Una vez vi un pájaro. Uno de verdad. Creo que fue cuando cumplí cinco años, pero no lo recuerdo bien porque ahora tengo ocho años y ya pasó mucho tiempo. Lo dibujé en una de las paredes de la habitación para no olvidarlo. Papá dice que no sabe cuánto tiempo vamos a estar acá, que solo Gustavo lo puede decir. Gustavo es el novio de Papá y quien nos protege, y por eso no podemos salir de casa, porque nos está protegiendo.
Papá estaba un poco triste. Lo sé porque me abrazaba mucho, y yo sé que eso lo hace cuando no puede solucionar sus cosas. Como cuando una vez rompí un espejo y se enojó mucho conmigo. Después vio que estaba llorando y se quedó tranquilizándome. Dijo que iba a arreglar todo y que Gustavo no iba a enojarse por el espejo.
Otra cosa de la que me di cuenta es de los brazos de Papá. Cuando era más chiquito solía subirme a sus hombros mientras corría por la plaza, era divertido. Pero mientras pasaba el tiempo podía verlo más flaco, como yo. Siempre quise ser más fuerte, así los demás podían verme y pensar que soy un hombre muy grande, como los que salen en la tele. Por el momento no me preocupaba mucho de todas formas porque hacía más de dos años que no veía a nadie. Pero eso estaba bien. Papá era muy divertido, me hacía pequeños ejercicios donde saltaba y corría, y Gustavo por las noches cuando volvía a casa a veces me contaba cómo fue su día.
Mi cumpleaños número nueve fue distinto a los demás. Papá decía que iba a ser muy importante porque Gustavo también cumplía ese día y le tenía preparada una gran sorpresa. Eso me molestaba un poco. A mí no me regalaba nada hacía dos años y a él le estaba preparando una sorpresa. No sabía qué era, y él no quería contarme qué era. Por las noches escuchaba como rasgaba las paredes del cuarto, pero nunca le pregunté qué estaba haciendo. Se supone que en ese momento debía estar durmiendo. Gustavo se enojaba si no dormía lo suficiente.
Papá y Gustavo se conocieron hace tres años, y después del primero fue cuando empezó a protegernos. Papá la pasó muy mal. Le pregunté varias veces qué le pasaba, pero no quería contarme. Creo que estaba mal porque algo malo afuera estaba pasando, y cuando le decía eso siempre terminaba diciéndole que acá dentro estaba mejor.
Dos veces al mes Gustavo nos permitía salir del cuarto para ir al patio a tomar un poco de aire bajo su supervisión. No podía dejar que algo nos ocurriese. Eso estaba bien, sobre todo porque estábamos muy blancos. Yo quería tener el color de piel de Cata, una chica del colegio que me gustaba mucho. Todo el tiempo me preguntaba si me extrañaba. Yo lo hacía, y me hubiese alegrado mucho que me regalara algo.
Papá dejó de rasgar las paredes un mes antes de mi cumpleaños. No las terminó de romper, pero alcanzó a tomar un par de cables que había detrás de la pared. La primera vez me asusté mucho porque no quería que le pasará algo, podía electrocutarse. Él me dijo que no le iba a pasar nada, y yo le creí, porque es más grande que yo y sabe más cosas. Pero eso sí, siempre que Gustavo entraba a la casa escondía todo otra vez y la pared parecía como nueva. Era parte del regalo que le estaba haciendo. Lo sabía porque me lo había dicho y porque temblaba cuando Gustavo entraba a la habitación, no quería que se enterara. Yo pensaba en hacerle un regalo a Cata cuando todo estuviera bien y pudiese salir.
Papá desde ese momento comenzó a desarmar todos mis juguetes que incluyeran partes robóticas. Al principio me molesté mucho. Les estaba haciendo daño, podía lastimarlos. Pero cuando me explicó que era parte de la sorpresa decidí dejarlo. Después de todo, Gustavo se merecía una gran sorpresa de cumpleaños, nos estaba cuidando muy bien. Nadie entraba a la casa más que él, sabía cómo hacer las cosas. Nadie podía contactar la casa, ni escucharnos, ni vernos o si quiera pensar que estábamos escondidos. Había pensado todo, y yo admiraba eso. Lo único que no me gustaba era la pistola que llevaba encima todo el tiempo. A Papá tampoco le gustaba, y una vez lo sorprendí tratando de sacársela. Gustavo se enojó mucho y le gritó. Me dijo que el arma estaba contaminada y que solo él podía usarla.
El día de su cumpleaños papá me dijo que me tapara los oídos. Dijo que iba a hacer mucho ruido y que necesitaba hacerlo en ese momento porque Gustavo todavía estaba afuera.
Yo obedecí y fingí que todo era un juego. Me gustaban los juegos. Después de un tiempo escuché su voz y cómo le hablaba a alguien. No entendí qué decía, pero cuando me di vuelta lo vi sonriendo. No entendí qué pasaba tampoco, pero si entendí cuando me dijo feliz cumpleaños.
Eso fue hace seis horas.
Gustavo abrió la puerta de la casa y sentí cómo mi cuerpo se tensaba. Papá estaba nervioso por el regalo, y eso me ponía nervioso a mí, porque tampoco sabía qué era. Escuché cómo Gustavo se dirigió a la cocina. Siempre iba allí primero a tomar algo, era como una pequeña rutina, y después pasaba por el baño.
Cuando salió del baño, fue cuando todo se puso extraño. La puerta de la calle se abrió con un gran golpe, y lo supe porque siempre hacía el mismo chirrido. Comencé a llorar porque sabía que iba a morir. No sabía bien qué significa eso, pero sabía que iba a pasar porque ya no estábamos a salvo, alguien había logrado entrar a la casa. No quería que dañen a Gustavo. Papá me abrazó con fuerza y me dijo que todo iba a estar bien. Le pregunté qué estaba pasando, pero no quiso contestarme, así que me escondí en él.
Escuché algunos disparos y supe que venían de la pistola de Gustavo, ya los había oído otro día. Grité y me sostuve con más fuerza de sus brazos. Papá también estaba asustado, su cuerpo se agitaba con cada disparo así que lo abracé para poder protegerlo. Hubo algunos vidrios que se rompieron contra el piso, reconocí el ruido con facilidad.
Creo que todo aquello no duró más de veinte segundos, pero fueron largos. El silencio fue incluso peor. En los próximos diez segundos solo escuché tres cosas:
-¡Policía! ¿Dónde están?
-¡Acá! -gritó mi Papá. Su cuerpo todavía continuaba agitándose.
Y por último el ruido de la puerta de la habitación, que por primera vez desde hacía más de dos años fue abierta por alguien que no era Gustavo.
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Galpón de espaldas dañadas
Fiksi UmumCuentos cortos de suspenso y nostalgia hechos por una mente perturbada. Acá no hay nada librado al azar, no hay nada que no haya sido mil veces premeditado. Porque mi vida cambió cuando comprendí sin querer lo que era el terror.