Burn/First Burn

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El sonido de la alarma interrumpió la tranquilidad de la mañana, haciendo que la dulce pareja que se encontraba en la cama abriera los ojos con pereza. Greed-ler subió su mano hasta la mejilla de su esposo, acariciando con suavidad y mirándolo con amor, pensando que se veía muy tierno con la corona de flores que seguramente Norma le había puesto. Once-ler lo miró de igual manera, optando por intentar ignorar sus pensamientos de la noche anterior.

-¿Vas a dejar la alarma sonando?

-Suena tentador, pero si no voy a mi oficina en diez minutos mi madre vendrá a sacarme de aquí.-Se sentó en la cama, apagando la alarma en la mesita de noche que se encontraba de su lado. Caminó hasta entrar al baño, cerrando la puerta a medias por si a su esposo le apetecía entrar por cualquier cosa. Oncie se estiró, tomando la corona de flores en sus manos y mirándola confundido. No era propio de Norma irrumpir en las casas de los demás sin avisar, aunque claro, luego podría preguntarle cuando hablara con ella.

Con tranquilidad sacó la ropa de los cajones de su esposo, colocandola sobre la cama junto con las cadenas de oro y el reloj que siempre llevaba consigo. Se cambió la pijama por la ropa de siempre: una camisa blanca que hacia juego con su pantalón negro. A Once-ler nunca le había gustado brillar al caminar, mientras fuera cómodo y sencillo lo usaría, muy diferente al empresario que, sin importar el clima o la ocasión, siempre debía de llevar las mejores ropas y joyas sobre su persona.

Greed-ler salió del baño con el cuerpo ya seco, poniéndose la ropa antes preparada por el menor, mientras que Oncie lo ayudaba a terminar de secar su cabello para no mojar su camisa. Como era la rutina, el de ojos azules fue al armario, sacando uno de tantos sacos verdes para luego deslizar la prenda sobre los brazos del mayor, abotonandolo.

-¿No has pensado en comprar otro tipo de saco?-Tomó la corbata, colocandola en su cuello para luego arreglarla. 

-El verde me sienta bien, y es mi color favorito. No olvides que hoy tenemos nuestro tiempo juntos, y también, van a hacer arreglos en el pasillo, no salgas hasta que tengas que ir a mi oficina.

-Nunca lo olvidaría. Ten un excelente día, amor.-Lo besó, siendo correspondido como era habitual. Solo por ese instante, Once-ler se permitió olvidar las dudas que rondaban su mente, seguro todo había sido imaginación suya, Greed jamas le mentiría ni le haría daño. Cuando el mayor se fue, Oncie limpió la habitación, acomodando las fotografías y papeles de proyectos importantes, dejando estos últimos sobre el escritorio que tenían en el cuarto. 

Soltó una risa ante los recuerdos que venían a su mente, eran varias las ocasiones en las que su esposo se levantaba en la madrugada con una idea que tenia que anotar de una u otra forma, claro que ese pedazo de madera no solo había sido testigo de las ideas locas de Greed, si no de también sus noches de placer o su sexo matutino. Se sonrojó, acariciando las orillas de la madera, sin duda eran momentos que el atesoraba con el alma. 

Se sobresaltó cuando uno de los sirvientes entró con su bandeja de comida, le agradeció al tomarla en sus manos, arqueando una ceja ante la mirada de lastima que el sirviente le dio antes de retirarse.  Negó con la cabeza, disfrutando de su desayuno, solo eran cosas suyas. 

Al terminar los alimentos que venían en la bandeja sacó un libro de la pequeña estantería en la pared junto al escritorio, leyendo cómodamente sobre la cama. A mitad de su lectura su mente se enfocó en la estantería donde reposaban por lo menos nueve libros. Si, era verdad que tenían una biblioteca con cientos de libros para ambos, pero como siempre, a Once-ler solo le bastaba un puñado de ellos para ser feliz, al fin y al cabo no le servían de nada montañas de libros que aun no podría leer.

Sonrió inconscientemente al recordar la segunda navidad de su matrimonio, Greed-ler había gastado una considerable suma de dinero en varias colecciones de libros. No entendía porque el afán de comprar libros que aun no leería, si mal no recordaba su esposo en ese entonces tenia seis lecturas pendientes, era muy obvio que los libros nuevos se quedarían arrumbados en la biblioteca acumulando polvo por lo menos dos años.

Austeridad y codiciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora