Capítulo 4

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Capítulo 4

Alfonso dedicó los días siguientes a estudiar los pastos y el ganado. Cada mañana temprano salía a montar para familiarizarse con el lugar, sin hacer caso de las lesiones que le habían apartado del rodeo. Anahí volvió a acompañarle el segundo día, pero el tercero se quedó en casa estudiando los libros de cuentas. No era mucho lo que podía aportar yendo con ellos, y Gary sabía todas las respuestas a las preguntas de Alfonso. En un par de días, Alfonso sabía más que ella sobre el ganado, de modo que aprovechaba mejor el tiempo trabajando en la contabilidad.

Por las tardes, Alfonso practicaba con Shadow en el corral o en la finca con el ganado. Era incansable. La puesta a punto de caballo y jinete sólo se conseguía después de muchas horas de entrenamiento y Alfonso trabajaba a conciencia con el caballo. Anahí los veía de vez en cuando, maravillada ante la compenetración entre montura y jinete, que se movían como si de un sólo ser se tratase. Eran perfectos, no era de extrañar que ganaran competiciones...

Mientras, Alfonso seguía curándose. De no ser porque al hacer algún movimiento brusco daba un respingo, Anahí no habría sabido que las costillas le seguían molestando. Ni siquiera sabía si el brazo ya estaba bien, porque nunca se quejaba, y ella no volvió a recomendarle que aflojara la marcha. Ya era mayorcito, si iba demasiado rápido, allá él. Anahí ya tenía bastante con procurar mantener la relación dentro de los límites de lo profesional. Era un hombre desconcertante. No podía pasar cerca de ella sin dejar de tocarla. Una caricia en el brazo, otra en la mejilla, un suave tirón de pelo... Era como si se le fueran las manos. Era algo a lo que no estaba acostumbrada, porque ni su padre ni Bobby eran tan efusivos.

Quería que Alfonso dejara de tocarla, pero no porque no le gustase, sino porque le gustaba demasiado. Tantas atenciones la descolocaban.

El tercer día, después de la cena, se escabulló a dar de comer a los caballos. Tomó el heno y lo repartió entre los caballos, que la empujaban ligeramente buscando comida. Se aseguró de que Bugle no se comiera lo de los caballos menos agresivos. La rutina la tranquilizaba y calmaba sus sentidos.

—¿Has dado de comer a Shadow? —preguntó Alfonso apareciendo a su lado en la valla del corral.

El sol del atardecer empezaba a esconderse tras las montañas y sus rayos dorados lo bañaban todo.

—Sí, y le he dado algo de grano. Le di de comer en su compartimiento para que no tuviera que compartir el heno con el resto de los caballos.

No apartaba la vista de los caballos, huyendo de la mirada de Alfonso. Le encantaba la rutina del rancho, que hacía que pareciera que el tiempo no pasaba. Era una vida tan diferente a la que había llevado antes...

—Tenemos que hablar del rancho, Anahí —dijo Alfonso apoyando una bota en la barra inferior de la valla y el brazo sobre la rodilla.

—Hemos estado hablando del rancho desde que llegaste, ¿de qué quieres hablar concretamente?

—Pronto se te vendrá encima otro pago de la hipoteca, tienes hombres a los que pagar y alimentar y hay que herrar de nuevo a los caballos.

—Lo sé.

El miedo la paralizó. Todo eso ya lo sabía. Le preocupaba desde hacía semanas, desde que Rod había desaparecido con el dinero. ¿De dónde iba a sacar el dinero?

—Me imagino —prosiguió Anahí—, que tendré que vender algo, ¿no?

—Es mal momento para vender porque no estás en condiciones de exigir y malvenderías lo que fuera.

—Pero al menos conseguiría algo de dinero para zapear el temporal.

—Es cierto —reconoció Alfonso sin dejar de mirarla como si quisiera ver su reacción—, pero hay otras formas de conseguir dinero.

Marido de AlquilerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora