Capítulo 2
—Buenos días, cariño —le llegó la voz de Alfonso a través de la cocina. Dejó lo que estaba haciendo y se volvió con el tenedor aún en la mano. Por un instante se olvidó del beicon que estaba preparando en cuanto vio al alto y delgado vaquero apoyado en las jambas de la puerta. Su voz se le coló por los sentidos como sirope caliente, caliente y dulce. Aquella sonrisa fácil y aquellos ojos pícaros despertaban en ella una extraña sensualidad que la incomodaba y que no deseaba sentir.
Con el ceño fruncido le señaló la mesa.
—Siéntate. Iba a llevarte el desayuno a la habitación —dijo antes de volverse de nuevo hacia el beicon.
Empezaba a poner en duda que su plan, tan práctico en teoría, funcionara. ¿Cómo podía hacer nada a derechas, aprender a ser una mejor ranchera si estaba tan interesada en Alfonso como mujer?
—No tienes que preocuparte por mí, cariño, no soy responsabilidad tuya.
—Deja de llamarme cariño. Y, por lo que a mí respecta, mientras estés en el rancho eres responsabilidad mía, como el resto de los que están aquí. ¿Cómo te encuentras?
—Mejor que ayer, peor que mañana.
Arrastró la silla con un enorme chirrido que asustó a Anahí, quien le dirigió una mirada enfadada. Fue un error. Los ojos de Alfonso se clavaron en los suyos y el brillo de plata la cautivó.
Fue él quien desvió la mirada primero, paseándola con insolencia por el cuerpo menudo de Anahí, deteniéndose en la floja camisa de algodón, en los pantalones ajustados y en las descuidadas botas. Despacio, recorrió con los ojos, atentos e interesados, el camino inverso hasta atrapar su mirada otra vez.
Ya era suficiente, pensó Anahí, alzando la cabeza con desdén e intentando ocultar sus emociones. Se volvió hacia los fuegos. Le temblaba la mano, pero estaba segura de que él no podía verla. Frió la última tira de beicon y no se esmeró al preparar los huevos revueltos.
Sentía su mirada clavada en la espalda. Sabía que Alfonso estudiaba cada movimiento que hacía y que podía soltar un comentario irónico en cualquier momento. Si llegara a decir algo...
¡Cómo podía aquel hombre ser del agrado de Bobby! Se sacudió aquellos pensamientos de la cabeza. Siempre había pensado que Bobby sabía conocer bien a la gente y empezaba a dudarlo.
—¿Siempre metes al capataz en casa? —preguntó Alfonso mientras empezaba a comer el desayuno.
—Pensé que quizá necesitaras algo durante la noche. Cuando te repongas podrás trasladarte al barracón.
—No merece la pena. No estaré aquí tanto tiempo. A propósito, eres buena cocinera —dijo rebañando el plato.
—Gracias, pero tampoco hay que saber mucho para hacer huevos con beicon.
—Umm, las galletas parecen de aire.
Estaban buenas, era algo en lo que destacaba. De hecho, sabía cocinar. Sabía hacer muchas cosas, pero no llevar un rancho. Todavía.
—No eres de por aquí, ¿verdad? —preguntó Alfonso sirviéndose otra taza de café y columpiándose en la silla.
—No, de Denver.
—¿Conociste allí a Bobby?
Anahí asintió con la cabeza sin levantar los ojos del plato. No quería hablar del pasado, quería aprender lo máximo posible antes de que se marchara.
—¿Por qué no vuelves allí? —continuó.
Ante aquella pregunta, levantó la vista.
—No hay nada esperándome allí. Éste es mi hogar es el único medio que tengo para sobrevivir. Quiero aprender a sacarlo adelante.
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Marido de Alquiler
RomanceADAPTADA, ADAPATADA, ADAPTADA DERECHOS RESERVADOS A SU AUTORA: Barbara McMahon CAPA: @PORTILLAVIBES.