Capítulo 6

550 56 4
                                    

Capítulo 6

Intentando no pensar más en aquello, decidió salir a ver cómo les iba a Alfonso y a Pete con las alambradas y de paso echarles una mano. Se había acabado el papeleo por aquel día. Era hora de aprender aspectos más prácticos del rancho.

Tomó un termo de limonada fría y lo que quedaba del pan de jengibre y fue a ensillar el caballo.

Brillaba un sol de justicia y el viento era seco. Miró hacia las montañas, quizá se acercara una tormenta. La poca humedad y el viento le hicieron sentir incómoda. Se caló el sombrero para que le diera sombra en los ojos y se dirigió hacia donde Alfonso había dicho que estarían. Montaba bien para haber aprendido sólo unos años antes. Nunca llegaría a alcanzar el nivel de Alfonso, pero era consciente de que montaba lo suficientemente bien como para poder desenvolverse sin dificultad en un rancho.

En la distancia, divisó la sucia camioneta y dos hombres que trabajaban levantando alambradas. Su corazón comenzó a latir con fuerza al pensar que enseguida le volvería a ver. Repitiéndose a sí misma que la excitación que sentía era sólo debida a un capricho pasajero, decidió ignorarla. Quizá debería cambiar de táctica y disfrutar mientras Alfonso estuviera allí, aceptar lo que le ofrecía aunque supiera que era algo temporal y nada serio. ¿Podía hacerlo? Fustigó el caballo para que apretara el paso, ansiosa de ver de nuevo a Alfonso.

Pete clavaba las estacas y Alfonso, que se había quitado la camisa por el calor, tensaba el alambre. Al tensar el alambre se le notaban los músculos de la espalda. Las vendas de las costillas resaltaban sobre la piel bronceada por el sol.

Anahí desmontó cerca de la camioneta y ató el caballo a ella.

—Hola, chicos, os he traído algo de comer.

Sacó lo que traía de las alforjas y empezó a caminar hacia ellos, concentrándose en Alfonso.

Fascinada, no podía apartar los ojos de aquel torso masculino; no podía dejar de mirar sus anchos hombros y el pecho musculoso. El sol hacía que cubriese su piel una fina capa de sudor que le daba a la piel una apariencia húmeda y brillante. Le bajaban por la piel lentas gotas de sudor. Anahí no podía apartar los ojos y miraba sin poder evitarlo los vendajes. Tragó saliva y se acercó un poco más.

—La limonada está fría y os traigo también algo de pan de jengibre.

—Nos vienes de perlas, es el momento perfecto para hacer un descanso, ¿verdad, Pete?

—Sí, no me vendrá mal sentarme un rato.

El hombre tomó la taza que le tendían y un trozo del pan y se fue a sentar al lado de la camioneta. Alfonso se quedó al lado de Anahí, bebiendo ávidamente de la taza de metal sin perderla de vista.

—Muchas gracias.

Anahí hizo un gesto con la cabeza como respuesta y miró nerviosa a su alrededor.

—No sé si deberías estar haciendo esto, quiero decir, con tus costillas y el brazo...

Estaba tan nerviosa como un conejillo a punto de ser cazado. Tomó aire y lo soltó muy despacio para intentar tranquilizarse.

—Hay que hacerlo.

—Ya, pero no sé si...

—Estoy perfectamente, Pete está haciendo casi todo el trabajo.

Miró hacia Pete y vio que descansaba con los ojos cerrados. Desde luego, Alfonso sabía cómo tratar a los hombres y hacerles sentir que valían. Sacaba lo mejor de ellos y sabía valorar su trabajo. Aquello la admiraba. Se llamó la atención por estar idealizando a Alfonso otra vez. Se trataba de apagar el fuego del deseo, no de avivar las llamas.

Marido de AlquilerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora