¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Mi mano era apretada levemente, su gran mano envolvía por completo la mía. Sentí su calidez, pero algo en su contacto se sentía distante, como si esa calidez solo fuera una ilusión. Lo miré de reojo. Su rostro mostraba el mismo cansancio de siempre, esas ojeras profundas, esa sonrisa forzada que hacía tiempo dejó de consolarme. Me daba un poco de pena. Siempre decía que estaba bien,
Siempre estaba bien. Pero sabía que no lo estaba, y yo tampoco.
—¿Crees que estaremos enamorados por siempre? — Pregunté, mi voz temblaba ligeramente, como si el peso de la pregunta me ahogara.
El sonrió, pero su sonrisa no llegó a sus ojos.
—Por supuesto, cariño. — Susurró con suavidad. — No deberías ni preguntarlo.
Una pequeña carcajada escapó de mis labios, una carcajada amarga, hueca. Este hombre me traía loca, o quizás la locura venía de mí por seguir aferrada a una promesa que ya no existía.
Ahora yo apretaba y acariciaba sus grandes manos, esas manos que solían hacerme sentir segura. Solo eran frías aunque parecieran cálidas.
—Pensaba que podríamos salir a unas cortas vacaciones, solo tú y yo —Forcé una sonrisa, esperando que él dijera algo que pudiera salvarnos.
Él suspiró, como siempre.
Un suspiro que escondía lo que ya no me decía.
—No lo sé, tengo que hacer cosas del trabajo.
—Pero pensé que te habías tomado unas dos semanas... — insistí, mi voz ya sin la alegría inicial.
—Las tomé por eso mismo, eran demasiadas cosas —respondió, sonriendo otra vez, pero de una manera que me rompía el corazón. — No te enojes conmigo.
—Está bien —mentí con una risa vacía.
Me quedé mirándolo en silencio, preguntándome cuántas veces más me mentiría. ¿Cuántas veces más fingiríamos que todo estaba bien? ¿Por qué sonríes y me mientes?
