El segundo piso

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Tengo la fortuna y la mala suerte de vivir en una casa de dos pisos. Los llamaremos planta baja y primer piso. Mi cuarto está en el primer piso, así que durante varios años evité bajar de noche por los pensamientos que atacaban mi cabeza. Sobre todo cuando se trata de la entrada de mi casa, donde la biblioteca nos da la bienvenida al igual que las sombras de los estantes. Pasando por ella, llegamos al living, donde está la escalera que lleva al piso de arriba.

¿Puedo contarte mi más reciente sueño? Seguro no te importará ya que, después de todo, estoy hablando de mi casa, no de la tuya.

Solo la luz de la escalera rompía con la oscuridad. El calor del verano ya se había perdido, pero mi cuerpo estaba completamente transpirado. Detrás de mí estaba el cuarto de mis padres y yo, en el comedor, tenía un solo objetivo: llegar hasta mi cuarto sin que el intruso se diera cuenta.

Pero mientras la remera se me pagaba al pecho, sentía que pronto me iba a invadir con todo su cuerpo. Y nada me daba más asco que su aspecto inhumano. Y sin dudarlo, era su extraña cercanía lo que me daba comezón.

Dicho ser solo hacía una sola cosa: subir y bajar las escaleras. Punto. Y yo solo hacía solo una cosa: evitar que me descubriera. Punto. Solo, a las 2:22 de la mañana, me refugiaba detrás del sillón abrazándome a mí mismo rogando que llegara la luz del sol.

Con la guardia alta, solo estaba preparado para lo peor, no para triunfar. Porque sabía muy bien que tenía intención de dañarme y que me estaba estudiando. Lo podía ver en cada parte de su diabólico cuerpo. Sus pasos eran ligeros porque estaba esperando que hiciera el más mínimo ruido para atacarme. Era más astuto que yo. Y cuando fantaseé con su peso sobre mí se me nubló la vista. Si había algo que no quería era sentir dolor. Creía ser capaz de aguantar la situación, pero nunca el terror del dolor.

Más tarde, noté un cambio en su andar. Ahora, luego de subir al primer piso continuaba hasta el segundo, uno que en realidad no existía, pero que mi mente había creado.

Saber que tenía una oportunidad fue lo peor de todo. Tener que decidir si arriesgarme o no. Era difícil pensar que podía llegar hasta mi cuarto si no podía ponerme de pie. Pero también era difícil comprometer a mi familia, porque nunca iban a estar a salvo si no llegaba hasta mi cama. Estaba convencido de que el intruso dejaría nuestra casa una vez que me acostara. Y si no podía hacerlo, si no lograba hacer funcionar otra vez mis piernas, todos íbamos a caer en la misma bolsa.

Así que pensé qué hacer. Me sequé el sudor de la frente y con cuidado lo limpié en mi remera para que ninguna gota cayera en el piso. El plan era simple: cuando el ser comenzara a subir hacia el último piso yo me encerraría en mi cuarto. Era la única forma. Aun así, la idea solo consiguió hacerme llorar.

Entonces, decidí intentarlo. Pero cuando el ser llegó hasta la planta baja, antes de volver a subir las escaleras apagó la única luz que nos alumbraba.

Ni siquiera pude cerrar los ojos para esconderme. Tampoco pude abrazarme con más fuerza. Los músculos de mi mandíbula se tensaron molestando mis oídos. Parte de mi miedo se convirtió en enojo, en ganas de golpearlo. Si tan solo no fuera tan cobarde saldría corriendo y lo enfrentaría. Pero no soy así, y mucho menos en plena oscuridad. Al mismo tiempo, escuchaba sus pasos alejándose escaleras arriba. No me confié en ningún momento, y mejor así, porque una vez que llegó hasta el primer piso volvió a encender la luz. Lo imaginé mirando hacia la planta baja y no tuve ninguna duda: sabía que me estaba escondiendo, y estaba esperando que suba a mi cuarto.

Y entonces ya no supe bien qué hacer. Realmente no quería sufrir, no quería sentir dolor. Y al mismo tiempo pensaba en mi familia y en que todo el tiempo estaba pasando por al lado del cuarto de mi hermano. ¿Qué le impedía abrir su puerta y hacerle algo? Y después de llegar al segundo piso volvió a la planta baja sin abrir la puerta de su cuarto. Esta vez no apagó las luces y volvió a subir las escaleras.

Sin consultarlo, mi cuerpo salió del escondite y esperó a que suba un par de escalones antes de moverse. Temblando, controlé la respiración. La remera se pegó a mi pecho y la temperatura descendió aún más.

Y entonces llegó el momento. Di el primer paso. Elegí cuidar a mi familia.

Y supe que no había marcha atrás.

El intruso volteó, me miró y de un salto llegó hasta la planta baja. Ni siquiera pude gritar porque ya me había consumido. Intenté llamar a mi padre, pedir su ayuda, y aun no entiendo cómo no lo hice antes, ni por qué pensé en ir a mi cuarto antes que al de ellos. Y vi que estaba equivocado, porque había algo peor que el dolor: el terror absoluto. La descarga de miedo que contracturó mis músculos y me hizo implorar que por favor todo esto se terminase. Necesitaba que me mate, que deje de quebrar cada parte de mi columna.

Y nada de eso importó, porque me desperté llorando en mi cama.

Esa fue mi peor pesadilla. Pensé que escribiéndola mi miedo se esfumaría, pero solo se incrementó. Y como ahora estoy acá enfrentándolo en mi computadora, estoy dispuesto a darlo todo. Porque si esto no funcionó, buscaré algo que sí lo haga.

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Hola, volví. Gracias por seguir conmigo, así es un poco más fácil. Te escribo ahora desde mi celular porque necesito que me acompañes. Ya logré abrir la puerta de mi habitación, así que voy bien.

Tengo que bajar muy despacio las escaleras para no despertar a mis padres. Algunos escalones crujen.

Ya prendí la luz, ahora voy al comedor.

Estoy de espaldas a la escalera. Yo sé que no hay nada. No hay nada. No haya nada.

Me doy vuelta y, en efecto, no hay nada. Me doy vuelta otra vez y tampoco, nada.

Respiro. Vuelvo a respirar.

Me acerco a la escalera y apago la luz. Me escondo detrás del sillón.

Espero. Sigo esperando. Me abrazo y anticipo que voy a cerrar los ojos.

Ya los volví a abrir, no cambió nada.

Ahora vuelvo a la escalera y prendo la luz. No hay nada.

Y me voy. Quiero salir corriendo, pero no puedo hacer eso sin despertar a mis padres.

Cierro la puerta detrás de mí. Vuelvo a la computadora.

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Lo hice. No puedo creerlo. Lo hice. Una parte mía esperaba que el intruso me estuviese esperando acá, en mi cuarto. Pero creo que es como en mi sueño, este lugar es sagrado.

Te agradezco por haberme acompañado. Tenés que saber que me ayudó bastante. Ahora vayamos a dormir un poco más tranquilos.

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Basado en mi propia experiencia personal y mis ganas de enfrentarla. Un saludo, el autor de este libro.

Galpón de espaldas dañadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora