Capítulo 10

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Capítulo 10

Los días iban pasando y Anahí no era ya la misma mujer que semanas antes se había acercado a hablar con un vaquero herido. Tenía más confianza en lo concerniente al rancho. Sabía arreglárselas, dirigir a los hombres y planificar las tareas. Sabía lo suficiente para llevar el rancho con diligencia. Y en caso de necesitar ayuda, sabía que podía acudir a los vecinos o preguntarle a Alfonso.

La tercera noche, recibió una llamada de Alfonso. La llamada no fue todo lo satisfactoria que hubiera deseado. Le preguntó por los hombres, el ganado y los caballos. Después le preguntó qué tal estaba, pero Anahí habría preferido que se interesara por ella en primer lugar.

Había ido siguiendo los pasos de Alfonso por el itinerario que le había dejado. Le preguntó cómo le iba en la competición y, aunque no paraba de preguntarse a todas horas lo que podía estar haciendo durante los largos días y las interminables noches, no se lo preguntó. Si se dedicaba a ir de juerga con el resto de los vaqueros o en busca de mujeres con las que pasar la noche, prefería no tener que enterarse.

Lo echaba de menos. El rancho ya no significaba lo mismo que antes para ella. Se había convertido en un lugar donde vivir y trabajar; en un lugar que iba prosperando ante sus ojos, pero sin la persona que lo había hecho posible, todo se convertía en una forma de ver pasar el tiempo. Se sentía sola y nerviosa.

Se suscribió a una revista dedicada al rodeo para seguir las clasificaciones. Las dos primeras semanas no hacía mención alguna de Alfonso, pero pronto empezó a aparecer entre los quince primeros de la competición de potros salvajes. Después de todo, aún tenía posibilidades de llegar a las finales del campeonato nacional. Como las revistas especializadas no cubrían la doma, no sabía qué tal les iría a Shadow y a Alfonso en la prueba.

Se preguntó si tomarse unos días libres o no para ir a verlo competir.

Dos semanas después de hablar con él por teléfono, Alfonso todavía no había vuelto a llamar. Cada noche, Anahí se acostaba pensando si tendría noticias de Alfonso al día siguiente, preocupada por si le habría pasado algo. Quizá había intentado hablar con ella y no había estado en casa para contestar el teléfono. Con estos pensamientos, fue a ver en el itinerario dónde estaba en aquel momento. Estaba en Texas, realmente lejos.

Anahí se acomodó en la silla del despacho, satisfecha de lo bien que marchaba todo. El rancho iba prosperando sin problemas; las cuentas estaban al día; cada vez tenía más confianza a la hora de dirigir a los hombres y supervisar los trabajos; y tampoco tenía problemas con los del suministro de piensos. La mesa estaba despejada de papeles ante ella. Orgullosa de saber cumplir con sus obligaciones, miró a su alrededor y reparó en la pila de Diarios del ganadero que esperaban en un montón a que los leyera. No había tenido tiempo desde lo de Rod.

Como octubre se acababa y los días se iban haciendo más fríos, Anahí empezó a pensar en cosas que hacer dentro de casa. No quería salir con el frío que hacía por las tardes.

No era mala idea empezar a ponerse al día con la pila de periódicos atrasados, así que tomó el más reciente.

Llevada por la curiosidad, se puso a ojearlo. En las páginas interiores había un artículo sobre... De repente, se paró. Allí, en el medio, mirándola, había una foto a todo color de Alfonso Herrera. El corazón se le puso a latir con furia mientras estudiaba la cara de la persona amada. ¿Qué hacía su foto en aquel ejemplar? Le echó un rápido vistazo por encima al artículo y no podía salir de su asombro. Lentamente, se echó hacia atrás en la silla y empezó a leer de nuevo el artículo pero esta vez sin saltarse una sola palabra.

—¡Embustero hijo de perra! —soltó entre dientes, volviendo a leer el primer párrafo.

Después, se puso a revolver entre los pocos papeles que tenía sobre la mesa, hasta encontrar el itinerario de Alfonso. Estaba tan furiosa que hubiera podido estrangularlo.

Marido de AlquilerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora