Capítulo 7

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Capítulo 7

—Me acercaré al fuego tanto como sea posible para ver lo que está pasando, Gary.

Anahí conducía a toda velocidad, olvidándose de la seguridad. El tiempo era precioso. Estaba desorientada y a medida que se acercaban al resplandor, que se hacía más y más brillante, se sentía cada vez más confundida. Gary se bajó dos veces a abrir el camino del ganado, volviendo enseguida a la camioneta. Había humo por todas partes. Subieron las ventanillas para que entrase la menor cantidad posible, pero aun así, respiraban con dificultad.

El resplandor se hizo más luminoso, y pronto pudieron distinguir un frente de llamas que iba consumiendo la hierba a uno o dos kilómetros de ellos. Anahí condujo la camioneta siguiendo la línea de las alambradas. Iba abriendo las puertas y retirando las vallas que normalmente servían para contener el ganado. Gary estaba algo más adelantado, cortando secciones de alambrada. Trabajaban con rapidez y con desesperación, echando a perder el trabajo de tanto tiempo.

Anahí no perdía de vista el ganado con el rabillo del ojo. Comprobó con alivio que varias cabezas de ganado avanzaban en su dirección sin encontrar obstáculos.

De repente, oyó el estruendo de un trueno y miró a su alrededor. Alfonso y Pete eran pequeñas siluetas delante del enorme resplandor. Faltaba más de una hora para el amanecer y había que poner el ganado a salvo. El ganado era lo principal en los pensamientos de Anahí.

No quería alejarse demasiado de la camioneta, así que fue a moverla para que estuviera más cerca de donde estaban trabajando con las alambradas. Se unió a Gary que cortaba el alambre y lo recogía como podía para que las patas del ganado no quedaran enredadas en él. Iba acercando la camioneta a medida que avanzaban.

Oyó otro estruendo, pero ya no se trataba de un trueno: el ganado corría despavorido hacia ellos huyendo de las llamas.

—¡Corre, Gary! ¡A la camioneta!

Corrió hacia la protección y la seguridad de la camioneta. Gary corría unos metros por detrás. Al cabo de unos segundos, estaban rodeados de reses histéricas. Era un caos: los animales avanzaban ciegos en una carrera frenética. Algunos chocaron contra la camioneta. Anahí contenía la respiración, rezando por que la frágil estructura aguantara las embestidas.

Las llamas estaban cada vez más cerca. Desde donde estaban podían distinguir las siluetas de Alfonso y Pete sin dificultad. Anahí tenía el corazón en un puño y le subían por la espalda helados escalofríos cada vez que veía a Alfonso cabalgar hacia las llamas para reconducir alguna res descarriada. Siempre daba la vuelta a escasos metros de las llamas y Anahí respiraba aliviada.

—Será mejor que nos alejemos del fuego, señora Puente —propuso Gary.

Anahí puso en marcha el motor y se dirigieron a la sección siguiente. A lo lejos, oyó el ruido de otro motor y vio unas luces intermitentes. Gracias a Dios, por fin llegaba algo de ayuda.

Avanzó un poco más y detuvo la camioneta haciendo señales con las luces a los bomberos para que supieran que estaban allí. Los bomberos se acercaron y en unos segundos una docena de hombres bajaron y se dirigieron hacia el fuego. Anahí se unió a ellos y Alfonso se acercó también con Shadow.

—Han sido muy rápidos —agradeció Alfonso, desmontando a la altura del jefe de la brigada.

—Venimos de la subestación de Silver City. Los otros llegarán en cuanto puedan. ¿Cuándo ha empezado a arder?

—No lo sabemos. Hace unas horas, quizás. Según el tiempo que lleve ardiendo se habrá quemado más o menos terreno. Allá arriba está el río y debe haber servido de cortafuegos por aquel lado.

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