¡PLACK! ¡PLACK!

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Se mojó los labios sin reparar en dónde se encontraba. Sus dedos tocaron su saliva y separaron las finas hojas del diario. La página cinco ya había concluido.

Una vez más, fue de las primeras personas en terminar, así que tuvo un minuto y cuarenta y cinco segundos para descansar y observar la grabadora que apuntaba hacia su rostro. Observó también a sus compañeros, los ojos de cada uno recorriendo los renglones tratando de terminar a tiempo.

Aquella noticia tuvo siete minutos de vida. La anterior tuvo tres minutos y medio. Lo máximo con lo que se encontraron fueron treinta minutos. Ese día fue importante para todos. Apareció en cada diario y revista.

La próxima noticia le atraía más. Adoraba los especiales de cocina. Disfrutaba del segmento semanal que siempre abarcaba entre 310 y 350 líneas. En realidad, disfruta básicamente leer, aunque también era aficionada de la escritura, algo que no tenía permitido hacer en ese momento. La grabadora volvió a acercarse hacia ella y el reloj comenzó a contar. A su lado apareció el tiempo del artículo. ¡Catorce minutos! No logró disimular su felicidad... ¡Catorce minutos!

Era algo tan extraño, no todos los días podía sentir ese tipo de asombro. Así que leyó cada una de las palabras con gusto. Cada segundo que le obsequiaban para leer era invaluable. Ella era invaluable. Sin dudas era la mejor lectora del grupo, y bien lo demostró volviendo a ser la primera en terminar la nota.

Así que sintió una punzada en la espalda: era tiempo de pasar a la próxima.

Y allí estaba, justo frente a sus ojos. La pequeña mancha roja se mezclaba con el negro de la tinta. Todavía estaba húmeda. El olor metálico la embriagó. Confundida, alzó la mirada. La cámara continuaba estudiando sus movimientos. Con manos sudorosas, limpió el papel para poder leer las palabras. Ahora sus dedos estaban rojos, y la hoja del diario se había arruinado por completo. Jamás se había sentido tan disgustada.

Sin previo aviso, la atacó una pregunta. La misma que sin saberlo ya había procesado en siete ocasiones diferentes. Las gotas de sudor le irritaron las mejillas. Sus ojos no podían apartarse del rojo que resbalaba por su mano. Sin poder pestañar, se humedecieron nublándole la vista.

¿Dónde estoy? El ruido de sus compañeros la estremeció. Cada vez que uno recibía una noticia un pequeño ruido la atacaba. Jamás lo había escuchado, el ruido de los aguijones en sus espaldas.

¡Plack!

Un pequeño empujón la sacó de su cabeza. No se atrevió a moverse.

¡Plack! ¡Plack!

Tampoco se atrevió a pestañear. La luz blanca la hizo sentirse completamente desnuda.

¡Plack! ¡Plack!

¿Era eso lo que querían? ¿Qué siga leyendo? Alzó la mirada y todos los colores se transformaron a su alrededor.

La cámara que la monitoreaba había sido reemplazada por la cara de un hombre. Sus ojos estaban tan abiertos como los de ella. Ninguno sería capaz de olvidar el terror que habitó en cada uno.

¡PLACK!

Un nuevo pinchazo la obligó a pestañear, y todo volvió a ser como antes.

Su respiración se agitó. Delante de ella, la misma cámara volvía a obsequiarle su reflejo. Nunca se percibió tan indefensa. Agachó su cabeza para esquivar la lente de la cámara, los ojos de aquel hombre.

¡Plack!

El nuevo pinchazo hizo que su cuerpo explotara. Por un momento, sus ojos se encontraron nuevamente con sus manos. Estaban limpias. No, más que limpias, estaban hermosas. Y no pudo pensar cómo se había limpiado porque descubrió que ya no tenía nada para leer.

Galpón de espaldas dañadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora