¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
¿Y por eso no se sentía igual que desde un principio? Claro. Apreté los puños con tanta fuerza que mis uñas se hundieron en la piel de mis palmas mientras salía del departamento de mi novio. Que definitivamente ya no lo es.
Escuché sus gritos a mi espalda, llamándome, suplicándome que no me fuera. Preferí ignorarlos. No permitiré que Gojo me vea derramar una lágrima por él. No quiero que sepa cuán rota me siento, cuán profundamente me duele esto.
¿Así que sientes que te engañen? Esa pregunta me taladraba la mente, recordándome cada palabra, cada promesa vacía. Pero, aunque lo intentara, me duele. Duele mucho.La presión en mi pecho se hacía más intensa, como si un peso invisible me aplastara, robándome el aliento.
Subí al auto con movimientos mecánicos, cada paso un desafío. Una vez dentro, las lágrimas comenzaron a caer de mi cara fuertemente, como si se liberaran de una represa que había mantenido cerrada demasiado tiempo. Odiaba, lo odiaba. Lo odiaba por dejarme sentir así, por no ser el hombre que prometió ser. Me odiaba a mí misma por no tener la fuerza de salir adelante, por seguir atada a una ilusión.
No tengo dignidad. Esa frase resonaba en mi mente como un eco desgarrador, recordándome que había permitido que me trataran así. Te necesito. La necesidad era abrumadora, una sensación palpable que se instalaba en mi pecho. Necesito un abrazo, un refugio en medio de esta tormenta emocional. Te extraño. Te extraño tanto, que la desesperación me hacía sentir que estaba a punto de desmoronarme.
En ese instante, mi respiración se volvió irregular, como si cada inhalación se convirtiera en un desafío. Me sentía atrapada, y en la soledad del auto, las lágrimas se convirtieron en sollozos incontrolables. El miedo a perderlo, a quedarme sola en este mar de dolor, me inundaba, y todo lo que deseaba era escapar de esta agonía.