Capítulo 3

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Capítulo 3

En ningún momento hizo Alfonso referencia al beso, pero Anahí no podía quitárselo de la cabeza. Su cuerpo añoraba aquellas sensaciones mientras permanecía sentada atenta a lo que le decía sobre el rancho. No podía creer que hubiera sido tan incauta, ¡estaba derritiéndose por un beso!

Se escondía tras una actitud distante aunque interesada. Hacía preguntas inteligentes, intentaba recordar las respuestas y daba su opinión sobre algunos temas cuando surgía la ocasión, porque en otros temas estaba completamente pez.

Alfonso demostró mucha paciencia a lo largo de la mañana, pero por la forma en que se revolvía en la silla, Anahí supuso que le dolían las costillas más de lo que dejaba ver, así a la hora de comer decidió parar.

Cuando Alfonso protestó, le recordó que las comidas y los descansos eran responsabilidad de ella y que tenía que parar antes de que le estallara la cabeza. Mejor no insinuarle que necesitaba descanso, no era de la clase de hombres que admiten que lo necesitan por mucho dolor que sientan.

—Hora de volver a los libros —dijo levantándose nada más terminar de comer.

—No para mí —improvisó Anahí mientras fregara el último de los platos—, tengo unas cosas que hacer antes. ¿No podemos dejarlo hasta después?

—¿Cuándo es después?

Anahí le tendió una caja de calmantes que había recogido de la habitación.

—¿Para qué me das eso?

—Está claro que te duele, lo dicen las arrugas alrededor de tu boca. Tómate una, haz el favor.

—Me dan sueño —se negó.

—Pues échate un rato. Tardaré eso de una hora y luego puedes seguir torturándome si quieres —dejó caer Anahí volviéndose hacia los platos. Se sonrió al ver que se tomaba una de las pastillas. Echarse un rato le haría mucho bien. Bueno, que creyera que sólo era un rato, que ella ya había pensado lo que hacer...

—Me voy a acostar un rato. Ven a despertarme cuando acabes lo que tengas que hacer.

Y salió de la cocina hacia su habitación.

Estaba furioso. A Anahí le entró la risa cuando oyó el portazo que dio después de que le hubiera ido a despertar. Le había dejado dormir toda la tarde hasta la hora de cenar. Cuando se dio cuenta de la hora que era, se puso a jurar en hebreo. Muy prudentemente, Anahí se escabulló. Oía con claridad cómo se ponía las botas y se metió en la cocina intentando controlar la risa floja. El señor Herrera había podido comprobar que no mandaba en todo en el rancho fuera o no el jefe.

—¿Qué demonios pensabas que estabas haciendo dejándome dormir toda la tarde? —gruñó entrando en la cocina.

El sabroso aroma de la ternera que había estado al fuego toda la tarde llenaba el aire; y el pastel de manzana estaba acabando de enfriarse. La fragancia de la canela, las especias y el pan le harían la boca agua a cualquiera que entrara en la cocina.

Alfonso, ajeno a todo ello, la miraba fijamente, con las marcas de la almohada todavía en la cara. Anahí, sin hacer caso de su enfado, le señaló una silla.

—Siéntate. Y la próxima vez, señor mandamás, no tengas tanta prisa por ponerte bien. El médico dijo que llevaría un tiempo que se te curaran las costillas. La venda te aliviará, pero no hace milagros. Y el descanso también le habrá venido bien al brazo.

—Puedo cuidar de mí.

—Muy bien. ¿Vas a cenar o a gritarme?

Cruzó la estancia de dos zancadas con los ojos inyectados de cólera hasta llegar a unos pasos de Anahí. Se había quitado el cabestrillo y la camisa estaba tirante alrededor de la escayola, en sus anchos hombros y el pecho musculoso. El brillo de acero de su mirada habría acobardado a cualquier hombre valiente, pero no a Anahí.

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