría interesarme el trabajo, ¿no? Tenía que haberme dado cuenta.

Poncho titubeó durante sólo un segundo.

-Si conoce a Diane, sabrá que ella jamás me sugeriría emplear a ninguna mujer menor de cincuenta años. Y menos a alguien a quien considera una rival.

Poncho la oyó contener la respiración.

-Está de broma, ¿verdad?

Poncho no bromeaba, pero al instante se arrepintió de haber sido tan sincero.

-Sí, puede. Olvídelo. ¿Qué prefiere, té o café?

-Té, por favor -dijo ella por fin. Cruzó los brazos sobre el estómago-. ¿Qué le ha contado Diane de mí?

Amargo despertarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora