Capítulo 9

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Capítulo 9

Al volver a casa, Anahí se encontró en la puerta con Alfonso, que se iba. Llevaba en una mano su petate y en la otra el par de botas de repuesto.

—¿Adónde vas? —le preguntó asustada.

¿Se marchaba ya? Aún no. El brazo no estaba curado. No se habían casado. No podía ser.

—Al barracón —dijo pasando a su lado.

—¿Por qué?

Anahí se volvió rápidamente e intentó caminar a su paso.

—¿Por qué crees que lo hago? Para salvaguardar tu reputación, por supuesto.

—¡Qué tontería! Llevas semanas viviendo en casa.

—Pero no estábamos prometidos.

Siguió andando. Anahí se quedó clavada. Prometidos. Poco a poco, una sonrisa se fue dibujando en sus labios. Estaban prometidos. Nunca antes había estado prometida. Notó que crecía en su interior una sensación de placer que iba envolviéndola lentamente. Iba a estar prometida dos semanas.

—Espera —dijo, corriendo para alcanzarlo y agarrarlo por el brazo—, eso no cambia nada.

Alfonso soltó de pronto el petate y las botas y la estrechó contra su pecho apoyando la cabeza sobre los cabellos de Anahí.

—Los vaqueros tenemos muy mala fama. No quiero dar pie a ningún tipo de comentarios sobre ti. Dormiré con Pete y Gary hasta la boda.

Durante un momento maravilloso, Anahí se sintió morir de felicidad. Nadie se había preocupado tanto por ella antes. Alfonso le hacía sentirse especial, protegida, apreciada.

—Está bien, supongo. Pero, ¿seguirás viniendo a comer conmigo?

Cuando Alfonso pareció dudar, Anahí se apretó contra él.

—Por favor —continuó—, cocinar para uno no es tan entretenido como hacerlo para dos.

Ni era tan entretenido, ni le hacía ninguna gracia comer sola. Ya comería sola cuando se tuviera que ir.

—Muy bien. Ve a preparar la cena que enseguida voy.

La soltó y volvió a recoger sus cosas. Sin volver a mirar atrás, se metió en el barracón.

* * *

Durante las siguientes dos semanas, Alfonso trabajó sin descanso. Anahí aprendió más de lo que nunca había imaginado sobre cómo llevar un rancho, contratar hombres y superar las consecuencias de un incendio. Alfonso se encargó de que retiraran los restos de las reses muertas y de la camioneta que había ardido, y Anahí fue a la ciudad a comprar una nueva, cortesía de su prometido.

Los nuevos vaqueros se pusieron a arreglar las vallas y las alambradas, mientras Alfonso planificaba con Anahí el barbecho y la rotación del ganado en los campos arrasados por el fuego, y le explicaba cómo debían esparcir comida para el ganado por las zonas quemadas. Le enseñó a calcular los pedidos y a asegurarse de que los del almacén de piensos traían los pedidos a tiempo y lo esparcían por donde tenían que hacerlo.

Revisó con ella los procesos de mantenimiento, las cuentas y una planificación para las emergencias. Anahí se sentía como si estuviese otra vez en el colegio, preparándose para un examen final.

Y en aquellos catorce días, Alfonso no volvió a tocarla.

Al principio, Anahí no estaba segura, pero después empezó a observarlo y a estudiar sus movimientos. Seguía con sus bromas y su arrebatadora sonrisa seguía poniéndole el corazón a cien. Su talante era el de siempre, abierto y franco, pero había algo que no encajaba. Anahí no dejaba de preguntarse qué podía ser, y lo única explicación que se le ocurría era que siguiera enfadado con ella.

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